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Jesús convertido en el sinónimo del caos

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Jesús, ese pequeño gran pueblo que presume de identidad propia, calles tranquilas y vida de barrio, lleva demasiado tiempo cargando con problemas más propios de una ciudad descontrolada. Lo advertí hace unos meses, concretamente en una pequeña reflexión para este periódico en el mes de julio, pero ahora la cosa ya supera cualquier previsión, con vecinos que volvemos a quedar atrapados en un laberinto de cortes de tráfico, atascos, polvo y obras interminables que parecen no tener fin.

Y lo peor es que regresa el asunto que todos conocemos demasiado bien, el asfaltado, de nuevo, de la travesía principal.

Los trabajos actuales empezaron el pasado 24 de noviembre, con acceso restringido solo a residentes y comercios. Lo que iba a durar unos días ha acabado convirtiéndose en un capítulo más de un serial absurdo, sin apenas comunicación oficial y con la sensación de que nadie controla el guion. El tramo afectado —la EI-100 desde la rotonda que conecta con Puig d’en Valls hasta la carretera de Santa Eulària— está en manos del Consell d’Eivissa, pero la información fluye menos que el tráfico en hora punta. Según ha publicado Diario de Ibiza, el firme estaba en peor estado del previsto, así que la obra se alargará sin que haya una fecha prevista de conclusión porque ni los propios operarios lo saben.

Un déjà vu con el asfaltado

La parte más desesperante es que esta no es una intervención puntual ni excepcional. Los vecinos cuentan ya, sin mucho esfuerzo, cinco actuaciones importantes en este mismo tramo desde 2017, entre arreglos, parcheos y supuestas reparaciones definitivas. Cada una trae consigo el mismo pack de cortes, desvíos, atascos y la eterna promesa de que «esta vez sí». Pero la realidad es que la travesía se abre y se cierra como si fuera una puerta giratoria generando un hastío y una desesperación que se cuentan por toneladas.

Y es que el problema viene de lejos. En 2015 la vía estuvo cerrada 45 días por mejoras del firme y aceras, con desvíos y fases que ya entonces agotaron la paciencia del pueblo. En 2016 volvieron las máquinas, en pleno enfado vecinal, y aun así en 2025 la historia se repite con el mismo escenario, los mismos arreglos, las mismas molestias, las mismas consecuencias y el mismo desconcierto. Y es que estamos ya en pleno mes de diciembre, en vísperas de Navidad, y la sensación es que, una vez más, nadie vio venir el impacto real.

Navidad entre desvíos y polvo

La ironía se escribe sola. Con la Navidad a la vuelta de la esquina y una época clave para los comercios locales, Jesús entero vive atrapado en atascos, calles polvorientas y accesos imposibles. Hay padres que llegan tarde al colegio, trabajadores que cruzan media isla para encontrar un camino despejado y repartidores que parecen participar en un Dakar improvisado. Y los negocios locales, en el peor momento del año para sufrirlo, ven cómo los clientes desaparecen porque entrar al pueblo es un viacrucis, viéndose obligados en algunos casos a cerrar temporalmente.

Y es que como si los problemas con la travesía fuesen pocos, varias calles interiores también están abiertas por obras menores debido a trabajos de servicios, mantenimiento o pequeñas mejoras. Todo suma y convierte el pueblo en un puzzle de señales y desvíos que trae de cabeza a cualquiera que no conozca cada rincón. Incluso, por no hacer su función, ni la señalización que hay a la salida de la perpendicular de la calle Cap Martinet sirve, convirtiéndose en el símbolo perfecto del caos que vive Jesús, envuelto en mucha señalización y cero claridad real.

Un pueblo al límite

Basta pasear un rato para escuchar una y otra vez la palabra hartazgo. En distintas acepciones o idiomas, pero con el mismo sentimiento de indignación. Vecinos que ya ni recuerdan cuántas veces han sorteado obras; cafeterías que han perdido clientela hasta el punto de cerrar; repartidores que hacen cálculos de supervivencia; personas mayores que casi ni salen porque no saben si podrán volver sin rodeos interminables y todo ello, mientras todos ellos lamentan de forma constante que nadie explica nada. Falta comunicación, falta previsión y falta una mínima empatía hacia quienes viven y trabajan en Jesús.

Porque tal vez ahí esté el verdadero origen del problema. No es que haya obras sino cómo se gestionan. La improvisación, la ausencia de planificación y la incapacidad de prever lo evidente de que si te retrasas un poco te plantas en pleno diciembre con medio pueblo patas arriba, es lo que indigna. Jesús no es un polígono, ni una carretera secundaria perdida. Es un núcleo vivo, con actividad diaria, con colegios, comercios y cientos de desplazamientos. No se puede cortar una y otra vez sin pensar en las consecuencias.

Y por eso, los vecinos no pedimos milagros ni túneles futuristas. Pedimos lo básico. Pedimos planificación, coherencia, transparencia y respeto. El pueblo no puede vivir entre obras eternas que generan estrés, tiempo perdido y pérdidas económicas constantes. Si aceptamos barco como animal acuático y pulpo como animal de compañía y nos creemos que reparar el asfalto era urgente y que no podía esperar, también es lógico que exijamos que se hiciera con cabeza, escalonando fases, evitando que todo esté levantado a la vez y ofreciendo alternativas de circulación que no conviertan cada desplazamiento en una odisea.

Porque tras tantos años y tantas promesas, uno quiere creer quizá por optimismo ingenuo que algo de lo vivido aquí sirva para que las administraciones aprendan. Que entiendan que se necesita una planificación exhaustiva, con cronogramas claros y accesibles para todos; que es indispensable coordinar las obras municipales y las del Consell para que el pueblo no quede paralizado por duplicado; que hay que contar con los vecinos y comerciantes para detectar problemas reales y buscar soluciones prácticas; y que una señalización eficaz y actualizada no es un lujo sino una obligación para evitar riesgos.

No estamos pidiendo ciencia espacial. Solo sentido común pensando en que Jesús merece algo mejor. Porque, señores, no somos solo un punto en el mapa. Somos un pueblo donde se trabaja, se estudia, se crían familias y se hace vida real. No puede ser, y no debe ser, el escenario de una broma de mal gusto que se prolonga año tras año, obra tras obra, como si el pueblo fuera un laboratorio de pruebas sin consecuencias humanas.

Y claro que las obras son necesarias, por supuesto. Pero cómo se planifican, cómo se ejecutan y cómo se comunican marca la diferencia entre el progreso y el desastre cotidiano. Y hoy por hoy, Jesús necesita menos parches, menos excusas… y muchas más soluciones.

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