Los protocolos para atajar la transmisión de la COVID no se inventaron en esta pandemia. De hecho, cuenta la historiadora ibicenca, Fanny Tur, que «antes éramos más conscientes de la fragilidad y sabíamos que nos podíamos atacar, y ahora no». Hoy presenta su nuevo libro Epidèmies. Eivissa i Formentera 1799-1930 a partir de las 19 horas en la biblioteca de Cort, una recopilación de casi medio millar de páginas en la que, de lo primero que se aprende, es que el confinamiento no ha sido cosa del siglo XXI.
¿Se tomaban las mismas medidas ante la expansión de una enfermedad?
—Lo primero que se hacía era cerrar el puerto y el comercio. En el siglo XIX hubo muchas enfermedades, gracias a la conectividad y la movilidad. La actividad comercial las llevaba de puerto a puerto y fue especialmente duro desde el punto de vista epidémico. Un ejemplo es el mal del Ganges, también conocido como cólera. Epidemias las ha habido toda la vida y los sistema de prevención se han repetido.
¿Y los confinamientos?
—Aislaban calles o pueblos enteros, confinaban, prohibían la concurrencia de gente en espacios públicos… Todo esto ya se hizo en la epidemia de gripe de 1918 y también con la peste y la fiebre amarilla. Incluso el uso de mascarillas no es nuevo, si era grave había que taparse la boca. Ahora bien, si con la COVID se multaba la infracción, antes te fusilaban o los enviaban a galeras.
La franja histórica en la que se centra el libro empieza en 1799 y describe 130 años, ¿por qué?
—Pese a que hay mucha información anterior, en ese año es cuando se empieza la construcción de la barca de sanidad del puerto de Eivissa. Elegí la fecha porque es una cosa de apariencia sencilla pero muy necesaria para los funcionarios de Sanidad, que inspeccionaban todos los barcos que entraban al puerto. Hasta entonces, en Eivissa, debían alquilar las embarcaciones a particulares o al gremio de pescadors.
¿Y hasta 1930?
—Porque es el año en que Emili Darder, médico e higienista provincial [después también sería alcalde de Palma] visitó Eivissa y se reunió con todos los médicos para darles pautas sobre cómo actuar frente a epidemias como sarampión o difteria. Y también me pareció una fecha significativa.
¿Se encuentran referencias a Mallorca dentro del libro?
—Constantemente. Hubo una serie de epidemias que dañaron mucho Mallorca como fue la peste del Llevant en 1820 de la que Eivissa se salvó; y luego hay episodios que narran cómo los barcos que cargaban la sal entre las dos islas servían para comunicar las novedades. En 1821 la fiebre amarilla afectó Mallorca pero no Eivissa porque aquí se dio antes el aviso. Un pescador ibicenco que volvía de Barcelona contó que se había encontrado el puerto cerrado por la fiebre amarilla. Enviaron carta a Palma, a la junta provincial, donde no sabían nada. Igual por eso aquí nos libramos a tiempo y allí no.
¿La comunicación entre Islas era fluida?
—Lo propio de la época. Por ejemplo en 1865 unos jóvenes estudiantes ibicencos fueron de viaje a Palma donde se enteraron de la muerte de una persona por cólera, en un hostal de Santa Catalina. A su regreso lo contaron y se inició una recogida de sueldos para ayudar a los mallorquines a afrontar esa epidemia. Recaudaron 4.020 reales que era una cantidad importante sobre todo por la precariedad del momento. También se le ofreció al alcalde trabajadores voluntarios para hospitales pero no quiso.
¿Tras una epidemia también venían crisis económicas?
—Todo estaba vinculado: enfermedad, con crisis y guerras... Además el puerto de Eivissa siempre ha sido internacional.