A principios del siglo XX, Joan Marí Ferrer, de Can Manyà, adquirió un terreno entre la que fue la carretera vieja de Sant Josep y la nueva, a la orilla de la que hoy conocemos como carretera de Sant Josep. En esos terrenos, los de Can Manyà construyeron su casa y, al mismo tiempo, una pequeña tienda que, como solía ser habitual entonces, incluía una barra que hacía las veces de bar.
La familia también tenía un estanco. Así lo asegura Antònia Marí, biznieta de Marí Ferrer: «Entonces la familia tenía el ‘monopolio’ del tabaco en la zona, además del de la dinamita, para la cual había una habitación sin ventanas donde almacenarla, tal como exigían las normas».
Panadería
Joan Marí nieto, padre de Antònia, fue quien desarrolló el horno familiar en un edificio contiguo a la primera casa, transformándolo en panadería durante varias décadas. «En el almacén se juntaban los sacos de harina con las cajas de tabaco», recuerda entre risas Antònia.
«El desarrollo de la carretera, justo al lado de la panadería, influyó bastante en el crecimiento del negocio», asegura. «Eran los años 70 y el negocio creció muy rápido, pero también empezaron a prosperar otras panaderías y la competencia aumentó. En esa época, mi padre cayó enfermo y no pudo sacar adelante la situación, así que Torres Costa, otra panificadora, acabó gestionando el negocio. Más adelante —serían mediados de los 80— mi madre abrió un bar junto a un socio, Toni de Can Lluc Pere Serra, donde se hacía música en directo y que tuvo bastante popularidad en su momento. Dos de mis hermanas, Lina y Teresa, trabajaron con ella», recuerda Antònia sobre la evolución de la panadería de Can Manyà en bar.
«Venían a tocar grupos de chicos de Vila, como una banda que se llamaba IBZ o Nuer Banú, que hacía una danza del vientre preciosa», rememora la biznieta del fundador, quien también cuenta que «más adelante se pusieron de moda los pasodobles y venían un par de acordeonistas, Maria Jesús y su acordeón entre ellos. ¡A la gente le encantaba!».
Con el paso del tiempo y el cambio de tendencias, el bar de Can Manyà cerró sus puertas a mediados de los años 90.
Nueva etapa
El edificio pasó entonces a manos de Paco Marí, ‘Corda’, y el local que albergara, primero la panadería y después el bar de Can Manyà, acogió distintos negocios hasta 2017. Ese año, Paco y su mujer, Rosana, decidieron recuperar el negocio hostelero que triunfó en los años 80. A partir de entonces, el bar de Can Manyà pasaría a llevar el nombre de ella: Rosana’s.
Rosana’s
«Lo reformamos entero y, nada más abrir, tuvo mucho éxito. Todo el mundo nos contaba historias del bar de antes y de la panadería. La sensación de que la gente echaba de menos este lugar», asegura Rosana.
Aunque en los comienzos fueron Paco y Rosana quienes se encargaron de llevar el negocio adelante, «muy pronto se incorporó nuestro hijo, Leonardo, y Sonia, la hija de Paco, que estuvo un tiempo con nosotros. Más adelante, se sumó mi hija Camila». Rosana atribuye a Camila la iniciativa de recuperar la música en directo en el local familiar: «Hace más o menos un año que lo propuso y, desde entonces, hablamos con Vicent de Can Jordi y nos coordinamos con él para empezar nosotros con la música cuando ellos terminan».
Más que música
Además de la música, el Rosana’s —el nuevo Can Manyà— ofrece una carta variada de productos, entre los que su responsable destaca «la frita de pulpo, que nos la quitan de las manos». Rosana habla de la receta del plato ibicenco que el propio Paco enseñó al cocinero del local, Will. «Tanto Will como sus ayudantes en la cocina, Asly y Christelle, se han criado aquí», asegura Rosana, en referencia al equipo que maneja los fogones del negocio. Álvaro completa el equipo de sala junto a Rosana y sus hijos, con el refuerzo de Facundo en las jornadas más intensas. «Son todos tan jóvenes que casi ofende», reconoce con humor la responsable del bar.
Además de la exitosa ‘frita de polp’, Rosana no quiere dejar de recomendar otros platos de su carta como «el arroz de matanzas, el rabo de toro… cualquier cosa que hacemos acaba saliendo. No se tira nada de nada».
Clientela
En cuanto a la clientela del bar de carretera, Rosana asegura que «suele ser la misma durante todo el año. No notamos la diferencia entre el verano y el invierno». Así, el perfil de los clientes que frecuentan el Rosana’s de Can Manyà varía entre «trabajadores de todo tipo, desde los que llevan corbata hasta los que vienen con el mono manchado, entre semana y, los fines de semana, gente ibicenca de siempre».
Un ejemplo del perfil de cliente trabajador se puede encontrar en la mesa formada por Alberto, Christoffer, David y Rodrigo, todos compañeros de la misma empresa y «novatos» en la sala del Rosana’s. «Es la primera vez que venimos, pero seguro que no va a ser la última. Yo ya le he enviado una foto del plato a mi mujer y seguro que vuelvo con ella», asegura David, mientras Rodrigo reconoce que «yo ya había venido antes, pero es la primera vez que me paro a comer y ha sido la mejor decisión del día». Mientras apura su plato de albóndigas, Alberto asegura que «volveré seguro, todo está genial». «La presentación, la cantidad, el precio y el trato son estupendos. También es la primera vez que vengo, pero seguro que volveré», añade Christoffer antes de levantarse junto a sus compañeros para continuar la jornada.
Gemma también hace un alto en su jornada para comer en el Rosana’s «muy a menudo». Gemma es profesora en la Escuela Francesa, a pocos metros del bar, y tiene clara la lista de valores que la llevan a visitar el Rosana’s «cada vez que me toca trabajar mañana y tarde»: «Está cerca, hay muy buen trato, buen precio y rapidez: ¿qué más se puede pedir?».
«La atención y el ambiente, la comida riquísima, cervecera fresca y música en directo los sábados» son los argumentos de Matías para visitar el Rosana’s «casi cada día. Como vivo muy cerca, es ideal».
Constantine es uno de los clientes veteranos de Rosana. «Yo hice la reforma del bar», asegura. Años después de dicha reforma, Constantine sigue visitando el bar de la carretera de Sant Josep «como mínimo, dos o tres veces a la semana. Me cuidan muy bien y procuro no perderme ni el arroz de matanzas ni la frita de pulpo».
Rosana’s no solo ha recuperado un local: ha devuelto a la vida un punto de encuentro, una tradición y un espíritu que parecía perdido. El alma de Can Manyà sigue viva, con nuevos rostros, nuevas recetas y la misma esencia de siempre.
Si y también música en directo copiando a Can Jordi , la otra tarde de milagro no atropelle a 3 chicas que abordaban el cruzar la carretera sin mirar y bastante " contentas " . Este tramo ,aunque es una recta es el de la más siniestralidad de toda la carretera . Espero que la concentración de gente que se forma cuando hay conciertos no lo empeore .