Cuando uno marca de forma consciente la casilla de Formentera en los posibles destinos de una bolsa de trabajo, debe estar dispuesto a asumir todo lo que ello supone. Albert Ponce (San Sebastián, 1958) lo estaba. Al menos respecto a la necesidad de coger un ferri cada mañana. Lo que desconocía eran los inconvenientes que le supondría la red de transporte público de Formentera, que «no está pensada para la gente que trabaja en la isla». Es por ello que este curso se ha convertido en ‘motero' por necesidad.
Pero vayamos al principio de la historia. Corría el mes de agosto de 2018 y Ponce disfrutaba de las vacaciones estivales con su familia. Ese curso, el 2017-18, había ejercido como profesor de los grados medio y superior de Administración en el Instituto Sa Blancadona. Un trabajo al que le permitió acceder su titulación en Biblioteconomía y Documentación. Pero la verdadera vocación de este profesor es la Filosofía. Es por ello que la noticia que conoció ese 5 de agosto le llenó de alegría.
Ese día salieron las nuevas listas de destinos para profesores en Balears. Las consultó para ver si le habían concedido plaza. Y sí. Sería el nuevo profesor de Filosofía en el IES Marc Ferrer de Formentera. «Era volver de alguna manera al mundo de la filosofía que tanto me gusta. Después ya empecé a plantearme cómo me lo tenía que montar. Pero en un primer momento me apetecía volver a una clase de filosofía después de tanto tiempo». Llevaba 30 años sin impartir clase de esta materia, desde su época como docente en la Universidad del País Vasco, donde fue profesor durante dos años.
Red de transporte inadecuada
En septiembre llegó el momento de plantearse como hacer aquello de desplazarse a Formentera cada mañana. No tenía a nadie que le pudiera informar de este tema en su entorno cercano. A Formentera había tenido que ir por tema de trabajo anteriormente, pero no cada día sino cada tres semanas. «La isla sé muy bien como es. Pero todo el tema del transporte, el cómo llegar al instituto… eso no lo tenía controlado. Y claro, en el instituto comienzas las clases a las 8 de la mañana, tienes que saber si hay barcas para llegar a la hora que necesitas, la distancia desde el puerto de la Savina hasta el instituto, la frecuencia del transporte público...».
Fue precisamente en el tema del transporte donde descubrió las primeras complicaciones.
Había días que daba clase a las 8 de la mañana. Podía coger el barco de las 7 para llegar a tiempo, pero lo que no tenía era un autobús con el que llegar al instituto. El primero de la jornada era a las 8:10.
«El transporte no está pensado para la gente que trabaja y tiene que ir de un sitio a otro. Es un servicio público que no debería depender de ser económicamente rentable, pero ahora mismo no hay la frecuencia necesaria», se queja.
Un problema que no le afectaba solo algunas mañanas, sino, sobre todo, a la hora de volver. Los horarios no tenían la frecuencia suficiente para llegar a embarcar en el primer ferri en dirección a Ibiza.
Los primeros días pagaba un taxi para poder ir a trabajar. Pero había que encontrar una solución permanente para no tener que pagarse un taxi de su propio bolsillo varias veces por semana. Entonces entendió «que lo más cómodo era tener una moto y no depender de los horarios de los buses».
Otra cuestión que a él no le afecta tanto, pero sí a sus compañeros, es el del aparcamiento. El colectivo de docentes que va de Ibiza a Formentera este curso estaba formado por 7 personas. Cada cual tiene su modo de desplazarse dentro de la isla. Algunos de ellos optaron por llevar un coche a Formentera para poder utilizarlo en el trayecto del puerto al instituto. Eso significaba dejar el coche en la Savina cada día. El tema del aparcamiento se convierte en una odisea en verano y en un problema económico en invierno. «No puedes estar pendiente de mover el coche o de pagar una cantidad cada día. Cuando sales del instituto a las 14.00 y tienes que aparcar fuera del puerto de la Savina y quieres coger la barca de las 14.30... vas muy justo. A algún compañero le he visto correr para poder llegar a la barca», relata.
Trabajadores públicos
Si bien Albert indica que cuando uno señala que quiere ir a Formentera asume los gastos que ello conlleva, sugiere que tal vez podría tenerse en cuenta su situación, dado que son un personal necesario para la isla. Sugiere que, quizás, sería una buena idea que la conselleria de Educación llegase a algún tipo de acuerdo para que se pudiese aplicar el descuento de residente en Formentera a los trabajadores que viven en Ibiza, pero se desplazan a la isla vecina a diario.
Compañerismo
A lo largo del curso no pudo ir a dar clase dos días por culpa del mal tiempo. Tuvo suerte en este sentido. Quedarse en Ibiza implicaba que podía volver a casa. Qué remedio queda, si es imposible ir a trabajar. Pero, ¿qué hubiera pasado si el cierre del puerto le hubiera dejado en tierra en Formentera? «En principio no habría ningún problema, porque el colectivo de docentes del instituto hace mucho equipo y es muy solidario. En ese sentido estoy muy contento con los compañeros. Es un colectivo que funciona. Se ayuda, se comunica... en líneas generales. De los propios compañeros de Formentera salió ofrecerme que me quedara en su casa si pasase algo de este tipo».
Es por ello que está contento con el trabajo, pero saca su vena filosófica, «siempre habrá cosas que no te cuadren, siempre digo que la perfección no existe. En el mundo no es todo equilibrio y que haya un poco de caos no va mal... desde el punto de vista filosófico».
Contando con esos breves momentos de caos con profesores, alumnos o tráfico terrestre y marítimo, dice que repetiría. «No tendría ningún problema», dice con énfasis. Sin embargo, Formentera no será la cabeza de lista en su selección de plaza para el curso que viene. Primero pondrá las jornadas completas de Ibiza, donde tiene a su familia y, por motivos evidentes, es más cómodo trabajar. «Simplemente es una cuestión de logística personal. Yo estoy contento con el trabajo en Formentera, pero hay días que llego a las 16:20 a casa y nadie me espera para comer».
Inconvenientes de horarios que no supusieron un problema para su mujer, que también es profesora y comprendió que su marido tenía que aceptar el destino.
Aprovechar el viaje
Desplazarse cada mañana a Formentera le supone una hora y cuarto desde que sale de casa hasta que llega al instituto. De esta hora y cuarto hay media hora en la que está quieto, el rato que pasa en el barco «y ese tiempo hay que aprovecharlo», dice. Es por ello que durante el trayecto suele tener material a mano, ya sea para formación, para cuestiones de última hora, lecturas o corregir exámenes y ejercicios.
A Albert le gusta navegar y no tiene problemas para leer o escribir a bordo. «El único problema es que tienes que tener bien cogidas las cosas porque se caen», explica. Por lo demás dice que incluso le gusta que el barco se mueva «para que tenga un poco de gracia».
El viaje se ha convertido en parte de su vida. «Al principio de septiembre pensaba que podía ser agotador y que en un momento dado, allá por febrero o marzo, ya estaría cansado de viajar cada día de acá para allá. Ahora estamos a final de curso, en junio, y la verdad es que no estoy cansado», explica.
Destaca, además, el aspecto romántico y placentero de hacer un recorrido en barco cada día, al margen de los inconvenientes. «Si viviese en Madrid o Barcelona tendría que coger el autobús o el metro. Aquí puedo disfrutar de ver el mar y ver la salida del sol en invierno cuando es de noche. Esto de alguna manera te puede enriquecer si lo sabes aprovechar», reflexiona.