Josefa Ribas (1950), o Pepita de Can Bellotera, tal como la llaman quienes la conocen (varias generaciones de jordiers), ha trabajado toda su vida de manera incansable en el negocio familiar que emprendió su abuelo en la carretera de Sant Josep, en su misma casa. A día de hoy, a sus 72 años, no se plantea la jubilación y sigue incansable al pie del cañón junto a su empleada Fina, en la tienda del barrio que ha adoptado en nombre de su casa: Can Bellotera.
—¿Can Bellotera es el nombre de su familia?
—Sí, es como llamaban a mi abuelo: Bellotera. Ahora llaman Can Bellotera al barrio entero y está muy bien, pero Can Bellotera en realidad es eso de allí [señala el edificio en el que se encuentran el bar y la librería]. La casa la hizo mi abuelo, que era de Sa Bellotera, una zona que está a 10 minutos de aquí, antes de llegar a la cantera. Cuando construyó la casa aquí la llamaron Can Bellotera y con el tiempo le han acabado llamando así a la zona entera. En realidad antes de comprar este terreno ya había montado una tienda en esa casa que hay antes de llegar a Can Cifre; no sé cuantos años estaría allí antes de hacer esta casa.
—¿Montó allí el bar y la tienda?
—Sí, lo montamos nosotros. Antes, lo que es el bar, era una herrería, pero eso yo no lo llegué a ver. Se vino abajo en algún momento y yo solo recuerdo un montón de piedras. Entonces lo levantamos, hicimos el almacén nuevo, el piso y montamos el bar. Más adelante alquilamos el almacén para la librería y nosotros (mi hermano Juanito y yo) nos pasamos al supermercado [al otro lado de la carretera], hará ya, a lo mejor, unos 50 años.
—¿Su hermano y usted llevaban el supermercado solos?
—Trabajamos siempre toda la familia: mis padres, mi hermano y yo. Todavía recuerdo cómo los niños siempre iban tras mi hermano, que siempre les despistaba algún caramelito o chuchería. Llegó un momento en el que ya trabajábamos demasiado y mi hermano decidió que lo mejor era alquilar el supermercado y así lo hicimos. Entonces mi padre, Toni, montó esta tiendecita para mí. Al final mi hermano acabó viniendo a trabajar (ríe).
—¿Alquilaron el supermercado a una gran superficie?
—Sí, recuerdo que era una gran cadena de supermercados que con el tiempo acabó quebrando. ¿Sabes que pasa? Que ahora apenas quedan tiendas, vienen las grandes superficies y se lo comen todo. Me hacen gracia, por que presumen de que crean muchos puestos de trabajo, pero no dicen nada de los que han destruido y de la cantidad de tiendas que han tenido que cerrar. Pero bueno, siempre ha sido así: el pez grande se come al pequeño y tienen tanto poder que no podemos hacer nada.
—Pero usted resiste, algo hará.
—Sí, aquí aguanto, pero hay que tener en cuenta que yo madrugo mucho para estar aquí bien temprano. La gente lo que quiere es hacer ocho horitas, pero quién tiene un negocio pequeño no lo puede hacer. Como decía una amiga: «Para tener a alguien que haga ocho horas, yo tengo que hacer 24». Lo que pasa es que para un negocio pequeño hay que hacer muchas horas, no es algo fácil: es mucho trabajo y la competencia es muy dura.
—Que trabaja mucho queda patente pero, ¿cuál es el secreto para hacer frente a esta dura competencia?
—Yo tengo cosas que ellos no tienen. Piensa que verdura de por aquí, del día y de primera calidad, no les llega a esta gente [las grandes superficies]. Tengo unas legumbres a granel deliciosas, verduras recién recolectadas aquí al lado, patata ibicenca, naranja ibicenca, tomate de colgar, cebollas para sembrar... lo que sea. Muchos me dicen que la fruta que tenemos aquí, aunque venga de fuera, no tiene nada que ver con la de los grandes supermercados.
[Una señora muy elegante se baja la mascarilla para que Pepita la reconozca. Tras un abrazo se preguntan por la familia y se ponen al día tras años sin verse]
—Veo que otro secreto es el vínculo con su clientela.
—Piensa que es toda una vida. Una tienda así es humana, viene la gente y te explica la vida. Hablas con ellos y creas una confianza y un vínculo que perdura en el tiempo. Las grandes superficies, en cambio, son como un cajero automático y esto no pasa. Es más, si en la caja les dan conversación, seguro que va el encargado y les suelta una reprimenda.
—Seguro que le cuentan a usted cosas más personales que a nadie.
—(Ríe) Sí, recuerdo una vez que una señora me estuvo contando mil cosas durante no sé cuanto rato. Cuando terminó se despidió de mi con un «muchas gracias por escucharme», dime tú en qué supermercado grande te dice eso un cliente.
— Seguro que entre sus clientes habrá más de uno célebre.
—Célebres lo son todos. Pero si te refieres a famosos, sí. Muchos. Sobre todo algunos que viven aquí o vienen a Ibiza a menudo: Pepe Navarro, Ana Duato, también Antonio Isasi, que era amigo nuestro: su mujer, María, tenía el videoclub aquí al lado. Una vez, hace tiempo, también vino Pedro Almodóvar, que estuvo hablando con mi madre.
—Para terminar, ¿no piensa en jubilarse?
—En algún momento, pero no sé cuando. Es que yo no puedo estar parada, así que cuando me jubile ya os enteraréis. Por lo menos aguantaré hasta que se jubile también Fina (ríe).