Tomás Ortega (Casas de Fernando Alonso, Cuenca, 1957) se dedica a la venta de cupones de la ONCE desde hace seis años, puesto de trabajo al que llegó tras una lesión en su trabajo como constructor.
—¿Cuándo llegó a Ibiza?
—En 1985. En mi pueblo no había trabajo, tenía dos hijos (Mercedes y Tomás), de uno y tres años respectivamente y teníamos que comer. En realidad donde fui al principio fue a Formentera, pero no aguanté ni 15 días. No me gustaba para los niños. Solamente estaba la Joven Dolores y eso era una locura, ¡como pasaban las olas por encima! Mi mujer, Teresa, dijo que probáramos en Ibiza y nos vinimos aquí, donde teníamos a un conocido.
—¿Había ido alguna vez en barco?
—No, la primera vez fue para venir a Ibiza, y después en la Joven Dolores para llegar a Formentera. Imagínate lo que era aquello para mí, que venía del pueblo.
—¿Y el mar?
—Sí, el mar sí lo había visto. Fue en una boda en la que estuve en Elche. Los amigos aprovechamos el tiempo entre la iglesia y el convite para escaparnos a Santa Pola y darnos un baño. Me dije que nunca más me metería en el mar: nos quedamos absolutamente negros de alquitrán. Tardé semanas en poder quitármelo.
—¿Cual era su oficio?
—Yo he trabajado en la construcción desde los 14 años. Pero antes ya había empezado a trabajar. Mi padre había estado en las fallas de Valencia y me dijo que allí había un señor que necesitaba a un aprendiz en su bar, que no podía pagarle pero que le daría cama y costa (como se decía entonces). Allí estuve mes y medio. Volví a una fiesta a mi pueblo y allí otra persona me ofreció 1.200 pesetas al mes, más cama y costa, por el mismo trabajo y claro, lo acepté y me fui a Albacete. Todavía me están esperando en Valencia (ríe). En Albacete estuve nueve o diez meses, hasta que vino una inspección de trabajo. Entonces volví al pueblo, que estaban construyendo una discoteca. Allí empecé a trabajar en la construcción.
—¿Se quedó en el pueblo hasta que probó suerte en Formentera?
—Sí, salvo un periodo que estuve haciendo la mili, en Córdoba y en la Línea de la Concepción. En el pueblo me casé y nacieron mis hijos. Pero el trabajo estaba flojillo y nos fuimos a Formentera, como te he contado.
—¿Por qué Formentera?
—Un vecino de mi suegro estaba haciendo una obra allí y me dijo que fuera a echarle una mano. Era poco antes de las navidades del 84 y cuando volví al pueblo por Navidad me di cuenta de que tenía el mismo dinero con el que me fui: no había ganado nada y eso que no pagaba la pensión. Trabajar por lo comido por lo servido no era lo que yo quería, y menos con los niños.
—¿Qué se encontró en Ibiza?
—En Ibiza mucho mejor. Un conocido estaba empezando a hacer la tienda de Los Catalanes, allí en el pasaje, y estuve con él hasta que le despidieron. Entonces el dueño me pidió que si podía terminar yo con el trabajo. Al principio me costó aceptar: no conocía proveedores, ni precios ni tenía contactos, pero me dijo que él se encargaría de cualquier cosa y así terminamos la tienda.
—¿Se dedicó siempre a la construcción?
—No, también trabajé cinco o seis años de mantenimiento en el grupo Playa Sol y dos años más en unos apartamentos.
—¿Cómo acabó trabajando en la ONCE?
—Por que en el 91 tuve un acidente en el que me corté el nervio de la mano. Fue cortando un azulejo que se rompió y con las tenacillas me dí en la muñeca. Menos mal que llevaba puesto el reloj en esa mano, si no me la hubiera cortado. Como me quedaron secuelas pedí para entrar en la ONCE, pero en un principio no me hicieron mucho caso. Más adelante, cuando estaba en el paro, me llamaron para hacer una entrevista. Me dijeron que en la ONCE buscaban trabajadores con una discapacidad del 33%. Y es que además había tenido un desprendimiento de retina, me operaron tres veces y apenas veo con el ojo izquierdo. Así que como a la obra ya no iba a volver y es mejor estar en la ONCE que estar en paro aquí estoy. ¡Y mira que nunca me compré un cupón y ahora me dedico a esto! Pero sí que estoy muy feliz y muy a gusto.
—¿La recuperación del accidente fue muy dura?
—(Suspira mientras se le enrojecen los ojos) Es una pena como tratan las mútuas a las personas. Me hicieron una buena faena (vuelve a respirar profundamente para contener la emoción). Fue muy duro, me quedaban 50.000 pesetas para pagar el alquiler, la niña estaba a punto de hacer la comunión... (de nuevo una pausa para coger aire). El tema es que me operaron en Can Misses, una maravilla. Allí me dijeron que estuviera unos meses sin hacer ningún esfuerzo, pero en la mútua me mandaron a trabajar a los tres meses. A los dos días de trabajo estaba peor que tras el accidente. Tras eso me operaron tres veces más. Para la cuarta operación ya les dije que si no era para quitarme el dolor que no me operaba y no me operé.
—Ahora está feliz en su caseta, ¿ha vendido algún buen premio?
—Solo uno, al principio vendí un premio de 60.000 euros a las cuatro cifras. Pero hasta el momento nunca más.
—¿Alguna anécdota?
—Sí, un camión se llevó mi caseta por delante. Estuve meses vendiendo los cupones en la calle.
—¿Piensa en la jubilación?
—Sí, claro, por edad ya podría pero es que solo tengo 36 años cotizados, y eso que he trabajado toda la vida, pero en el mundo de la construcción siempre ha habido mucha mafia con eso. Aún así pienso jubilarme, si no este año en septiembre del año que viene. Así podré jugar con mi nieto.