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«Me he pasado la vida entre cables»

Pilar García, de Radioelectrónica, fue una ‘chica del cable' antes de venir a Ibiza

Pilar García en el mostrador de la tienda que fundó junto a su marido. | Toni Planells

| Ibiza |

Pilar García (Valencia, 1954) llegó a Ibiza en 1973, hace prácticamente 50 años. Nada más llegar se enamoró, tanto de la isla como de quién continúa siendo su marido, Manolo, con quién emprendió la primera tienda de componentes electrónicos de la isla: Radioelectrónica.

— Usted lleva muchos años en Ibiza pero, ¿dónde nació?
— Yo nací en Valencia. Aunque mi padre, Nicolás, nació en Requena sus hijos nacimos en Valencia. Éramos cinco, como en esos tiempos no había tele, ya sabes (ríe). Mi padre trabajaba en una fundición y mi madre, Pilar, trabajaba en casa cosiendo pantalones para ayudar. Ten en cuenta que en casa éramos los cinco hermanos, mis padres y mi abuela Pepa, que siempre nos ayudó muchísimo.

Eran una familia trabajadora.
— Así es. Éramos una familia humilde, pero muy trabajadora, no nos faltó nunca nada. Mi padre no paraba de hacer cosas, aparte de la fundición hacía multitud de representaciones. Por ejemplo, en Navidad era representante de turrones, pero también de electrodomésticos. Gracias a ese trabajo conseguimos tener el primer televisor que llegó a la finca dónde vivíamos. Un Philips de 19 pulgadas, uno de esos que salen en Cuéntame. Venía todo el vecindario a mi casa con su vaso de agua, su silla y su bocadillo del sobaquet (tal como le llamaban ellos), se sentaban en varias filas y mirábamos todos juntos la tele, Perry Mason y series de abogados y policías que hacían en esos tiempos. Eran años en los que el vecindario era casi una familia y todos nos ayudábamos.

— ¿Empezó a trabajar muy pronto?
— Sí, a los 13 años vino a casa un hombre que trabajaba en la fábrica de muñecas Famosa para pedirle a mi madre si podía trabajar para él. En principio le dijo que sí, pero cuando mi padre vio lo que me pagaban y que tenía que coger hasta dos tranvías para llegar, vio que no salía a cuenta. Entonces estuve trabajando en una centralita de una tienda de electrodomésticos un tiempo hasta que le ofrecieron a mi madre hacer una prueba para entrar a trabajar en un locutorio de Telefónica para todo el polígono de empresas de Quart de Poblet. Allí estuvimos hasta que me casé y vine a vivir a Ibiza, que coincidió en el tiempo en el que se empezó a hacer todo automático.

— ¿Eran chicas del cable?
— Algo así, mi madre era la encargada del centro, la que cortaba el bacalao. La que contrataba a las chicas, las pagaba y la que se quedaba toda la noche pendiente de la centralita conmigo. Yo la ayudaba, claro. Piensa que si pasaba alguna emergencia por la noche debíamos atenderla. Además, como al parecer tenía una voz bonita, me pedían que les grabara los mensajes del contestador. ¡Ah!, y los avisos de conferencia: que tenía que ir a tal dirección a avisar a fulanito que a tal hora viniera    al locutorio porque le iban a llamar de dónde fuera.

— ¿Cómo era ese trabajo?
— Nuestras herramientas eran unos cascos con el micrófono y el jack (la clavija) para poner en el cuadro. Eso nos lo llevábamos nosotras (yo perdí mi jack en alguna de mis mudanzas). Éramos todo mujeres, cinco por la mañana y cinco por la tarde. Estábamos ahí ocho horas sentadas y claro: ¡había alguna que se le quedaba el culo así de grande! (ríe). Todo el tiempo teníamos a las vigilantas detrás para que lo hiciéramos todo bien y no pasara nada, que contestáramos bien y que no hubiera una palabra más gruesa de la cuenta. Había muchos nervios y mucha presión. A veces te quedabas sin clavijas y no podías atender a los abonados. Veías las lucecitas y no las podías atender, era mucho trabajo, al menos en nuestro locutorio.

— ¿Por qué ustedes tenían tanto trabajo?
— En Quart de Poblet, aparte de multitud de empresas, había mucha gente que había venido a trabajar desde otras localidades y no paraban de pedirte que les pusieras con Sevilla, con Rute o con un montón de pueblos. Además, venían mucho al locutorio para hablar con sus familias. Recuerdo que venía uno, el pobre era muy paletillo, y se quejaba de que no oía. Cuando abrimos la puerta para averiguar lo que ocurría vimos que se ponía el teléfono encima de la cabeza, como si fuera un gorro o un casco (ríe). Si es que nos pasaban muchas cosas. Eso sí, deberías ver la cantidad de obsequios de todas las empresas que nos llegaban en Navidad. Lo repartíamos entre todas las trabajadoras.

— ¿Lo dejó para venir a Ibiza?
— A Ibiza vine para cinco días, de visita a mi hermana, que se vino aquí porque fue madre soltera y en esos tiempos ya se sabe. Nada más llegar me quedé pasmada, nunca había visto tantos niños, tantos perros sueltos, ni hippies y sobre todo las payesas, con toda la cantidad de faldas que llevaban, y el pañuelo en la cabeza y su trenza larguísima. Me enamoré de Ibiza enseguida, y de José Manuel también. Tendrías que haberlo visto cuando me vino a buscar al aeropuerto, ¡era clavado a Adamo!. Ocho meses después nos casamos y me vine.

— ¿Cómo fundaron la tienda?
— José Manuel trabajaba en una tienda de electrodomésticos. Él los reparaba y yo era dependienta. En un momento a Manolo se le iluminó la bombilla y dijo: «Hay que poner una tienda de componentes para que los técnicos no tengan que pedirlos fuera». Nos poníamos a mirar cuánto dinero teníamos y con eso pedíamos lo que podíamos: un transistor, dos circuitos integrados, tres resistencias... Entre los dos fuimos trabajando y el negocio fue creciendo, mi marido llegó a meter a tres de sus hermanos. También abrió el videoclub, incluso abrimos otro local un tiempo para las películas en BETA, pero siempre fuimos conscientes de que eso duraría solo un tiempo. Hubo un momento en el que empecé a tener hijos, tengo cuatro, y lo dejé para dedicarme a ellos. Ha pasado todo en un suspiro.

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