José Deprit (Bilbao, 1958), ha estado formando a cientos de marineros durante las últimas décadas desde su escuela de náutica Stella Maris. Reside en Ibiza desde los años 80, dedicándose al mar, su pasión, desde el primer momento.
— ¿Qué le trajo a Ibiza?
— A Ibiza llegué en los años 80. La verdad es que vine a la subasta de un barco de un velero de dos palos. Lo compré, pero resultó estar peor de lo que creía. Así que me quedé aquí arreglándolo y me quedé atrapado en la trampa. En esa época empecé a hacer algún que otro chárter.
— ¿Se hacían mucho chárters ya en los 80?
— Qué va. Prácticamente era el único. Había otro tipo, un inglés que tenía el Bárbara Jean, una goleta de madera de 14 metros. Era muy bonita y conocida, había postales y todo, saliendo del puerto con sus velas cangrejas.
— ¿Qué hizo con ese velero que compró en la subasta?
— Lo vendí en Canarias tras dos años arreglándolo. En esa época podías tener el barco en dique seco sin ningún coste en frente del Club Náutico, fíjate lo que ha cambiado la cosa. Ahora no hay ni atraques, lo que hay son atracos. Ibiza se ha convertido en lo más caro de Baleares, que ya es decir mucho.
— ¿Sólo de Baleares?
— Tan caro como esto sería la Costa Esmeralda, en Cerdeña... y poca cosa más. Esto en verano es más caro que Mónaco, San Tropez o Cannes. Ibiza ya está en esa élite. Era inevitable que sucediera antes o después.
— ¿Por qué era inevitable?
— Porque lo que ofrece Ibiza es insuperable. Una naturaleza privilegiada, la mejor meteorología de Baleares y una geografía en la que puedes encontrar muchas cosas en muy poco espacio. Es una isla muy bien hecha. Piensa que los fenicios sabían mucho y donde vinieron es aquí. Es una isla demasiado perfecta como para que no se masifique. Por eso era inevitable que sucediera.
— Esta masificación, aparte de inevitable, ¿es imparable?, ¿podemos seguir creciendo de esta manera?
— Lo que pasa es que hay que plantearse, de una vez por todas, poner límites. Somos una isla limitada y ya se está haciendo con el alquiler de coches, por que, lo que no se puede es dejar que se muera de éxito. Hay que aprender de los errores que han cometido en otros lugares y evitar que esto se convierta en un parque temático, como ha sucedido en Barcelona o Palma. Aquí en frente, en la Península, está llena de marinas con navegantes de esos que no tocan un barco en todo el invierno cuyo sueño es soltar amarres y venirse a Ibiza. La costa que hay aquí no se puede comparar con la que tienen allí en Levante. Además, suelen ser un perfil de gente a la que lo que les gusta no es navegar, es coger el barco para venir a los chiringuitos.
— ¿Cómo se ponen esos límites?
— Es muy complicado. Se pueden poner más boyas, por ejemplo, también está la solución de diques secos para embarcaciones más pequeñas. Lo que pasa es que hay que pensar a largo plazo. Plantearnos no que isla queremos para nosotros sino para nuestros nietos.
— ¿El mar sigue siendo el medio natural de los piratas?
— Hombre sí, ahora hay mucho chárter ilegal, que obviamente perjudica a los que trabajan de manera correcta. Viene mucha flota de alquiler de la Península para hacer la temporada aquí. Como no hay amarres, y son muy caros, los alquilan por las calas. No estoy seguro de si es legal, pero sí de que afecta a la gente de Ibiza que tiene su barco todo el año. Pero eso es algo muy difícil de solucionar mientras no se hagan más amarres y parece que no se van a hacer a corto plazo.
— ¿Alguna otra solución?
— A mí no me gustan, pero estoy convencido de que vamos camino de poner boyas por todos lados. Es una pena, pero es la única manera de limitar. Como hacen en Cabrera, allí caben 50 barcos, el que hace 51 ya no tiene sitio y debe marcharse. Es una pena, pero somos muchos y de alguna manera hay que limitar. Es complicado.
— ¿De dónde le viene su amor al mar?
— Yo nací en un pueblo de pescadores, Bermeo, y he mamado el mar desde que tengo uso de razón. Lo llevo en vena. Mi padre, Jesús, tenía un ‘gasolino' (una especie de llaüt) y salíamos a pescar por afición. Mis amigos del pueblo ahora son casi todos pescadores, muchos de ellos de altura, que van por todo el mundo.
— ¿Le gusta a usted pescar?
— No me gusta mucho, no. Desde que buceé con botellas y pude ver a los peces en su entorno natural, no he vuelto a pescar. En las travesías sí que puedo llegar a pescar.
— ¿Ha hecho muchas travesías?
— Sí. He ido hasta Noruega, los Fiordos, Escocia, Irlanda. La más larga fue desde Ibiza a Brasil. Con los alumnos del Stella Maris hemos hecho varias. Cada año organizamos una. Hemos ido hasta República Dominicana o alquilamos un barco en Cuba, Baja California o Nueva Zelanda (justo en las antípodas de Ibiza).
— Habrán tenido aventuras interesantes en esas travesías.
— Sin duda. En Baja California tuvimos un encuentro con cachalotes; habría unos 20 y nos aceptaron. Tiramos las piraguas y estuvimos con ellas, yo buceando, durante unas horas en puro éxtasis.
— Me está hablando de sus alumnos y todavía no me ha hablado de su escuela.
— [Ríe] El Stella Maris lo abrí hace unos 25 años con Diego Lopo, que es profe de Astronomía. Yo soy capitán de altura, me lo saqué por FP, pero ahora ya es una carrera universitaria. Fuimos la primera escuela de náutica, imagínate la de gente que habremos formado.