Maria Escandell (Formentera, 1947) llegó a Ibiza con tan solo 10 años desde su Formentera natal para ayudar a su tía en su trabajo como asistenta del farero de Sant Antoni. Desde entonces ha tenido la oportunidad de vivir la evolución de la isla desde el Sant Antoni que la vio crecer y desde Vila, donde ha estado viviendo las últimas décadas.
— ¿Dónde nació usted?
— Yo nací en Formentera, en Sant Francesc, soy de can Mariano Gallet, pero de muy niña me fui a vivir a Sant Antoni para ayudar a mi tía, María, que era la criada del farero de Sant Antoni, Blai Perelló.
— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi madre, Esperança, limpiaba casas y mi padre, Mariano Gallet, había sido pescador, trabajado en canteras para, al final, acabar trabajando en la única gasolinera de la isla.
— ¿Vivió usted en el faro con su tía y el farero?
— No. Yo llegué cuando el farero se jubiló. Se había hecho un chalet al lado y mi tía seguía trabajando para él. De hecho, lo hizo hasta que el farero murió. Entonces, mi tía volvió a Formentera con sus hermanas. Lo que pasa es que tuvo un accidente, creo que se cayó, se golpeó la columna, y se quedó con la espalda torcida. Así que yo vine para ayudarla a hacerlo todo. A comprar, a limpiar, también me llevaban al colegio, a las Trinitarias, y me enseñaban a coser y esas cosas que se enseñaban antes.
— ¿Vino a Ibiza obligada?
— La verdad es que me lo ofrecieron y para mí fue toda una alegría. Era como ir a descubrir América. Imagínate. Además, yo era una niña muy activa. Para que te hagas una idea de lo espabilada que era, con 10 u 11 años me iba yo solita desde Sant Antoni con al autobús hasta Vila para después coger el barco e irme a Formentera a visitar a mis padres. Cuando me cansaba de estar en Formentera cogía el camino inverso para volver a Ibiza. Aunque había varias barcas que hacían la ruta entre las dos islas, como La Joven Dolores, yo siempre iba en el Manolito. Mi padrino, Vicent, era el patrón y se hacía cargo de mí mientras estaba embarcada. El resto del tiempo no me controlaba nadie [ríe].
— ¿Qué recuerdos tiene de la Formentera de su infancia?
— No tenía absolutamente nada que ver con lo que es ahora. Mi madre me mandaba a comprar y yo iba caminando a una tienda que había camino de la Savina; yo sola por un camino y no había no coches ni nada. Ya te puedes imaginar. Si es que no había nada que hacer. Trabajábamos en casa, dando de comer a los animales y cuidando de las cuatro cosas que podíamos haber sembrado. Para entretenernos, aparte de cazar lagartijas, poca cosa había para hacer.
— ¿Qué Sant Antoni se encontró esa niña en 1957?
— Pues al principio todavía estaba bastante muerto. Un poco más tarde ya comenzó el boom del turismo. Los que se habían dedicado a la pesca, cogían la barca y se dedicaban a pasear a extranjeros por las calas; empezaron a abrir discotecas: el Capri, s'Illa Blanca, sa Guitarra... todo eso lo pisé yo [ríe].
— ¿Iba mucho de fiesta por Sant Antoni?
— Sí que me gustaba, sí. Pero no te pienses que era lo mismo que es ahora. En la entrada de Sant Antoni estaba la bolera. Allí había una pista de baile y tocaban los Basurons, que eran unos hermanos que tenían una banda de música. Creo que ya han muerto todos. No podíamos entrar en las discotecas, pero los hoteles organizaban bailes. Siempre venía una madre de alguna de las amigas que nos acompañaba y se hacía cargo de nosotras hasta la medianoche o la una de la madrugada. Piensa que teníamos 14 o 15 años y eso era algo normal, por mucho que ahora os parezca raro. De hecho es lo que haría falta [ríe]. Cuando fuimos un poco más mayores, con 16 o 17 años, ya veníamos a Vila, al Mar Blau... Si es que las corrimos todas [ríe].
— ¿Se veían drogas?
— No como ahora. Jamás se nos acercó nadie a ofrecernos nada. Además, era un tema un poco tabú para nosotros. Sabíamos que los millonarios consumían cosas, cocaína, opio y a saber qué más, pero no era lo nuestro y no veías a nadie por la calle de la manera que los ves ahora. No se vio nada hasta que llegaron los hippies.
— ¿Cuánto tiempo estuvo con el señor Perelló y su tía?
— Hasta que se murió. Yo ya tenía 19 años y ya tenía novio, así que me quedé en Ibiza y me casé con Jordi Carretera.
— ¿Cómo conoció a Jordi Carretera?
— Pues que venía de parranda a Sant Antoni con toda su colla: Fletxa, con Vicent Sabater... eran un montón. Siempre venían con el mismo taxista, Edo, que les llevaba y les recogía siempre.
— ¿A qué se dedicó en Ibiza?
— Pues me quedé, me casé y tuve tres hijos, Jordi, Nieves y Miguel, que me ha salido roquero, le llaman ‘Chachi'. También tengo dos nietos, Mar y Carlos.
— ¿Dónde ha trabajado?
— Al principio llevamos la tienda de la familia mi marido en Dalt Vila, Can Carretera, pero lo dejé cuando tuve a los niños. Cuando los niños ya crecieron empecé a trabajar en el souvenir Es Globo, allí estuve 13 años. Era uno de los primeros souvenirs y se vendían bolsos de piel de todo, de serpiente, de cocodrilo... ahora sería imposible. También se empezaron a vender las primeras copias de Louis Vuiton, que se escondían en los otros bolsos. Llegaron a caer unas cuantas multas. Más tarde trabajé para Can Partit, con ellos he llegado a estar hasta 38 años. Siempre como limpiadora. Aunque siempre toca hacer un poco de todo.