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«A mi abuelo le decían que se moriría de hambre»

Olga de la Cruz pertence a la tercera generación responsable de Las Arenas

Olga en Las Arenas, el negocio de su familia en Es Canar. | Toni Planells

| Ibiza |

Olga de la Cruz (Ibiza, 1980) pertenece a la tercera generación al cargo del primer establecimiento turístico de Es Canar, Las Arenas. Un negocio en el que, tras haber sido emprendido por sus abuelos, siguieron desarrollando su madre y sus tías. Hoy en día trabaja junto a sus hermanas Sofía y Eva.

— ¿De dónde es usted?
— Soy ibicenca, de Las Arenas. Aunque mi padre, Joan, es mallorquín, mi madre, María, es de aquí, de Las Arenas en Es Canar.

— ¿Qué es Las Arenas?
— Es el negocio familiar que pusieron en marcha mis abuelos, Pep, que era de Can March de Casetes, y Eulària, que era de Sa Fonda de Morna. A toda la familia nos llaman ‘de Las Arenas'. Mi abuela me contaba que, antes de abrirlo, había un bar en la playa de Es Canar. Allí la gente jugaba a las cartas y se tomaban algo. Mi abuelo, que tenía muchos hermanos, heredó una casa hecha polvo que acabó vendiendo para montar este negocio. Pero, de todo esto, solo te puedo contar lo que me contó mi abuela, mi madre o mis tías. La cuestión es que, poco a poco, fueron llegando los turistas y Las Arenas fue creciendo. En un principio no era más que el bar, pero enseguida hicieron el piso para alquilar habitaciones a los turistas, pero también a los trabajadores que empezaron a llegar para construir todos los hoteles. Según parece, a mi abuelo le decían que se moriría de hambre con este terreno, todo lleno de piedras.

— ¿Se convirtió en un negocio que implicó a toda la familia?
— Sí. Mis abuelos tuvieron seis hijas. Mi madre, María, era la mayor, pero al final todas acabaron trabando en el negocio familiar: Margarita, Lely, Pepita, Lina y Antonia. Mientras una se ponía en la recepción, otra limpiaba los platos y otra en el comedor. Mi abuelo hacía de sereno y se encargaba de hacer la compra que, por cierto, iba a hacer en taxi. Hoy en día Lina, Pepita y Lely siguen al pie del cañón junto a mis hermanas, Eva y Sofía y yo. Mi otra hermana, Anna, al igual que mis primos, han tomado otros caminos laborales relacionados con sus estudios.

— Un negocio muy femenino, ¿ese es el secreto de su éxito?
— No te sabría decir. A lo mejor, el secreto, es más haberlo mamado desde pequeñas. Somos todo mujeres porque nacimos mujeres, pero si hubiéramos nacido hombres, estoy segura de que sería lo mismo.

— ¿Qué recuerdo guarda de Las Arenas en su infancia?
— Pues que era una fiesta. Cuando veníamos los domingos y nos comíamos el helado era todo un acontecimiento. Lo que es trabajar en serio, empecé cuando dejé de estudiar, a los 16 años. Mi padre me dejó claro que si no estudiaba, había que trabajar. Así que hicimos la parte de pastelería y me puse a trabajar aquí con mi madre y Sofía, mi hermana.

— ¿A qué colegio fue?
— A la Consolación. Tengo muy buen recuerdo de esa época, me lo pasaba pipa. Guardo un recuerdo muy especial de una de las profesoras, Carmen. Era muy dulce y cariñosa. También me acuerdo de alguna trastada que hacíamos. No recuerdo el nombre, pero había una monja que era muy mayor y le tocábamos el timbre a la hora de comer. La pobre, con lo que le costaba, tenía que levantarse y, cuando llegaba, ya nos habíamos ido corriendo. También me acuerdo de los del Seminario, que nos tiraban huevos y se metían con nosotras. Nos llamaban ‘las consoladas' y solían decir eso tan típico de ‘¡que se te ha caído un cuadro!' refiriéndose a los cuadros característicos de la falda del uniforme de la Consolación.

— ¿Qué tipo de turismo va a Las Arenas?
— Todo tipo de gente. Sobre todo gente muy buena, pero también otra que no tanto. El turismo ha ido cambiando durante los años. Aquí no viene el típico turismo hooligan, ya se sabe que, a partir de Santa Eulària, el turismo ha sido siempre más familiar. Hay mucho holandés y alemán, pero sobre todo ingleses. Ya te digo que gente tranquila. En agosto también viene mucho español, pero siempre con un perfil tranquilo, nada de fiesteros.

— ¿Es el tipo de turismo que repite año tras año?
— Sí. A día de hoy sigue viniendo gente que nos ha visto desde que éramos pequeñas. Hace unos años vino una pareja que hacía muchos años que habían venido de luna miel aquí. Cuando les dije que yo era la nieta de Pep y Eulària, se emocionaron. Creían que esto ya no existiría, que lo habríamos vendido o algo y se alegraron muchísimo de ver que las nietas de los fundadores seguimos llevando el negocio. A nosotras, a mis hermanas y a mí, también nos emociona ver que viene gente que vino antes de que naciéramos. Que nos cuenten que conocieron a mis abuelos, que estuvieron aquí hace tantos años, es muy bonito.

— Se trata de un negocio de temporada, ¿a qué se dedica en invierno?
— En invierno estamos más tranquilas. Suelo descansar. Abrimos para en Imserso, que es un público que me gusta mucho y que nos da mucha vida. Nos cuentan sus batallitas y hay algunos que se han dedicado a lo mismo que nosotras y nos cuentan sus historias y nos dan sus consejos. He aprendido mucho también con ellos.

— ¿Cómo ve el futuro de este negocio familiar?, ¿habrá cuarta generación al cargo?
— Mis hermanas tienen hijos. Así que el día de mañana, si ellos quieren, podrán ser la cuarta generación en el negocio. Los bisnietos de los fundadores.

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