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«Le arranqué la oreja de un mordisco a un cura»

Quique Ramon fue bicampeón de Baleares como entrenador de balonmano

Quique Ramon en Vila tras la charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

| Ibiza |

Quique Ramon (Palma de Mallorca,1950) dedicó su vida profesional a trabajos administrativos en Iberia. Oficio que combinó con su vocación como profesor de gimnasia y entrenador de balonmano en Sant Antoni, llegando a ganar durante dos años consecutivos el campeonato de Baleares.

—¿Dónde nació usted?
—En Palma. Piensa que, cuando nací, en Ibiza solo estaba el Doctor Alcántara y, en aquellos tiempos, si no se moría el bebé, se moría la madre. Como yo o mi hermano, hay mucha gente que, sin dejar de ser ibicencos, nacimos en Palma: Bartolo de ses flors o Alonso de Almacenes El Águila, por ejemplo.

—¿De qué casa es su familia?
—De Can Lavilla. Un nombre que viene de Granada con una historia un poco larga. Resulta que un antepasado mío, Federico Lavilla González-Turija, era militar y muy amigo de Salmerón (presidente en la I República). También era muy mujeriego, lo que le llevó a retarse en un duelo a muerte con otro hombre que ganó él. Como mató al otro hombre, le acabaron desterrando a Ibiza. Una vez aquí fue diputado provincial y alcalde de Vila a finales del siglo XIX. También fue accionista principal de las minas de s'Argentera hasta que se inundaron y se arruinó. Eso sí, pagando lo que debía a todos los trabajadores. Su casa es la que está justo debajo del Seminario, que la familia acabó vendiendo a unos alemanes que, cuando murieron, se la dejaron a la familia que trabaja allí para ellos. La familia de Adrián Rosa.

—¿A qué se dedicaron sus padres?
—Mi madre, a sus labores. Mi padre fue militar. Estuvo a punto de morir fusilado en El Castillo. Se salvó gracias a un ‘Xec' que conoció unos días antes en el hospital (en La Consolación), donde estaba tras una gran paliza que le dieron. Le avisó de lo que iba a pasar y de que tenía un plan para salvarle. Cuando les llevaban de camino al Castillo, alguien le empujó desde un muro y cayó en un gallinero donde estuvo escondido tres días. Tras eso, estuvo en la Guerra Civil, en el Frente del Ebro y acabó licenciándose como militar en la Academia de Zaragoza. Luego se fue con Franco a la Guerra de Sidi Ifni y a Alemania a luchar en la II Guerra Mundial. Volvió hecho un asco. Mi abuela ya lo daba por muerto. Desde entonces, le destinaron a puestos más administrativos y tranquilos.

—¿Dónde creció usted?
—De niño, crecí en las viviendas que construyó ‘Patriciet' en la calle Aragón hasta los nueve años. Mi madre era clavada a Ava Gadner: guapísima y sofisticada y eso no gustó en la familia así que, por presiones familiares, mis padres se acabaron separando eclesiásticamente en 1959. Entonces nos mandaron a mi hermano y a mí al internado de La Salle a Mallorca, donde estuve hasta los 14 años. Entonces, mi hermano se quedó con mi madre y yo con la familia de mi padre. Cuando acabé la reválida tras hacer cuarto, me mandaron a los Dominicos, a Valencia, donde estuve hasta sexto, cuando me expulsaron del colegio.

—¿Qué hizo para que le echaran de los Dominicos?
—Le arranqué la oreja de un mordisco a un cura maño que se llamaba Casimiro. Mi padre le había mandado una carta al director, el padre Larreaga, dándome permiso para pasar el fin de semana en casa de mi amigo Moncho. Cuando estaba preparando la ropa para irme, entró Don Casimiro y me preguntó que dónde me iba. Yo le dije que a él qué le importaba. Total, que me pegó una hostia, yo se la devolví y acabamos peleándonos hasta que le pegué un bocado en la oreja. Sangraba como un cerdo (ríe). A él le destinaron a otro lugar y a mí me echaron. Las cosas funcionaban así entre curas. En La Salle estaba este que era violento, pero también había un par de curas que se dedicaban a toquetear a los niños. Me acabé sacando sexto y la reválida por libre, jugándomela a un examen.

—¿Siguió estudiando?
—Sí. Me fui a estudiar a Madrid. Quería hacer Químicas, pero lo que hice fue disfrutar (ríe). Me acabé sacando la carrera de Turismo y de Peritaje Mercantil. Como me despisté a la hora de pedir la prórroga, me tocó ir a hacer la mili a El Aaiún, al Sahara español. Fue durísimo. Allí estaban los ‘pistolos', los de artillería o infantería, y nosotros, ‘los polis', que éramos la Policía Militar y Civil. Allí pasé 15 meses menos ocho días.

—Al volver a Ibiza, ¿se puso a trabajar?
—Sí. Nada más llegar, como hablaba inglés y francés, unos familiares míos me propusieron trabajar como botones en el hotel Los Molinos. ¿De botones?, ¿Con 20 años? Les dije que ni hablar, que ya me buscaba yo la vida, así que me puse a trabajar en una agencia de viajes que acabé llevando yo solo. Un amigo y yo alquilamos un piso en Sant Antoni, encima del Tiburón, para poder llevarnos a los ligues que nos hacíamos yendo de ‘palanca'. El dueño del piso trabajaba en Iberia y me propuso entrar a trabajar allí con él. Accedí y estuve trabajando en Iberia 38 años, hasta que me jubilé con 58 años. Allí estuve de administrativo hasta que me hicieron supervisor.

—Su vida profesional, ¿transcurrió siempre en Iberia?
—No. También estuve como profesor de gimnasia. Me saqué el título de monitor provincial y nacional. Estuve siete años en el colegio de Sa Graduada de Vara de Rey, en Sant Antoni. Allí fuimos campeones de Baleares de balonmano durante dos años seguidos, ganando a los señoritos de Juan XXIII. Nosotros éramos los más payeses, de hecho, nuestra equipación solo llegaba a la camiseta. Cada uno llevaba el pantalón y los calcetines que podía, todos de distinto color. Para entrenar a los chicos para la final, invité a algunos de los amigos que hice en La Salle. Total, que en la final nos enfrentamos a La Salle. El entrenador todavía era el hermano Tarsitio, que ya estaba allí cuando yo iba al colegio. Cuando me vio, antes del partido, me dijo que no había color. Yo le dije que lo estaba pintando (ríe) y, finalmente, les acabamos ganando en 1975 y en 1976. Entrené hasta que me separé de mi matrimonio, estuve casado cuatro años y medio y tuve a mis dos hijos, Sara y Quique. Ahora, mi mujer es Carmen.

—¿A qué se dedica tras la jubilación?
—Ahora me dedico al deporte de la barra (ríe). También a viajar, voy mucho a ver conciertos, por ejemplo. El último que hice fue a Galicia a ver a Joaquín Sabina, pero lo suspendió, así que voy a volver el mes que viene. También mantengo el negocio de las hamacas que puse en marcha hace unos años, cuando la crisis de los bancos, que no daban nada de interés, así que decidí invertirlo en unas cuantas playas.

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