El apodo con el que se conoce a Juan Nieto (Vila, 1966), Katufo, pone en contexto a quien es uno de los hijos de Josefa, que vendió palomitas de maiz y chucherías a distintas generaciones en un portal de la avenida España. Sin embargo, la generación de ‘Katufo', cuya adolescencia transcurrió durante los años 80, fue víctima de la pandemia de la heroína, que desembarcó en la isla dejando atrás a no pocos de sus amigos y compañeros de generación.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en la Vía Púnica. Soy el segundo de tres hermanos. José es el mayor y Lucía es la pequeña. Mis padres eran Antonio y Josefa.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre era alicatador y mi madre, aparte de dedicarse a la casa, era la que llevaba el famoso puesto de las catufas que había en un portal de la avenida España. Antes que ella había otra catufera que se lo traspasó, pero no soy capaz de recordar su nombre.
—Entiendo que, durante su niñez, no le faltaron las catufas.
—Ni las catufas ni las golosinas. Así me quedaron los dientes de esta manera (ríe). Pillaba todo lo que podía. Lo que me dejaban mis padres por un lado y, por otro, todo lo que me podía ir agenciando bajo mano. La verdad es que se podría decir que crecí en ese portal.
—¿Creció entre catufas y golosinas?
—Así es. Aparte del colegio, fui a Sa Bodega, me crié en esa escalera, comiendo golosinas, catufas y jugando con los amigos con esos soldaditos verdes de plástico que estaban de moda entonces. Los recuerdos de mi infancia van todos en este sentido. Los amigos que se me arrimaban para pillar golosinas y catufas en el puesto de mi madre, juegos por la calle y animar al Ibiza cuando el campo estaba en el barrio. Sin embargo, nunca llegué a jugar al fútbol. Yo era más de bicis, motos, de música.
—Tras su paso por Sa Bodega, ¿siguió estudiando?
—No. Cuando terminé el colegio estuve trabajando unos años con mi padre hasta que me tocó hacer la mili en Tenerife. Sin embargo, el trabajo con mi padre, de alicatador, más que un trabajo, era un castigo: o te pasabas todo el día cara a la pared, o te lo pasabas de rodillas (ríe).
—Al volver de la mili, ¿se puso a trabajar?
—La verdad es que poco. Nunca me ha gustado trabajar (ríe), por eso duraba bastante poco en los curros. Aunque sí que estuve montando bastantes escenarios para conciertos y cosas por el estilo por Madrid y por toda España. Yo era de la pandilla de punks que había en Ibiza, nos juntábamos en el bar Granada, allí nos tomábamos nuestras litronas tranquilamente, sin apenas bullas y sin meternos con nadie. Eso sí, como dábamos un poco la nota, la gente se pensaba que éramos más malos de lo que éramos. Éramos buena gente. Pero esto fue antes de que me enganchara con las putas drogas.
—¿Cómo recuerda la época de los 80 y las drogas?
—Fue una época muy chunga. Estuve enganchado al caballo unos 15 años. Al principio empecé esnifando, pero eso es carísimo y, al final, todos acabamos inyectándonos, que es más barato y efectivo. Perdí amigos, perdí contacto con parte de mi familia... Cuando estás enganchado tu única familia es la droga. No ves nada más. Menos mal que mis padres eran muy buenas personas y me ayudaron a salir de todo eso. Eso sí, me costó otros 10 años salir de la metadona. Es más duro el mono de la metadona que el del caballo.
—¿Sabían dónde se metían cuando empezaron a tomar heroína?
—¡Para nada!. No teníamos ni idea. Creíamos que sería lo mismo que fumarse un porro y, cuando nos dimos cuenta, ya estábamos todos enganchados. A poco que tomes ya te enganchas, a no ser que tengas la suerte de que la primera vez te siente muy mal y no quieras nunca más. Pero cuando caes, si no te lo pide el cuerpo te la pide la cabeza y es una lucha constante. En realidad, el mono no es para tanto, un par de días y ya está. El peor mono es cuando te vuelves a relacionar con la gente, todo el mundo te mira de esa manera y es normal. Cuando llevas tanto tiempo metido en esa mierda no te puedes esperar otra cosa.
—¿Cree usted que las nuevas generaciones están en peligro de volver a caer en la adicción a la heroína?
—Yo creo que no. Más que nada porque las drogas que hay ahora son muy distintas a las de entonces. Ni siquiera el caballo es lo mismo que era antes, ahora está cortadísimo y no tiene que ver con lo de antes. Sin embargo, sigue habiendo mucha gente enganchada. Lo que pasa es que, gracias a la metadona, no se les ve tanto como antes, cuando pasaban el mono sin ningún tipo de ayuda y pasaba lo que pasaba.
—¿Mantiene alguna adicción?
—Ya, apenas ni siquiera bebo. Eso sí, la música y los conciertos son una adicción de la que no pienso quitarme.
—¿Recuerda su primer concierto?
—Sin duda. Yo tenía 16 años, era 1982, el año del mundial, y mi hermano me llevó a Madrid, al Vicente Calderón para ver a los Rolling Stones. Como yo era menor de edad, nos las apañamos para meterme entre los mayores y que nadie de los de seguridad se dieran cuenta. Aunque los Stones nunca fueron mi grupo favorito, fue una auténtica pasada. Debe ser uno de los más grandes que he ido, y mira que no he parado de ir a conciertos desde entonces. El último en el que he estado ha sido hace poco, en el Azquena, donde he podido ver a Rancid y a Iggy Pop.