Joan Cardona Frit (Cap d'es Falcó,1957) desprende rudeza y buen humor a partes iguales. Con una vida dedicada a la construcción, Joan también ha cultivado sus aficiones: la caza, la pesca y las bromas rudas que ‘heredó' de su tío, Toni Frit.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Ses Salines, rodeado de mosquitos en Cap d'es Falcó. Allí, cuando se ponía el sol, los mosquitos te quitaban hasta los calzoncillos. Vivíamos en la casa que hay justo antes de lo que hoy es el restaurante. Mis padres, Joan ‘Frit' y Eulària de Sa Rota tenían la casa alquilada a una mujer cuyo ahijado la acabó perdiendo jugando al ‘munti' en Can Rafal. Pagábamos 500 pesetas de alquiler por todo el año. Me acuerdo que, cuándo íbamos a pagar el alquiler anual, siempre le llevábamos un buen pollo a la señora.
—¿Creció en ses Salines?
—Así es, recuerdo que mi abuela me llevaba en bicicleta por las motas estanques de ‘Sa Longanissa'. En los estanques de ‘Es Pollet' pescaba gambas con un ‘salabre' al lado una torreta redonda de piedra que sigue estando allí. Sa torreta d'es moro la llamábamos y es que, según contaban, era porque allí enterraron a un moro que habían matado hacía muchos años. Crecí mientras me comían los mosquitos.
—¿Era muy duro el tema de los mosquitos en Cap d'es Falcó?
—Era lo más duro, sí. Piense que entonces no se fumigaba ni nada. Para que se hagas una idea: cuando se hacían las cinco de la tarde, teníamos que encender una hoguera delante del corral del cerdo. Se quemaba savina verde para que no se lo comieran los mosquitos. Le dejaban toda la espalda roja y pelada de sangre. Cuando llovía era lo peor, había tantos mosquitos que no podíamos ni respirar. Nos apañábamos haciendo hogueras o estando en la cocina pero, al final, llega un momento que te han picado tanto que te llegas a acostumbrar.
—¿Hasta cuándo vivió en Cap d'es Falcó?
—Hasta que tuve unos ocho o nueve años y comenzamos a hacernos nuestra casa en Sa Rota de s'Argenter, donde la familia de mi madre tenía unas tierras. Cada mañana nos levantábamos de madrugada para llegar al alba a los terrenos y aprovechar todo el día, pasando por donde después construyeron los apartamentos Don Pepe.
—¿Su padre era salinero?
—Así es, trabajó allí durante muchos años. Lo dejó cuando cambiaron los vagones del tren por tractores. Fue poco después de que nos mudáramos a Sa Rota de s'Argenter. Entonces se fue a trabajar a la tienda de Can Manyà, llevando un motocarro con el que llevaba el material, sacos de pienso por ejemplo, a los clientes de la tienda.
—¿Iba al colegio?
—Sí. Cada mañana iba caminado desde Cap d'es Falcó, rodeando la montaña, hasta el colegio de Ses Salines. Que es el edificio que hay en el parking de la playa. Yo me llevaba la comida, porque no me daba tiempo a ir y volver de casa para comer al medio día. ¡Para lo que aprendí, no sé si valió la pena! (ríe). Cuando nos mudamos, igual: entonces empecé a ir al colegio a San Francisco donde ahora está el restaurante La Sal y cada día pasaba por un caminito que rodeaba el aeropuerto mientras lo estaban construyendo.
—¿Qué recuerdos tiene del colegio?
—Que tenía de maestro a don Mariano Villangómez. Me acuerdo que se compró una Bultaco y los niños, que éramos unos cabrones, le poníamos una marcha en la moto. Era tan asno que no era capaz de arrancarla: al darle la patada para encenderla, la moto pegaba un salto que no veas [ríe]. En el colegio no teníamos ni baño ni agua: meábamos y cagábamos en los setos y cada uno tenía que llevarse su ‘marratxeta' (una especie de ‘bota' de vino pero con agua) para poder beber. Una vez un compañero, Toni Bonet, le ‘meó' con la ‘marratxeta' el pantalón del profesor. Pero claro, el chorro de agua quedó marcado en el cemento del suelo desde el pantalón de don Mariano hasta el asiento de Bonet. Por mucho que dijo que él no había sido acabó castigado de rodillas sobre ese suelo. Eso era mortal, el suelo no se barría nunca, estaba lleno de salobre y era como arrodillarte sobre gravilla. Cada vez que los mayores me hacían pasar por la acequia y llegaba lleno de barro y lodo hasta las orejas, me ponía de rodillas a mí, por burro, y a los mayores que me habían ‘animado' a pasar por allí [ríe].
—¿Cuándo empezó a trabajar?
—A los 14 años. Mi primer trabajo fue en Zumos Naturales. Tenía que entrar en la oficina sustituyendo a Serafín cuando se fuera a la mili. Mientras tanto, me pusieron en el almacén moviendo cajas. Como Serafín se fue pidiendo prórrogas y no me gustaba eso de mover cajas, solo duré unos seis meses.
Un día, volviendo a casa me encontré a Toni ‘Duminguet', que estaba construyendo un chalet, y me ofreció trabajar con él. Aunque no sabía ni llevar una carretilla, le dije que sí. Desde entonces, trabajé toda la vida en la construcción con Toni ‘Duminguet'. Mientras tanto, conocí a Trini, una sevillana con la que me casé en el 78. Dos años después tuvimos a Adrián, que tiene a mi nieta Lilo, y a nuestra hija pequeña, Davinia.
—¿Ha cultivado alguna afición?
—Sí, mis aficiones siempre han sido la pesca, la caza y hacer putadas [ríe]. Esta última afición la llevo en la sangre. Mi tío, Toni Frit que era un verdadero maestro. En una ocasión, sus amigos aprovecharon que se había echado la siesta después de ir a pescar para llenarle los huevos de alquitrán y lo dejaron allí solo. Cuando se despertó, solo y con los huevos embadurnados de alquitrán, se los limpió con paciencia y, una vez limpio, cogió el alquitrán y se embadurnó la cara. Como él ya sabía que sus amigos no habrían vuelto a sus casas, se presentó en la del más celoso de la ‘colla'. Cuando salió su mujer, él le pidió que le ayudara a limpiarse el alquitrán. Imagínate la cara del amigo cuando, al volver a casa, su mujer le echara la bronca por haberle manchado así a su amigo y ¡por haberle tenido que ayudar a limpiárselo! [ríe].
—Esta es de su tío, pero seguro que usted también tendrá las suyas.
—¡Ya lo creo! Pero no puedo contarlas todas [ríe]. Es que era un bestia. Una vez mi tío Pep me dijo que era imposible levantar por las orejas a un hombre tumbado en el suelo. Le propuse hacer la prueba y levantándole de las orejas (entonces yo estaba muy fuerte) de repente escuché un chasquido en una de ellas. Se le rajó media oreja entera [ríe]. A otro, de la cuadrilla de albañiles, le habían hablado de ‘hacer el avión' y me dijo que un día teníamos que hacérselo sin saber de qué hablaba. Así que un día se lo hicimos. Me hizo jurarle que no le haríamos daño, eso sí. Miquel Carbassó, mi tío Pepe y yo le pusimos los pies en un bloque en los pies para inmovilizarlos, ellos dos le pusieron los brazos en cruz, como un avión, y se los sujetaron y yo me bajé los pantalones y le restregué el culo en la cara hasta que sentí sus dientes rascándome el agujero [ríe]. Cada vez que lo veo le digo que tiene que renovarse el carnet de aviación [más risas].