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«¡No nos perdíamos ni un baile!»

Catalina Ribas, aunque se define como ama de casa, dedicó parte de su vida a la costura

Catalina Ribas en Sant Antoni tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

| Ibiza |

Catalina Ribas (Sant Rafel, 1937) creció en un Sant Rafel muy distinto al de hoy en día. A sus 86 años recuerda con simpatía como, más allá de los cambios estructurales, han cambiado las costumbres y los hábitos de la sociedad ibicenca a lo largo de los años.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Sant Rafel. Soy de Can Portmany, mi padre era Pep Portmany y mi madre era Maria de Can Pepet. Yo era su única hija.

— ¿Vivió siempre en Sant Rafel?
— No. Cuando era muy pequeña estuvimos viviendo unos años en Dalt Vila, cerca del Seminario. Eran esos años de miseria y para que yo no pasara hambre mis padres subían hasta el Castillo, donde estaban los militares. Allí los soldados solían vender los panecillos para poder comprarse tabaco. De esta manera, yo no pasé hambre. Sin embargo, en Vila, estuvimos muy poco tiempo y volvimos a Sant Rafel cuando yo todavía era muy pequeña.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi madre a cuidar de la casa y mi padre trabajaba en lo que podía. Principalmente en la construcción. Él había estado muchos años, 14, en Nueva York. Se quedó huérfano con tres años y ni siquiera conoció a sus padres. Se crió con sus hermanas mayores y cuando creció un poco se marchó a América con sus hermanos, Joan y Toni. Joan se quedó a vivir allí para siempre y Toni y mi padre volvieron años más tarde. Hablaba inglés perfectamente y siempre me he arrepentido de no haberle pedido que me enseñara.

— ¿Fue al colegio?
— Sí, cuando volvimos a Sant Rafel fui con varias maestras. De la única que me acuerdo es de una maestra mallorquina que se llamaba Doña Matilde. También aprendí a coser, en el mismo Sant Rafel, en Can Parentona, la casa de mi prima. Allí aprendí a coser lo justo para ponerme a ganar algún canet justo cuando salió lo del ‘punto canario', que también aprendí a hacerlo. Acabé cosiendo durante un tiempo hasta para la moda Adlib.

— Entonces, creció en Sant Rafel, ¿no es así?, ¿qué recuerdos conserva de su pueblo durante su niñez?
— Sí, crecí en Sant Rafel. Nos juntábamos una buena colla de amigas: las de Can Batlle, de Can Niculau, Maria d'es Taulell, Pepa de Can Pepis… Cada vez que había algún muerto nos juntábamos todas para ir al velatorio, que entonces se hacía en la casa del fallecido. Daba igual si lo conocíamos o no, la cuestión era aprovechar cualquier excusa para salir, juntarnos, pasear juntas y, después, irnos a misa [ríe]. ¡Si es que nos pasábamos todo el tiempo en casa entre las cabras, las gallinas y demás animales! [risas].

— Los eventos religiosos eran casi eventos sociales.
— Sí. Entonces era muy distinto a lo que es ahora. Durante la semana no salíamos de casa e ir a misa era el único entretenimiento que teníamos. Ahora no podría hacerse, pero entonces, todos los domingos al salir de misa paseábamos todos por la carretera durante más de una hora, no pasaba ningún coche, claro. En los otros pueblos esto no sucedía, al salir de misa la gente se iba a comprar algo a la tienda o se marchaba a casa. Lo del paseo tras la misa solo se hacía en Sant Rafel y venía gente de los otros pueblos; paseando veíamos a los muchachos que venían de fuera, la que podía festejava y la que no, miraba [ríe].

— Usted, ¿'festejava' o miraba?
— [Ríe] También venían a casa los jóvenes a festejar. Venían cuatro o cinco e iban de casa en casa a charlar con las chicas. Con el tiempo ya acabó por venir solo uno [ríe], Pep de Sa Rota, con el que ya empecé a festejar en serio cuando yo tenía 14 años. Estuvimos de novios hasta que nos casamos, cuando yo ya tenía 27. Tuvimos a Pepe y a Cati, que tienen a mis nietos Josep Albert y Marta, y Marina y Joan Marc respectivamente. Por cierto, me casé vestida de blanco en unos tiempos en los que todavía no era muy común hacerlo. Me hizo el vestido la Mestra Cala en Vila. Incluso hicimos un álbum de fotos, que tampoco era muy común.

— Tuvo un ‘festeig' muy largo, ¿no es así?
— Bueno, lo que tardó en construir nuestra casa en sa Vorera. Mientras tanto, nos dio tiempo a conocernos, sí [ríe]. Cuando salíamos a pasear, lo hacíamos con una ‘manada' de jóvenes que íbamos juntos, cada cual con su pareja, y detrás iba la ‘manada' de mujeres mayores observando todos los movimientos [ríe].

— ¿Ha cultivado alguna afición?
— Sí. Siempre me ha gustado ir a bailar. Cuando éramos jóvenes no nos dejaban bailar, pero nos juntábamos unas cuantas parejas en casa de unos u otros, poníamos música con un tocadiscos y allí bailábamos todos. Una vez tuvimos a los niños mayores, Pep y yo nos volvimos a aficionar al baile. Íbamos a los bailes de todos los pueblos. Los jueves había baile en Santa Gertrudis, los martes en Sant Jordi y los fines de semana en Sant Antoni, en Sant Llorenç o en Can Poll, cerca de Sa Cala. ¡No nos perdíamos ni un baile! [ríe].

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