María Riera (Santa Gertrudis,1931) ha pasado toda su vida en el pueblo que la vio nacer, Santa Gertrudis. Su testimonio parte de una época en la que en de Santa Gertrudis, como en el resto de la isla, reinaba una miseria que no puede dejar de comparar con la abundancia que, bajo su mirada, disfruta hoy el pueblo en el que ha vivido sus 92 años de vida.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Santa Gertrudis, en la casa que he estado toda la vida, en Cas Ferrer. Delante de donde ahora están los bares. Allí también nació mi hermana mayor, Francisca, y mi hermano mellizo, Toni. Mis padres eran Toni, d'es Funol de Sa Plana, una casa en las afueras de Santa Gertrudis, y Francisca de Cas Ferrer.
—Por el año en que nació, usted viviría años difíciles.
—¡Y tan difíciles! Sin embargo, solo tengo recuerdos de cuando ya había terminado la Guerra Civil. Yo era una niña muy pequeña. Apenas recuerdo cuando iba al colegio, que es el mismo que hay ahora, pero entonces era más pequeño y nos tenían a las niñas por un lado y a los niños por otro. Las maestras eran distintas cada dos por tres, las traían siempre de fuera, de Palma o de Barcelona. También íbamos alguna vez a Vila en el carro de mi padre. Como en el pueblo no había nada teníamos que ir hasta allí para comprar según qué cosas. Cada vez que íbamos era un acontecimiento, aunque no solíamos ir toda la familia junta; un día íbamos unos y otro día iban los otros, según nos cuadrara el trabajo en casa.
—¿Recuerda los ‘años del hambre' durante la Postguerra?
—Claro. No hay comparación con lo que vivimos hoy en día. Las tiendas apenas tenían nada que vender. Pero es que, aunque tuvieran algo, la gente no tenía dinero para comprar. No había más que miseria. Era otro mundo y ya se sabe: la miseria solo trae miseria. En casa teníamos la suerte de tener tierra en la que trabajar y poder sembrar y hacer matanza cada año. Por lo que, gracias a Dios, no puedo decir que pasáramos hambre.
—¿A qué se dedicó?
—A la casa. A ayudar primero y cuidar después de mis padres. Y es que en casa, aparte de mis padres, también vivía mi tía y, entre mi hermana y yo, nos dedicábamos a cuidarles. Yo no me casé nunca, mi hermana sí, pero lo supo hacer ligar todo para venir a casa a ayudarnos. Mi madre también cosía; yo la ayudaba y logré ganar algo de dinero cosiendo.
—Ha visto cómo su pueblo ha cambiado muchísimo durante su vida, ¿no es así?
—Ni os lo imagináis. Antes era muy pequeño y nos conocíamos todos, los de Can Pep Blai, los de Can Escandell… Todos somos conocidos de toda la vida. Era un pueblo bastante tranquilo y solitario. Solo había un coche en todo el pueblo. Ahora, en cambio, salgo a la calle y veo a mucha gente, pero la verdad es que no conozco a nadie. Como mucho, a una de cada cien personas de las que me cruzo. Sin embargo, creo que ahora hay más cosas buenas de las que había antes. Es cierto que hay muchas cosas que no me gustan, pero, en general, es indudable que el pueblo ha mejorado. Como toda Ibiza en general. De la misma manera que la miseria solo trae miseria, la abundancia también trae más abundancia. ¡Bastante miseria vivimos ya durante aquellos años! La juventud de hoy en día no puede ni imaginar lo que vivimos entonces.