Pepe Escandell, Pep ‘Porrassines', (Formentera,1976) ha vivido toda su vida en Formentera. Se crio entre sabinas y rocas en es Caló, en el kiosco que pusieron en marcha sus padres en 1978 y que mantuvieron hasta 2007.
—¿Dónde nació usted?
—Tenía que haber nacido en Ibiza, pero nací en casa, en Can Porrassines, en es Caló de Formentera. Somos pocos los formenterenses de mi generación que nacíamos en Formentera, nuestras madres iban al hospital de Ibiza para parir, pero yo me adelanté una semana. Al parecer, mis hermanos, Francisca y Joan, me dejaron el camino fácil para salir (ríe).
—¿Quiénes eran sus padres?
—Mi madre es Maria ‘de Sa Barda' y, mi padre, Miquel ‘Porrassines'. Mi padre había sido carpintero pero, poco después de haber nacido yo, en 1978, abrieron un kiosco en Ses Platgetes de es Caló, en ‘sa Platgeta Grossa. Aunque se llamaba kiosco Tramontana, todo el mundo lo conocía como el kiosco de ‘ses Platgetes'.
—Entiendo que su infancia irá directamente relacionada con ese kiosco familiar.
—Sin duda. Allí he aprendido a nadar, a pescar, a bucear, he visto a los primeros turistas… Estaba todo el día en la playa con los amigos, buceando, nadando o pescando en el muelle. También cogíamos la bicicleta para ir a hacer el gamberro por ahí. Entonces, un niño podía moverse por Formentera en bicicleta sin peligro, no como ahora. Eso sí: a las 12 tenía que estar en casa para comer e ir a echar una mano al kiosco antes de que empezara a haber demasiado trabajo.
—¿Trabajaba en el kiosco desde niño?
—Hoy en día lo llamarían explotación infantil, pero entonces era echar una mano en el negocio para que la familia saliera adelante. Mis hermanos son mayores y lo que me tocaba a mí era lavar los vasos. Cuando todavía no llegaba a la pila, me subían a un cajón. Sin embargo, considero que tuve una infancia privilegiada. Crecí nadando y buceando en es Caló cuando la costa estaba llena de vida. Pescabas pulpos y ‘rascasses' casi sin querer y ‘rallábamos' las ‘salpes'. También teníamos un pequeño bote allí mismo con el que ir a ‘fer es raors' o cualquier cosa. Recuerdo que hacíamos carreras de ‘xalanes i bots' cada año y todos los vecinos nos juntábamos para hacer una buena torrada.
—Viviría mil anécdotas desde el kiosco de su familia.
—Muchísimas, sí. Sobre todo cuando venía mar de tramontana y había rissaga. Aunque haya muy poco fondo, las olas y la corriente te arrastran hacia adentro. Una vez, en estas condiciones, había una mujer que pedía ayuda y salió un ‘cachas' a ayudarla. Se tiró al agua de panza pensando que había fondo y acabó rebotando por las rocas y con el cuerpo lleno de pinchos de ‘bogamarins' (ríe). A la mujer la pudimos ayudar nosotros con tan solo estirar el brazo para darle la mano. Con las olas, también era habitual que las mujeres perdieran el bikini y eso también era, de alguna manera en esos tiempos, un espectáculo.
—¿Dónde iba al colegio?
—A Sant Francesc. Más que nada porque allí tenían comedor y en Sant Ferran no. De esta manera, al volver del colegio, donde íbamos y veníamos en autobús, ya habíamos comido y en casa mis padres podían seguir trabajando.
—¿Había piques entre los chicos de los distintos pueblos?
—Siempre ha habido piques. Pero solían ser piques sanos. Además, los de la Mola, los ‘virots', siempre fuimos todos a una y estuvimos todos muy unidos. Sí que es verdad que hacíamos alguna que otra trastada. Una vez nos encontramos un mono de trabajo en medio del campo. Lo rellenamos de hojas secas, le colocamos algo a modo de cabeza y lo dejamos al lado de la carretera. Cada coche que pasaba acababa pegando un frenazo para acabar maldiciendo a quien lo hubiera dejado allí. Lo mejor fue la madrugada siguiente: dejamos el muñeco allí tirado y un cazador se lo encontró en plena noche cerrada. Todavía recuerdo la bronca que nos echó ese señor (ríe).
—¿Siguió estudiando al terminar el colegio?
—Fui al instituto y, cuando llegó en momento de ir a la universidad, decidí que era una tontería hacer perder dinero a los de mi casa para eso. Así que hice la mili (nueve meses de fiesta en Ibiza) y me puse a trabajar como electricista. Empecé como ayudante con Vicent Sala y, con el tiempo fui haciendo distintos módulos y preparándome. Estuve 15 años con él antes de montar mi propia empresa hace 14: IPP (Instalaciones Pep Porrassines) Formentera.
—Desde su experiencia en el kiosco de su familia y como formenterense, ¿cómo ha vivido la expansión del turismo en la isla?
—Recuerdo que, cuando era pequeño, la mayor parte del turismo en Formentera era alemán, francés y holandés. Sobre todo en es Caló, Cala Saona y la Savina había muchos franceses. Todo cambió en el 90, cuando se celebró el mundial de fútbol en Italia. Al parecer invitaron a la selección italiana al Maryland. A partir de entonces, con los italianos, todo cambió. Alemania pasó una época económicamente más complicada y cada vez empezaron a venir más y más italianos en detrimento de los alemanes, franceses y holandeses. En el 2000 la mayor parte del turismo era italiano. Se llenó de ‘motorinos' por todos lados y juerga en las playas. Es normal, al fin y al cabo son gente joven que lo que quiere es divertirse.
—¿Sigue el mismo ambiente a día de hoy?
—La verdad es que ha cambiado mucho. Desde que se empezaron a controlar las fiestas en la playa y todo ese jaleo ha cambiado mucho la cosa. Ahora siguen siendo italianos, pero más de alquilarse un coche que de masificarlo todo a base de ‘motorinos'. Todos estos se han ido a otros lados, como Mykonos, donde pueden seguir haciendo las fiestas y el desmadre que hacían antes en Formentera.
—¿Ha traído algo positivo el turismo italiano?
—Siempre hay cosas positivas. Al cambiar el modelo de turismo cambió también el modelo de negocio. Si con el alemán el comercio era un poco más clásico, con el italiano se empezaron a montar tiendas y restaurantes más modernos. En las tiendas de ropa se empezó a vender más lino que lana. Antes no había más que cuatro pizzerías y ahora está todo lleno, tanto pizzerías como restaurantes italianos donde la comida es exquisita. En Formentera no se pueden tomar el lujo de hacer una pizza mediocre. Igual que el café. Un alemán no sabía apreciar un café bien hecho como un italiano, que además sabe apreciar más el pescado, la paella y la gastronomía en general mucho más que alguien del norte de Europa.
—¿Ha formado su propia familia?
—Así es. Me casé con Sonia de Can Mestre, que es de Sant Ferran y, como yo, también nació en Formentera y tiene ‘ocho apellidos formenterenses'. Nos conocimos en el instituto y nos conocimos mejor más adelante, saliendo de fiesta con nuestros amigos hasta que empezamos a salir en el 97. Nos casamos en 2004 y ya tenemos tres hijas: Alexia, Elisabeth y Minerva.
—¿Practica alguna afición?
—Sí. El ‘ball pagès' desde que era muy pequeño. Aunque mis padres nunca bailaron, buena parte de mi familia sí que lo hacía. Cuando tenía 12 o 13 años, mi primo Joanet d'en Jai me convenció para ir a un ensayo y, desde entonces hasta hoy en día sigo implicado en la colla. De hecho ahora soy el presidente de la Colla Es Pastorells. La otra colla de Formentera son Es Xacoters y colaboramos siempre que podemos, como en el festival folclórico que organizamos juntos y donde invitamos a otros grupos de fuera.