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«El podenco ibicenco es de las cosas que más me gustan en el mundo»

Tras casi 50 años en Ibiza, Marcelino Guadalajara se despide del bar Sa Colomina y se prepara para una jubilación activa

Marcelino, en su bar, tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera | Foto: Toni P.

| Ibiza |

Marcelino Guadalajara Cóceda (Cañada del Hoyo, Cuenca, 1959) es un histórico hostelero afincado en Ibiza desde los años 70. Hijo único de una familia dedicada al campo, cambió los paisajes de la serranía conquense por la costa ibicenca con apenas 18 años. Durante más de tres décadas atendió a turistas en la recepción de un hotel en Platja d’en Bossa, experiencia que le brindó anécdotas para llenar un libro. En los últimos años ha regentado el bar Sa Colomina y ahora, a punto de jubilarse, se prepara para una nueva etapa en la que dedicarse por fin a lo que más le apasiona: la pintura, los viajes y la caza con podencos ibicencos.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en un pueblo muy pequeñito de Cuenca, Cañada del Hoyo. Yo fui el único hijo que tuvieron mis padres, Marcelino y Flora. Se dedicaban a la ganadería y a la agricultura, como la mayor parte de la gente del pueblo.

—¿Cómo recuerda su infancia en el pueblo?
—Muy feliz y tranquila. Jugando con los niños del pueblo en las Torcas o bañándonos en las lagunas, donde ahora está prohibido. Iba al colegio en el mismo pueblo y, después, para hacer el bachillerato, tuve que ir a Cuenca.

—¿Continuó con sus estudios al terminar el bachillerato?
—No. Cuando terminé de estudiar, con unos 17 o 18 años, me puse a trabajar enseguida. No me interesaba ni la agricultura ni la ganadería, había que cambiar. Por eso me vine a Ibiza, donde ya habían ido algunos familiares y mucha gente del pueblo.

—¿Cómo fue su desembarco en Ibiza?
—Fue bastante bien, la verdad. Como ya había estado viajando un poco y estudiando una temporada en Madrid, no me sorprendió demasiado el cambio y, como siempre me interesé por aprender idiomas, enseguida me puse a trabajar como recepcionista en un hotel de Platja d’en Bossa.

—¿Estuvo mucho tiempo trabajando en la recepción del hotel?
—Ya lo creo: ¡unos 30 años! He atendido a turistas alemanes, franceses, ingleses, israelíes… Turistas familiares, turistas tranquilos, turistas fiesteros… Turistas de todos los colores y razas, vamos. Podría escribir páginas y páginas con anécdotas. Como cuando se cayó una chica del balcón y se quedó parapléjica. Fue a las ocho de la mañana, así que imagino que no sería tema de drogas. A saber. Solo sé que fue horrible.

—Seguro que tiene alguna anécdota más divertida para dejarnos mejor sabor de boca, más allá del drama del ‘balconing’.
—Claro. Una vez vino una clienta quejándose de que la caja fuerte de su habitación hacía un ruido muy raro. Como no se atrevía a abrirla ella misma por los ruidos tan extraños que hacía, fuimos nosotros. Resultó que había guardado allí un vibrador que se había puesto en marcha solo (risas).

—¿Trabajó siempre en el hotel?
—No. Cuando dejé el hotel monté un restaurante y una casa rural en Cuenca, donde pasé cinco años yendo y viniendo hasta que lo dejé. Entonces me ofrecieron llevar el bar Sa Colomina. Y aquí estoy desde entonces. Eso sí, este año pienso jubilarme; si no puedo vender el bar antes, en noviembre o en diciembre como máximo. ¡De ahí no pasa! (risas)

—¿Ha cambiado mucho Ibiza respecto a cuando llegó en los años 70?
—Claro que ha cambiado, mucho. Sin embargo, el agua y la arena han cambiado poco. El monte también sigue siendo como era, lo único que con más construcciones, claro. Lo que más ha cambiado ha sido el tema de la construcción, aunque todavía podemos seguir disfrutando del campo y de la playa.

—¿Piensa disfrutar de todo eso en su inminente jubilación?
—Así es. Mis aficiones son la pintura, los viajes y la caza, así que sin ninguna duda. Yo ya era cazador antes de venir a Ibiza y aquí, entre otras cosas, me fascinaron los podencos ibicencos. Desde entonces nunca he dejado de aprender. Son una de las cosas que más me gustan en el mundo. Ahora tendré unos 10 entre los que tengo aquí y los que tengo en mi coto de Albacete, en Lezuza. Algunos de pelo corto y otros de pelo largo. Con el podenco vamos siempre a por conejos, no hace falta llevar escopeta. Aunque a veces la llevo, sobre todo cuando cazo fuera de Ibiza, porque en cualquier momento puede saltar una perdiz o una paloma y ya se sabe: «todo lo que vuela, a la cazuela» (risas). Aquí soy socio del coto de Sant Llorenç, donde tengo muchos amigos de los que aprendo cada día desde que he empezado a cazar con manada hace unos años.

—Usted también habrá cambiado desde que llegó a Ibiza hace casi 50 años.
—Claro. Al poco tiempo de llegar conocí a Carol, que era de Bristol y trabajaba en Thomson Tui. Al volver de la ‘mili’ nos casamos enseguida. Estuvimos juntos hasta que la muerte nos separó el pasado mes de agosto. Tuvimos tres hijas, Natalia, Aisha y Lorena, y cuatro nietos, Julen, Nilo, María y Camila.

2 comentarios

user Mrgaygrant | Hace 7 meses

Donde está el cargador de mi IPhone? Allí se quedó… y aunque una empleada dijo que lo habían guardado, jamás apareció.

user X | Hace 8 meses

"El podenco ibicenco es de las cosas que más me gustan en el mundo" A mi un buen entrecot.... Menudo titular de noticia.

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