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«Las colas de niños cuando iba a ‘Sa Berenada’ eran impresionantes»

Magdalena Vanrell repasa una vida marcada por el trabajo familiar y el arraigo a Ibiza, donde fundó la pastelería Bonanza junto a su marido

Magdalena sentada en la terraza de Bonanza, el negocio que emprendió junto a su marido | Foto: Toni P.

| Ibiza |

Magdalena Vanrell (Maria de la Salut, Mallorca,1934) vivió una infancia tranquila entre campos, animales y carros de caballos en la Mallorca rural de los años 40. Más tarde, junto a su marido Guillermo, inició un camino de emprendimiento que los llevaría desde una pastelería en Palma hasta Ibiza, donde fundaron la emblemática pastelería Bonanza tras recorrer toda Ibiza con su mítica furgoneta vendiendo helados. Con sencillez, humor y una memoria lúcida, Magdalena recorre en esta entrevista una vida entera marcada por el trabajo, la familia, la gastronomía y el espíritu de adaptación.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Maria de la Salut, un pueblo del centro de Mallorca que está a pocos kilómetros de Sineu. Allí también nació mi hermano mayor, Miquel, y el pequeño, Guillermo.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mis padres, Pedro y Antònia, tenían una carnicería donde también vendían embutidos en el pueblo. Además, tenían tierras donde había huertos, se cultivaba y se criaban los animales para la carnicería y los embutidos. A diferencia de Ibiza, en Mallorca se tenían las tierras por un lado y la casa en el pueblo.

—¿Cómo recuerda su infancia?
—Tengo un buen recuerdo. En el pueblo apenas había tres o cuatro coches. Nosotros teníamos un caballo con su carro para ir al campo y un ‘carretó’ para ir de paseo. Recuerdo cuando era pequeña e íbamos con el carro y el caballo a alguna finca, siempre llevábamos ‘trampó’ (ensalada) para comer después de trabajar. Pasamos todos mucha pena el día que se llevaron el caballo. En el pueblo jugaba con mis amigas, como Tonia, cuya familia tenía una panadería muy cerca de mi casa. Su hermano, Guillermo, solía tirarme las trenzas (risas). Crecimos todos juntos. Todos los domingos Guillermo nos traía una bandeja de ensaimadas, que siempre ha sido mi postre favorito.

—Tengo la sensación de que, entre tirones de trenzas y ensaimadas los domingos, ese Guillermo…
—Su infancia transcurrió en la época de la posguerra.

—¿Vivió sus efectos en Mallorca?
—Creo que en Ibiza se pasó peor que en Mallorca, al menos en la ciudad. En casa, gracias a Dios, nunca nos faltó de nada y jamás pasamos hambre, como otra gente que se vio obligada a comer algarrobas y cosas así. Nosotros teníamos la suerte de tener buenos terrenos donde cultivar. Hacíamos aceite, molíamos harina para hacer pan cada semana en el horno de casa, teníamos animales para hacer matanzas… En casa de mi padre se llegaban a matar más de cien cerdos para hacer el embutido y tener carne para el negocio. Cuando llegaba Pascua, también se llegaban a sacrificar hasta 120 corderos. El negocio de carnicería iba bien y ahora sigue en marcha tres generaciones después.

—¿Iba al colegio?
—Sí. En el pueblo había dos colegios: el público, ‘Ses Escoles’, y el de las monjas. Yo iba al público, pero mis amigas iban a las monjas, así que un día, yo sola y sin decir nada a nadie, me cambié de colegio (risas). Un día se acercaron las monjas al negocio de mis padres para celebrar que me hubieran mandado con ellas y así fue como se enteraron en casa de que me había cambiado (más risas). En casa no me pusieron ningún problema y estuve yendo al colegio hasta los 14 años.

—¿Siguió con sus estudios?
—No. A mi hermano pequeño los maestros le recomendaron seguir estudiando y, como él era el pequeño, el mayor también tenía que estudiar, así que en casa les mandaron a estudiar a los dos, mientras yo me puse a trabajar en el negocio familiar con mis padres. Mis dos hermanos acabaron trabajando en Ibiza.

—Ese Guillermo del que nos hablaba, ¿le seguía tirando de las trenzas y llevándole ensaimadas todos los domingos?
—(Risas) Sí. Siguió trayéndome ensaimadas y procurando que ningún otro chico me rondara hasta que nos casamos. Hicimos la celebración en el cine del pueblo y mi suegro hizo dos tartas de varios pisos, algo que ahora se hace mucho, pero entonces no había los moldes que se usan ahora. Guillermo tenía 24 y yo 23 años, pero podría decirse que siempre fuimos novios. Tras casarnos, compramos una pastelería en Palma, entre Héroes de Manacor y el barrio de La Soledad, donde también vivíamos y donde tuvimos a nuestras dos primeras hijas, Cati y Antònia.

—¿Le fue bien la pastelería en Palma?
—Sí. Trabajamos mucho. De hecho, todavía estaríamos allí si no hubiera salido un decreto con una orden de derribo del edificio. Nos asustamos y vendimos el negocio por «cuatro duros». A día de hoy el edificio sigue en pie y la pastelería, por lo que tengo entendido, todavía funciona.

—¿Qué hicieron al dejar el negocio?
—Fuimos a visitar a mis hermanos a Ibiza un par de semanas. Estábamos sin trabajo, teníamos unos ahorros tras vender el negocio y nos encantó Ibiza, así que enseguida alquilamos una casa en ‘Cases barates’ y Guillermo se puso a trabajar en la panadería de Noguera. En Ibiza nacieron Balta y Maria Magdalena. El mismo año que nació Balta, 1968, Guillermo se compró una furgoneta con la que recorría la isla vendiendo helados. Como era un fanático de la serie de televisión, le puso de nombre Bonanza. ¡Las colas de niños que se formaban cuando iba a ‘sa berenada’ eran impresionantes! Muchas veces, aunque yo no tenía carné, aparcaba el coche en Sa Graduada o en Vara de Rey para que, cuando llegara Guillermo con la furgoneta, tuviera sitio. También le acompañaba hasta el taller cuando hacía falta; después ya me saqué el carné de conducir (ríe). La furgoneta fue todo un éxito y en Ibiza la gente nos acogió muy bien desde el primer día. Nos adaptamos muy bien y echamos raíces nada más llegar. Ahora ya tengo seis nietos —Cati, María Magdalena, Xisca, Balta, Pau y Paula— y cuatro biznietos: Marta, Carla, Ángela y Miquel.

—¿Funcionó durante muchos años la furgoneta?
—La furgoneta sigue funcionando. Todos los miércoles la seguimos llevando al mercadillo de Punta Arabí, donde ha ido desde el primer día que lo abrieron. Unos años después de comprar la furgoneta y con mucho trabajo, montamos nuestra primera pastelería en la calle Menorca y, poco después, Martín nos traspasó el bar que tenía al lado de Sa Graduada y allí montamos nuestra propia pastelería, Bonanza. El día de la inauguración vino mi madre desde Mallorca y preparó los buñuelos. Gustaron tanto que se han seguido haciendo cada día desde entonces.

—¿Cómo fue el nuevo negocio?
—Trabajamos mucho desde el principio. Guillermo trabajaba por las noches en el obrador y mis hijas y yo nos ocupábamos del mostrador durante el día, mientras los pequeños crecían en la tienda. También tuvimos personal muy válido y, con el tiempo, se unieron las parejas de nuestras hijas, Toni y Miquel. La última en incorporarse fue Maruja, esposa de Balta, y ahora lo llevan ellos dos. Cuando nos jubilamos, Cati se quedó con la pastelería Delicias y Antònia y Balta se quedaron con Bonanza. En el futuro, tal como dice Pau, mis nietos «harán lo que puedan» (risas).

1 comentario

user Piter Ibiza | Hace 7 meses

entrevista super bonita. Esto si que es Gent dEivissa y Formnetera.

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