Síguenos F Y T I T R
Hoy es noticiaEs noticia:
Gente de Ibiza

«Con las explosiones de la cantera, las piedras nos caían encima de la casa»

Alejandro Jiménez ha desarrollado distintas profesiones a lo largo de su vida

Alejandro Jiménez tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera | Foto: Toni P.

| Ibiza |

Alejandro Jiménez Sevilla (El Provencio, Cuenca, 1957) llegó a Ibiza con apenas tres años, cuando su padre emigró junto a otros vecinos del pueblo para trabajar en la cantera de Ca n’Orvai. En esta conversación, repasa su infancia en la isla, la dureza del trabajo en aquellos primeros años del desarrollismo, sus múltiples oficios y el profundo arraigo familiar que aún mantiene. Pese a haberse jubilado por una incapacidad visual, conserva intacto su humor y una memoria llena de anécdotas.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en El Provencio, Cuenca. Allí nacimos los tres primeros –yo soy el segundo– de los siete hermanos. El resto ya nació en Ibiza.

—¿Creció usted en El Provencio?

—No. Apenas tengo recuerdos de mi infancia allí, y es que nos fuimos todos a Ibiza cuando yo solo tenía tres años. No volví más hasta hace dos años, con mi amigo Santi –el que está vivo de milagro (risas)–. Entonces pude conocer a buena parte de la familia –allí nos llaman ‘los Pechugas’ por parte de mi padre y ‘los Chafú’ por la de mi madre–, ver el lugar donde nací y la casa de mis abuelos. De hecho, tenía en la memoria una tapia que había entre mi casa y la de mis abuelos, donde me escondía cuando me escapaba, y que pude reconocer nada más verla.

—¿Por qué vinieron a Ibiza?

—Porque mi padre, Alberto, junto a dos o tres más del pueblo, vino a trabajar en la cantera de Ca n’Orvai. Desde la perspectiva de entonces, en el pueblo era como si se hubieran ido a América (risas). Un tiempo después vinimos todas sus familias en un mismo viaje. Junto a mi madre, Consuelo, y mis hermanos, Alberto y Luis, también vinieron mis abuelos, Luis y Concepción. Era 1960 y nos dieron una casa cerca de la cantera. Un tiempo después, cuando fue creciendo la cantera, tuvimos que dejar esa casa porque, con las explosiones, las piedras nos caían encima. Entonces nos fuimos a cuidar una finca un poco más lejos, Can Xulla, cuyo dueño, tengo entendido, era cura y estaba de misiones en América. Desde entonces, mi padre trabajó el resto de su vida en la construcción, mi madre bastante tenía con criar a siete hijos, y, con el tiempo, pudieron comprarse el piso en la calle Extremadura de Vila.

—¿Iba al colegio?

—Sí. Al principio íbamos al colegio de Sant Francesc, en ses Salines. Muchas veces nos recogía algún salinero que iba a trabajar en bicicleta y nos acercaba un tramo hasta el colegio. Al lado había un pequeño pueblo que ya nadie recuerda: Can Blai. Tenía unas cuantas casas y bastantes tiendas, pero terminó bajo la ampliación del aeropuerto. Allí teníamos como maestro a don Marià Villangómez, que nos ponía de cara a la pared o nos daba en la mano con la regla cada vez que hacíamos alguna de las nuestras. Pero es que éramos unos salvajes: había chavales como ‘Poll’, Munar, ‘Frit’… Todo el día estábamos haciendo travesuras, saltando acequias, llenándonos de barro, haciéndonos putadas y dándonos ‘manegades’ unos a otros. Había un compañero, Bernat, que era muy estudioso y nada salvaje. Solía llevar un panecillo con un trozo de chocolate, algo que no todos podíamos tener, y nosotros le dábamos un manotazo para que se le cayera. Él se lo comía igual y después iba a decírselo a don Marià Villangómez. Cuando cerraron el colegio, nos repartieron a todos por los de Sant Jordi: unos a las monjas de abajo, que estaban junto al hipódromo, y otros al colegio del pueblo. En Sant Jordi tuve a don Armando Torres como profesor. Él fue quien montó el equipo de vóley con el que arrasábamos en la liga. A partir de ahí me enganché a distintos deportes, como el ciclismo con Jesús Rodado o el fútbol con Tito ‘Gamba’, que se recorría los recreos de los colegios para fichar a los chavales para el Hospitalet.

—¿Continuó con sus estudios?

—No. A los 13 años, un año antes de terminar, ya me puse a trabajar. Tenía un vecino, Savina, que era maître en el hotel Helios de Sant Antoni y me fichó como ayudante y ‘pasavinos’. Allí estuve unos años antes de ir al hotel Hawaii. Por entonces todavía vivía en Ca na Xulla. En el Hawaii estuve «un par» de años más antes de trabajar un tiempo en La Ponderosa. Eran tiempos de Franco y, hasta que me jubilé, no me enteré de que no había cotizado absolutamente nada hasta que trabajé en La Ponderosa.

—¿Siguió trabajando en la hostelería?

—No. Cuando Tito ‘Gamba’ me fichó para el Hospitalet, el entrenador era Vicente Benet, que era yerno del cristalero Gonell. Él me propuso aprender el oficio de cristalero y me puse a trabajar en Cristalería Balear, que estaba en la calle Ignacio Wallis. Entré como aprendiz y, para cuando me fui a hacer la mili a León, ya dominaba el oficio. A la vuelta continué allí hasta que la empresa se fue a la quiebra. Mientras tanto, yo ya me había casado, en 1980, y tuve a mis hijos, Álvaro y Alejandro, el mayor, que tiene a mis dos nietos, Marc y Joan.

—¿Mantuvo el oficio de cristalero?

—No. Al quebrar la cristalería, me embarqué en ‘Sa Rata’, la ‘barca de bou’ donde trabajaba mi hermano Luis. Allí pescábamos los dos hermanos junto a los primos Manolito y José Ángel, ‘el Ratón’, que era propietario de la barca junto a su hermana Rita. Estuve trabajando con ellos cuatro o cinco años, hasta que vendieron la barca y decidí dejarlo. A partir de entonces trabajé en una empresa de construcción, El Tangurín, pintando casas y edificios. Después también estuve como taxista unas cuantas temporadas. Pero un problema en la vista me provocó una incapacidad y me jubilaron con 60 años. Desde entonces, trato de vivir lo mejor que puedo.

Sin comentarios

No hay ningún comentario por el momento.

Lo más visto