Formentera fue durante la década de los setenta uno de los epicentros del movimiento hippy, que recorrió Occidente de costa a costa. La isla figuraba "junto a California y la India" en el imaginario de cualquiera que se considerara contracultural. De hecho, algunos lugareños todavía recuerdan historias de todos los jóvenes norteamericanos que se escondían allí, huyendo del reclutamiento para la guerra del Vietnam y sus padres tenían que venir a buscarlos.
Han pasado muchos años, desde luego, pero Formentera todavía conserva algunos recuerdos de aquellos tiempos de paz y amor. Quizá el más significativo sea el mercadillo de la Mola, que se ha convertido en una verdadera reserva espiritual del movimiento hippy.
Este es uno de los pocos de todas las Pitiüses en los que prima todavía la artesanía sobre los objetos de plata importada de la India o Méjico. De hecho, muchos vendedores trabajan en sus puestos, de cara al público, para demostrar así a sus futuros compradores que son verdaderos menestrales.
Pese a todo, este mercadillo, que sólo funciona los domingos, también ha tendido que rendirse a los criterios de comercialidad. Así, por ejemplo, las típicas lagartijas han inundado todos los puestos y se las puede encontrar en cualquier formato: como pendientes de plata, estampadas en camisetas, en platos de cerámica o hasta incluso dibujadas en cajas.
Otro de los símbolos de la isla "la figuera d'es mil puntals" también se puede ver en la mayoría de los puestos y en las más diversas apariencias.
Este mercadillo es, además, uno de los más animados de las Pitiüses; cada semana, una pequeña banda de músicos se dedica a animar a todos los visitantes con su música.