La luna llena como bandera y los tambores de himnos. El símbolo por excelencia de las noches de terror que inspiraron a Boris Vian congregó el miércoles de nuevo a centenares de adeptos de los ritmos sin melodía que, bien en grupo, o por libre, acudieron a una de las citas con más encanto de cuantas se realizan en la isla. Con la espontaneidad de quienes se saben fuera de horarios, alejados de músicas electrónicas y la naturalidad de un ambiente donde nadie se conoce y todos saben porqué están, un nutrido grupo de personas, que llegaban y se marchaban de forma ininterrumpida hasta que el amanecer supuso el adiós definitivo para todos, marcaban el compás en una playa donde los sonidos de la paz sólo se vieron enturbiados por una pelea de perros que terminó con disculpas entre los dueños.
Benirràs cumplió la tradición con renovado interés, protagonizado en su mayoría por jóvenes, extranjeros curiosos o expertos lugareños, donde los segundos hicieron gala de su experiencia enfundados en sacos de dormir y mantas, predispuestos a combatir el frío. Los demás, optaron por bailar y calentarse a la luz de las hogueras o las velas (según las posibilidades), convirtiendo al fuego en el actor secundario, un elemento que varios malabaristas se encargaron de dotar de vida, gracias a varios números consecutivos que incluso les hizo adentrarse en el mar.
Como espectadores, varias embarcaciones en el interior de un tranquilo y oscuro Mediterráneo y la Guardia Civil, que velaba a escasos kilómetros de la entrada de que todo discurriese con normalidad. Y así fue, aunque la filosofía de una idea que defendía un mundo mejor se convierta progresivamente con los años en algo más pragmático y sinónimo de diversión, nadie rompe, al menos en su práctica, la base que sustenta a esta iniciativa. l Nieves Ibarrondo