Nació hace ya un año y medio (concretamente en mayo cumplieron su primer aniversario) con la intención de «que los hermanos de las islas encontraran fuera de sus casas un lugar donde alojarse», según señala su primera y actual responsable, María Esperanza Florit. En este periodo, casi un centenar de familias ibicencas se han hospedado en el Casal Balear, aunque la mayoría procede de Menorca, «quizás porque allí la publicidad haya sido mayor» afirma la coordinadora. En esencia, es una residencia familiar con una peculiar característica: la de estar habitada por parientes de enfermos o los mismos pacientes si reciben un tratamiento de terapia progresivo que, de otro modo, les llevaría a estar ingresados en el hospital todo el día para recibir atención únicamente diez minutos. Gracias a doce voluntarias, entre las que se encuentra Marga Visquerra: «Se intenta ofrecerles un ambiente cordial con labores de apoyo y humanitarias» que les alejan, en la medida de lo posible, de las circunstancias más o menos tristes que afectan a cada uno. Las alegrías llegan de la mano de recuperaciones o situaciones de alto valor emocional, tal y como resalta Florit. El coste de la estancia son unas simbólicas 1.000 pesetas por persona que, no obstante, les han permitido mantenerse al margen de subvenciones oficiales y finaciarse de forma autosuficiente. A lo largo de julio y agosto se han llegado ha producir listas de espera y hoy por hoy, la capacidad total (18 personas) se encuentra a un 90 por ciento, tras un verano de overbooking.
Fuera de casa también hay un hogar
Cerca de cuarenta familias ibicencas han recibido acogida en el Casal Balear de Palma en este año y medio de vigencia
N. I. |