Lleva en su cauce algo más que agua. Por su superficie navegaron pequeñas embarcaciones en las que las parejas de enamorados de no hace tanto tiempo -más bien dos o tres décadas- disfrutaban de largos paseos. En sus orillas se producían eternas reuniones dominicales y jornadas de merienda familiares que concluían con la puesta de sol.
El río de Santa Eulària continúa, pese a todo, siendo el único curso permanente de las Balears, pero su excepcionalidad va más allá de la toponimia o las leyendas que le achacan. La vinculación de este fenómeno natural a la historia de la localidad es, sobre todo, una mención expresa a la memoria de sus habitantes. La recuperación del Pont Vell, en la que el Ayuntamiento de la localidad ha invertido más de cuarenta millones de pesetas, es el último párrafo de un historia que aún no ha concluido.
En las Pitiüses hay catalogados 66 cursos de agua de los cuales, seis pertenecen a Formentera. Todos ellos reciben la denominación de torrentes, una apelativo en el que no se incluye el de Santa Eulària ya que su cuenca alcanza los 100 kilómetros cuadrados, (94'42 exactamente) una algo cifra superior a los 50 que ronda el grupo anterior, aunque, sin embargo, su comportamiento accidentado le hace más propio de incluirse entre ellos. En los orígenes, el nacimiento se encuentra en los alrededores de Sant Joan, desde donde recorre todo el valle de Labritja. Allí recibe el agua de diferentes torrentes, la Font de sa Figuera y la Fonta de sa Pedra para concluir su camino en el mar a la entrada de Santa Eulària. En 1990 el río ya permanecía con la única imagen de los baladres como símbolo de su antiguo potencial.