cuando todavía faltaba una hora y media para que comenzara el espectáculo pirotécnico, la zona del puerto de Eivissa registraba una afluencia masiva de gente con ganas de contemplar el castillo de fuegos artificiales. Conforme pasaban los minutos y se acercaba la medianoche -momento estipulado para el inicio- las personas tomaban asiento en los sitios más insospechados o se hacían un hueco para poder contemplar el cielo de pie. Y es que, según fuentes de la Policía Local, podrían llegar a sumar 70.000 personas. Hasta que el reloj marcó las doce. Una conjunción de colores se apoderó de la noche. El tradicional castillo había comenzado con un pero: unas nubes ensombrecieron la noche y no permitieron disfrutar por completo de los artificios.
La expectación comenzó muy pronto en el puerto. El espectáculo de fuegos artificiales que empezaba a las doce y que pondría fin al segundo día grande de las Festes de la Terra llamó la atención de extranjeros y vecinos procedentes de todos los municipios de la isla. Más de una hora de espera para 18 minutos de espectáculo. A las doce en punto un petardo marcaba el inicio del castillo. En ese mismo momento comenzó la sorpresa de lo inesperado. La ausencia de viento no había empujado las nubes para que los artificios lucieran como estaba pensado. Sólo se observaban con nitidez aquellos fuegos que no ascendían mucho. Aquellos cuya copa era más grande y explotaba a más altura se distinguieron de manera borrosa.
Sin embargo, los asistentes observaron el espectáculo en silencio y en ningún momento mostraron su desacuerdo por la presencia de las nubes. Al terminar, cerca de las doce y veinte de la noche, agradecieron el castillo con un aplauso cerrado. Algunos permanecieron en el lugar porque no se creían que había concluido. La traca final fue la que mejor se divisó y se vio acentuada por las sirenas de los barcos que estaban amarrados en el puerto, que prolongaron su sonido por espacio de unos minutos. Los vehículos que comenzaban a marcharse se sumaron al improvisado agradecimiento pitando sin cesar. Noelia, una ama de casa de Eivissa, comentó: «La verdad es que las nubes han estropeado todo porque no hemos podido ver los que subían más alto. Pero merece la pena haber venido».