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Sant Jordi hace memoria

La fiestas patronales de Sant Jordi atraviesan su ecuador y viven una de sus jornadas más completas

SARA YTURRIAGA
La localidad de Sant Jordi recuperó durante la jornada de ayer algunas de las más tradicionales costumbres de las Pitiüses. La plaza de la iglesia albergó, por vez primera en una edición de estas fiestas, una feria de artesanía en la que hombres y principalmente mujeres vestidas con los trajes típicos, realizaron exhibiciones de cómo se trabajan a mano determinados productos. No muy lejos , agricultores de la isla ofrecieron una muestra de los diversos tipos de arados que durante mucho tiempo, hasta la llegada de los tractores, se utilizaron en Eivissa.

Juan, un labrador ibicenco, conserva un arado de hierro que en ocasiones especiales como la de ayer rescata del olvido. «Este modelo se conoce como un arado de orellets, porque la parte que hace el surco en la tierra tiene forma de orejas. Cada una de estas partes de hierro tiene un nombre, está el manti que es una especie de timón con el que se mantiene la dirección, la cama timó o el dental, que es toda la base de debajo», explica Juan, sin ninguna dificultad a la hora de hacer memoria. Los primeros arados se construían de madera, un material que obligaba al agricultor a realizar un gran número de pasadas hasta conseguir un buen cultivo del campo. Posteriormente aparecieron los de hierro y algo más tarde los de ruedas. En la muestra de ayer únicamente consiguieron reunirse arados de hierro, pero de lo que sí pudo verse una gran variedad fue de diversas modalidades de carros. Vicente, quien toda su vida ha trabajado como molinero y en algunas ocasiones como herrero fabricando arados, señala una carreta de madera para explicar que «se conocen como carros calaix y se utilizaban para transportar por ejemplo, materiales de construcción en el momento de construir una casa». Juan le interrumpe y señala otro carro, algo más moderno y elegante. «Es un carro baranes en el que sí que viajaban personas», apunta.

Los carros ibicencos tenían habitualmente dos ruedas. Por eso Juan y Vicente comentan, en broma, que una de las carretas cercanas, de cuatro ruedas, hubiera sido más adecuada para la feria de Sevilla.

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