Dentro de los ámbitos penitenciarios, policiales y judiciales, nadie niega la evidencia de que la cárcel es un modo de aislar a personas problemáticas sin que se logre conseguir el verdadero objetivo, que es la reinserción.
Un grupo de voluntarios de Cáritas, encabezados por Angela Mabley-Staffieri, realiza visitas semanales a la cárcel de Eivissa. Con absoluta libertad conversan con los presos y realizan labores pastorales con quienes se lo piden. «Faltan actividades. Que hagan algo donde ellos se sientan útiles y lo aprovechen cuando salgan», dice. También lamenta que la sociedad de la espalda a la cárcel. «No interesa a la gente de fuera. Necesitarían gente que dedique su tiempo a ellos. Se piensa que están perdidos y no hay esperanza, pero eso hay que combatirlo». Sin embargo, ella reconoce que el estado de muchas de ellas no contribuye demasiado: «La mayoría tienen problemas de drogas y es difícil captar un interés continuo».
La Asociación Cultural Gitana trata de captar ese interés. Charo y Teresa, dos de las siete internas ingresadas en la cárcel, participan en el taller de restauración de muebles que empezó en octubre. Hay motivos sentimentales en ambos casos, además de la ocupación. Charo está con su marido y Teresa, con su novio al que conoció en otro de los talleres dentro de la cárcel. Sin embargo, el acceso al taller es incómodo ya que no está en el módulo de mujeres. Para llegar al recinto han de pasar por el patio donde se concentra un nutrido grupo de hombres.
El taller de la Asociación Cultural Gitana, fruto de un convenio con el organismo autónomo de Trabajo y Prestaciones Penitenciarias, persigue la formación de actividades. «Aprovechamos que están encerrados y que es más fácil trabajar con ellos», dice Juanjo Amaya en relación al colectivo gitano, el principal receptor de este taller aunque no los únicos. Igual que Angela no cree que la cárcel sea el mejor lugar para reinsertar: «El medio no ayuda mucho. En muy pocos metros cuadrados se juntan muchos casos diferentes».