Porto Pi, atardeciendo. Llega el Rey a bordo de una lancha. A su lado, su sobrino. Por la barba, desde lejos, parece su hijo, el Príncipe de Asturias. Pero no. Es el hijo de doña Pilar.
Don Juan Carlos lleva gorra y va sin camisa y es quien maneja la lancha que introduce en el búnker fácilmente. Parece ser que las prisas le han obligado a cambiar el Fortuna por una embarcación más rápida para regresar de Cabrera.
Lectura y música
Porto Pi, algo más tarde. Ya hay más curiosos que fotógrafos,
escoltas y policías nacionales juntos, que preguntan que qué pasa.
El Fortuna, mientras tanto, va asomando su proa a través del árbol
que sin darnos cuenta se ha hecho adulto y tapa algo más la
visibilidad. Y es que en Porto Pi todo crece. Crecen los árboles.
Crece la distancia entre el Fortuna y nosotros. Crecen los barcos
que atracan en su muelle, como el Norge, que impiden la
visibilidad... A través de los prismáticos miramos qué pasa a
bordo. El duque de Palma llega tumbado, leyendo y escuchando música
a través de cascos; a su lado, su esposa, doña Cristina y... ¡anda!
¿A qué no saben quien aparece por allí? ¡Doña Letizia! Es una
visita fugaz al puente, pero, hela ahí, de perfil, con el pelo
recogido, seguro que se ha bañado en Cabrera... Nos hubiera gustado
sacarla más favorecida, pero no ha podido ser. La distancia, el
contraluz, los cristales del barco... Otra vez será, tal vez hoy,
en el campo de regatas, antes de la salida, como hace una semana,
con la Reina o con los cuñados, pero sin don Felipe. ¡Que le vamos
a hacer!
Pedro Prieto