En las últimas semanas han desaparecido cuatro personajes que por una razón u otra han dejado importantes recuerdos o han calado profundamente en los medios de información. Unos eran buenos amigos y otros sólo referencia obligada en los medios de información. Uno de ellos fue Vicente Quesada, gran amigo, unos de los mejores anticuarios de España, importante decorador y coleccionista de arte. Tenía en Madrid una de las tiendas más reputadas de España y era una autoridad en antigüedades. Persona refinada, elegante, culto, gran viajero, conversador ameno y amigo entrañable, estaba muy ligado a Ibiza, donde tenía una vivienda en la parte alta de la ciudad y era famoso por sus fiestas en verano. El anticuario Ramón Barrubés y yo le organizamos una misa, en la que todos «sus grandes amigos» estuvieron ausentes. Ya se sabe, se prefieren los bautizos a los funerales.
Otra persona entrañable que ha desaparecido a sido Luis Sagnier, Conde de Munter, excelente persona, buen amigo siempre dispuesto a apoyarte, ayudarte y escucharte. Emparentado con la mejor artistocracia catalana, estaba muy ligado a Ibiza donde pasaba largas temporadas y tenía muy buenos amigos. Asistí hace poco a un almuerzo en el que también estaba Luis, hablamos un buen rato, le ví muy desmejorado, poco podía imaginar que sería la última vez que le vería con vida. Tenía una pequeña embarcación donde era feliz y se pasaba los veranos navegando por los mares pitiusos. Dejó dispuesto en sus últimas voluntades que sus cenizas fueran esparcidas desde su embarcación por esta agua, que tanto amó; como así se hizo acompañado en su último viaje por un reducido número de sus mejores amigos. Luis ha quedado para siempre entre nosotros.
Otras dos personalidades que acaban de desaparecer son Rainiero de Mónaco y Juan Pablo II, sobre ellos nada puedo añadir pues difícilmente se podrá superar en el futuro el despliegue informativo sobre ellos. A propósito de la desaparición del Santo Padre me viene a la memoria uno de los viajes a Italia que organizamos un pequeño grupo de amigos ibicencos al que se juntaron otros amigos de Madrid. El viaje maravilloso en todos los sentidos era un circuito por toda Sicilia y unos días en Roma. La isla de Sicilia es algo impresionante, sus ciudades, sus costas, su paisaje y de una manera muy especial sus templos, sus palacios y su ópera, uno de los sitios más bellos, el ambiente que se respira es entre «El Gatopardo» y «El Padrino III». En el grupo venía Vicente Ribas, Trui, que tenía una prima en un cargo muy importante en no recuerdo que embajada sudamericana ante el Vaticano y a través de ella organizó una audiencia con el Papa Juan Pablo II que tendría lugar en el gran salón de audiencia .
A las diez de la mañana debíamos estar en el Vaticano, el protocolo es lento pero muy organizado. Un monseñor nos acompañó a través de la Basílica, por salones y pasillos hasta llegar a la gran sala. Allí los grupos eran llamados uno a continuación de otro. Salía primero un obispo auxiliar que anunciaba al Santo Padre y nos indicaba que nos pusiéramos en pie. Había como un podio, un micrófono y un sillón y por una pequeña puerta precedido por un ayudante aparecía su Santidad. El ayudante presentaba el grupo con el nombre del lugar de procedencia; había aplausos y vitores y a continuación el Papa impartía su bendición, seguidamente el monseñor que nos acompañaba nos conducía a otra puerta para la salida custodiada por la Guardia Suiza con sus vistosos uniformes. Pasados los años debo reconocer que me impactó aquel momento frente al Papa que tenía «algo muy especial».
Como anécdota diré que al enterarse mi buen amigo Nito Verdera de mi viaje me dio un ejemplar de su libro «Cristobal Colón ibicenco» para que lo ofreciera para la biblioteca del Vaticano. Cumpliendo sus deseos se lo entregué a nuestro acompañante que se deshizo en agradecimientos, prometiendo que se abriría ficha y pasaba a engrosar la Biblioteca Vaticana, la más importante del mundo y Nito, feliz.