Mira, un esqueleto. Ahí abajo hay un esqueleto!». El revuelo que provoca uno de los alumnos del CP Urgell de Sant Josep es formidable. Medio centenar de compañeros acuden raudos hacia las escaleras por las que hace unos segundos, blanco como una pared, ha ascendido este mozo de unos 11 años. Los profesores observan con media sonrisa la cara de asombro de sus discípulos a la vez que intentan que no se agolpen para evitar caídas. La expectación es máxima, pero decae cuando Carmen explica que los restos humanos no son más que réplicas en plástico de los encontrados en la zona. Ella es la coordinadora de los talleres organizados por el Museo Arqueológico, y una de las encargadas de lidiar con niños excitados por todo lo que en ellos se enseña: «Todo lo que tiene que ver con los muertos les impresiona, por eso los hipogeos les asombran tanto», explica. Aunque sean de mentira para evitar robos.
Desde el pasado día 7, las instalaciones de Vía Romana han visto pasar por ellas a casi un millar de estudiantes. El CP Urgell y la Escuela Taller de Eivissa fueron los encargados de cerrar ayer las jornadas didácticas que este año han estado dedicadas a los fenicios y los púnicos. Durante dos semanas, los monitores han enseñado de forma práctica y lúdica conceptos relacionados con los pueblos que hace siglos poblaron el Mediterráneo y lo que hoy es Eivissa. Desde cómo descubrieron la metalurgia y cuáles fueron los primeros metales trabajados, hasta la forma en la que comerciaban con otros pueblos intercambiando materiales, pasando por su modo de orientarse. Para el primero, se improvisaba una pequeña fundición en la que se moldeaban trozos de plomo: «Algo que muchos no habían visto y que les parece magia», afirma Carmen. Una carpa hinchable cedida por La Caixa hacía las veces de planetario para recibir nociones de astronomía aplicada a la navegación, mientras que los trueques comerciales se ilustraban con un juego de mesa en el que todos participaban.
Los chavales lo pasaron ayer en grande en su fascinante viaje a otra época durante el que aprendieron a templar espadas, guiar imaginarias embarcaciones mirando las estrellas o cambiando con pueblos vecinos madera a cambio de piedras semipreciosas. Quién sabe qué aventuras tendrá el Museo Arqueológico preparadas para el año que viene. Iván Muñoz