Ingrid Magriñá Martínez es una de las tantas bailarinas ibicencas que ha tenido que irse fuera para profesionalizarse y labrarse un futuro en su carrera. Titulada en danza clásica por el Conservatori de Palma de Mallorca, pero dedicada a la danza contemporánea, reside actualmente en Zaragoza, donde combina su trabajo en la compañía System Ballet Aragón (Sybba) con otros empleos temporales como coreógrafa. En su amplio curriculum destacan sus estudios en la prestigiosa escuela María de Àvila y una larga lista de actuaciones y giras. De visita en la isla, Ingrid ofrecerá a partir de hoy un curso de iniciación a la danza contemporánea en el Centre de Dansa d'Eivissa, subvencionado por el Consell Insular.
-Eres la prueba de que se puede vivir de la danza.
-Se puede vivir de la danza, pero es muy inestable porque tienes temporadas de mucho trabajo y otras que no. Pero sí, yo vivo de esto.
-Después de muchos años has cambiado la danza clásica por la contemporánea. ¿Qué ocurrió?
-Bueno, a mí me gusta mucho la danza clásica pero tiene ciertos cánones muy matemáticos, muy estrictos y poco flexibles a la creatividad. En cambio la contemporánea es totalmente lo contrario, es otra forma de ver la danza y el movimiento del cuerpo.
-Y también tendrá más salida laboral...
-Sí, porque es diferente, te permite hacer muchas cosas por libre. En clásico o bailas en un ballet o nada. En cambio, en contemporánea, por ejemplo, puedo trabajar en varios grupos distintos: con la compañía y con una coreografía para teatro, que es lo que ahora mismo estoy haciendo.
-Serán muchas horas de ensayo entonces ¿Cuánto puedes estar preparándote por día?
-A pleno rendimiento puedo llegar a ensayar entre 6 y 8 horas, que son muchas; sino siempre son dos o tres horas al día. Por eso tengo que saber administrar mi energía para poder combinar el trabajo en la compañía con los otros proyectos o audiciones.
-Y cuando estás en el escenario, ¿cuál es tu mejor momento?
-A principio y al final. La entrada, para mí, es el momento en el que llego a otra dimensión, es cuando empieza el trance. Y el final es el aplauso del público, pero no por el aplauso sino por despertar un poco de todo eso que acaba de suceder. En la antigüedad decían que el aplauso del público servía para despertar a los actores del trance. Y a mí me ocurre más o menos lo mismo.
Luciana Aversa