Viento en popa a toda vela. 90 personas a bordo y un día soleado por delante con un catamarán hacia ses Illetes.
A las diez de la mañana, cuando el 'Sun Cat' se llenaba de turistas, algunos comentaban el calor de mediados de julio: «Tendremos que coger sombra, porque sino, llegaremos a Formentera deshechos», decía una mujer italiana que viajaba con sus hijas.
Una vez el barco zarpaba, el guía Diego saludaba a todos los asistentes en diferentes idiomas y presentaba a la tripulación de la embarcación: Miquel, el capitán, y los marineros Ramón, Gabi, Jose y Toni. Junto a ellos, Antonio, fotógrafo encargado de inmortalizar los mejores momentos del viaje.
La red de proa fue el lugar más ocupado, ya que la gran mayoría de personas decidieron pasar allí la hora y cuarto que duró el trayecto de ida. Los demás optaron por sentarse a la sombra con un vaso de sangría o bien disfrutar del paisaje desde los laterales del barco.
Diego explicaba el recorrido, desde las imponentes murallas, pasando por Platja d'en Bossa y es Cavallet que, como decía, se trata de la primera playa nudista de España. De fondo, música de lo más animada que combinaba con los ánimos de la gente, ansiosa por darse un chapuzón en ses Illetes.
Miquel, el capitán, comentaba sus impresiones sobre esta temporada: «El verano va bien de momento. Cuando salimos, llenamos el barco. No sé que tal fue la temporada pasada, pero ésta no estamos notando demasiado la crisis».
Calma y relax
Sobre las once del mediodía, desde el interior del catamarán se comentaba la cercana llegada. «Ya se ve tierra. Eso debe ser Formentera», decía un hombre a su mujer. Inmediatamente, el simpático guía respondía por megafonía que ya se encontraban en aguas formenterenses: «A la izquierda se puede ver s'Esplamador, propiedad de una familia irlandesa, la que en su tiempo pagó 45000 pesetas por ella». En la descripción del lugar, fue de especial interés la zona de barro, de la que la mayoría ya habían oído hablar. «Es lo que siempre sale por la tele. Dicen que este barro es bueno para la piel», le decía Antonella a su amiga Charlotte, quienes habían venido a Eivissa a pasar unos días desde Florencia.
Poco antes de mediodía, llegada al paraíso. Una zodiac llevó a los pasajeros hasta las blancas arenas de la pequeña pitiusa, donde los turistas pasaron un par de horas.
Agua cristalina, sol y tranquilidad. A las dos, vuelta al barco, donde esperaba una mesa de comida para retomar fuerzas. «El servicio, muy bien. Nos han hecho una barbacoa de pollo y lomo asado y también había ensalada, ensaladilla rusa, fruta...», explicaba Karen, una de las pocas turistas británicas del 'Sun Cat'.
Una vez se había recogido el comedor, más de la mitad de los pasajeros aprovecharon para darse otro chapuzón rápido antes de que la embarcación pusiera rumbo de nuevo al puerto de Eivissa.
De vuelta, el trayecto fue otra historia. La música pasó a ser de lo más relajada. Mientras los turistas se acomodaban en la red, o bien bajo el fresco aire de la tarde, la tripulación se ponía en marcha. De camino, el 'Sun Cat' se cruzó con algunos barcos de lujo. «No tienen ni punto de comparación con este. El ambiente de aquí es cien veces mejor», afirmaba Gabi.
Una hora y cuarto de camino que para casi todos se hizo muy corta. Al llegar a Eivissa, despedidas y sonrisas de cada uno de los asistentes, que prometieron repetir la experiencia en cuanto puedan.