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Viejo oficio con nuevas generaciones

De izquierda a derecha, Kika Trucco con el pequeño Andrea, Nicola Gatti, Maximiliano Ricalde y Vanessa Lagares. | ESTER REQUENA

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Maria Marí abrió, hace casi 30 años, una tienda de comestibles a la altura de es Codolar. Un negocio tradicional situado al borde de la carretera que lleva a sa Caleta. Se trata de una zona algo apartada, donde el núcleo urbano más cercano donde los vecinos pueden hacer su compras es Sant Jordi o Sant Josep. «Hace casi dos años vivíamos justo en la casa que está encima de la tienda. Fue por casualidad, un día estaba en la tienda y le pregunté a la señora Maria que cuándo montábamos una carnicería, mi profesión de entonces», recuerda Maximiliano Ricalde, residente en la isla desde hace algo más de 4 años. «Ella me contestó que estaba cansada y que lo que quería era alquilar el negocio. Fue todo muy rápido», comenta, mientras saluda y atiende a uno de sus clientes habituales.

Desde ese día, en febrero de 2009, él junto a su mujer, Kika Trucco, y sus amigos Vanessa Lagares y Nicola Gatti, todos menores de 35 años, tomaron las riendas de El Rincón de es Codolar, como lo han bautizado. Juntos han reconducido el viejo ultramarinos.

«Es un sitio más moderno, más internacional. Son gente joven que le dieron una energía nueva», comenta Daniel Brunner, un cliente «de siempre», vecino de la zona y profesor del Colegio Francés Ibiza.

El ambiente es muy familiar y cercano y las nuevas generaciones se mezclan con los vecinos de toda la vida. «Ahora hay un nuevo socio», comenta sonriente Kika Trucco, mientras sostiene al pequeño Andrea, de 5 meses.

Este tipo de negocios han sido siempre muy sacrificados, ya que están abiertos todos los días y prácticamente durante toda la jornada. «Tenemos libres dos meses y medio al año cada pareja, así más o menos, para Semana Santa ya estamos todos trabajando. Nos organizamos muy bien para poder abrir 365 días al año», explica Vanessa Lagares.

Durante toda la mañana, esta tienda tiene un goteo de vecinos, algunos convertidos en amigos y clientes habituales. «Es casi un centro social, desayunan y compran el pan o vienen a tomar el aperitivo», comenta Ricalde, mientras atiende al otro lado del mostrador.

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