Ojalá todas las guerras fueran igual!», afirmaba entusiasmada desde la zona de protección Juani, una joven que ha venido con su familia a pasar unos días a Sant Antoni desde Córdoba. Ella fue sólo una de las cerca de cuatro mil personas que se acercaron ayer hasta la playa de s'Arenal de Sant Antoni para asistir a la tradicional Festa de Cartaginesos i Romans.
Un año más, el tradicional enfrentamiento a tomatazos entre los dos ejércitos volvió a ser un éxito tanto de público como de participación.
Incluso se superaron las expectativas, y entre el ejército de los cartagineses había muchos turistas extranjeros infiltrados que ni siquiera iban vestidos para la ocasión y que ralentizaron el comienzo de la fiesta ya que incumplían la normativa que impide participar sin ir vestido de romano o cartaginés.
Afortunadamente una vez solucionado algún que otro problema de logística, y tras el desfile de los dos ejércitos por Sant Antoni, todos se congregaron en la playa con ganas de que empezara la fiesta.
Así, tras el infructuoso tratado de paz entre los pobladores fenicios de Yboshim y las tropas del general romano Cneo Cornelio Escipión, se dio momento al momento más esperado: la batalla.
Una batalla que comenzó entre el humo del desembarco y los gritos de ambos bandos y que se prolongó durante una media hora en la que hubo tiempo para ver de todo.
Y es que en el peculiar campo de batalla que se convirtió un año más s'Arenal se pudo ver desde una catapulta romana que lanzaba una buena cantidad de tomates a guerreros de otras épocas como un Rambo que, enloquecido, quiso alcanzar los barcos, o, incluso, aquellos que iban protegidos con sandías a modo de casco, escudos del famoso dibujo animado Bob Esponja o ataviados con cepillos de escoba sobre sus cascos de bicicleta.
No en vano, si por algo se caracteriza la Festa de Cartaginesos i Romans es por el buen humor. El principal objetivo es pasárselo lo mejor posible y reírse mientras se intenta recibir los menos impactos posibles.
Sin embargo esto volvió a ser una tarea sumamente complicada puesto que los restos de tomates volaron por todos los lados, llegando a manchar a buena parte del público congregado al que, sin embargo, no le importaba lo más mínimo.
Finalmente tras acabar todos los participantes llenos de arena y tomate, todos juntos se fueron a remojar las gargantas unidos los dos bandos. Y es que como decía Juani... «¡Ojalá todas las guerras fueran igual!»