Decía el jueves el quesero Manuel Ruiz que se notaba en las calles que la gente tenía ganas de que empezara la feria Eivissa Medieval. Y visto lo visto durante todo el día de ayer no le faltaba razón a este hombre llegado desde La Mancha con sus quesos nacionales e internacionales.
Fueron muchos los residentes y turistas los que decidieron aprovechar el día festivo para acercarse a dar una vuelta por el mercado demostrándose que la idea por parte del Ayuntamiento de ampliar la feria un día más fue todo un acierto. Así, se volvieron a vivir escenas ya tradicionales como el atasco en la calle de sa Carrossa o la de cientos de personas aglutinadas en torno a los puestos de comida del baluard de Santa Llùcia.
Además un año más otro de los grandes protagonistas fue el fuerte calor reinante durante toda la mañana. El que más y el que menos intentaba buscar una sombra o un lugar donde soplara un poco el aire y ante esta situación los más inteligentes no fueron los muchos puestos que ofrecían bebidas frescas sino Julieta y Bruno, dos niños de diez y ochos años que vendían abanicos de papel hechos por ellos mismos a cincuenta centimos, demostrando que en tiempos de crisis como la que vivimos el ingenio se agudiza que es una maravilla.
Sin embargo, muchos de los visitantes echaron en falta alguna representación o pasacalles más. «Cada año que pasa hay más puestos y menos recreaciones», explicaba Ariel, un argentino residente en Eivissa, a un grupo de compatriotas suyos que habían venido por primera vez a ver la Feria. Una sensación que también tenía Julia y Miguel, un matrimonio que con su hija Amelia vienen todos los años al mercado: «Podían hacer más pasacalles porque llevamos aquí más de tres horas y sólo hemos visto el del rey y sus guerreros y al duende que va recorriendo con su coche las calles».
Lo cierto es que no les faltaba razón ya que salvo el divertido espectáculo del citado rey, a lomos de su caballo Napoleón, juntos a sus dos caballeros y su burra Matilda y el duende con su particular vehículo sólo apareció una mujer bailando danza del vientre con música árabe, el buhonero que se ha convertido en un clásico ascendiendo y bajando todos los años las calles subido en una enorme bola azul y un doctor muy particular de nombre Dr. Sensaloni.
Ante ello, y ante el asombro de un grupo de turistas alemanes que a las doce y media de la mañana ya iban empapados de sudor, la música y el sentimiento ibicenco lo pusieron los miembros de la Federació de Colles con varias demostraciones, como una muy aplaudida frente a la puerta de la iglesia del Convent.