Eivissa se ha vuelto a superar. La isla que ofrece a todo el mundo grandes discotecas, botellas de champán de 1.700.000 euros, yates de lujo, conciertos con los mejores artistas, playas de aguas cristalinas, casas blancas y magníficas puestas de sol, desde hace unos años también cuenta con un vertedero único en su especie. Está en el acantilado del barrio de Sa Penya, con vistas al mar, y a escasos metros de Dalt Vila, ciudad Patrimonio de la Humanidad.
En él se acumulan toneladas de desperdicios de todo tipo. Hay todo lo que el lector se pueda imaginar, desde las tradicionales bolsas de basura, camisetas o electromésticos hasta ciclomotores, puertas, capós y piezas de automóviles e, incluso, bombonas de butano. «Aquí los vecinos arrojan cualquier cosa con total impunidad, incluyendo una cámara de vigilancia que instalaron en el baluarte, unos metros más arriba, y que al día siguiente ya estaba en el acantilado», aseguró a este periódico el agente de la Policía Local de Vila encargado de patrullar la zona.
Buena parte de la culpa de ello la tiene el incivismo de los residentes en las calles Alt y Retiro, muy cerca del mismo acantilado, y que definitivamente lo han tomdado como su vertedero particular sin importarles lo más mínimo que la imagen de las toneladas de basura sea una de las la primeras que se encuentran los visitantes cuando llegan por mar a Eivissa.
Vallas que no protegen
Asímismo, tampoco ayuda a mantener limpia la zona las distintas vallas que hay instaladas en el mirador. Éstas, mas que ofrecer seguridad son una incitación para arrojar cosas. De hierro, oxidado, blanco, y de unos tres metros aproximadamente del altura, por el espacio que hay entre sus rejas cabe cualquier cosa. «Hace unos años se instaló una valla mucho más alta que al menos obligaba a hacer algún esfuerzo pero desde que las cambiaron sólo con un poco de agilidad se pueden lanzar las cosas e, incluso, pasar al otro lado», se lamentaba el mismo agente.
Precisamente, este es otro de los problemas que han provocado estas vallas. Constantemente son muchas las personas con problemas de drogadicción que cruzan hasta el acantilado para cobijarse en una pequeña cueva pero que en su intento acaban por precipitan hacia la pequeña playa. «No se puede imaginar la cantidad de personas que se caen cada año, aunque afortunadamente no sufren heridas importantes y una vez que se recuperan vuelven a subir como pueden y entran a la ciudad por el mismo lugar», explicó el Policía.
Mientras, la solución al problema no parece fácil. El barrio pertenece al Ayuntamiento de Vila pero está encuadrada en una zona declarada Patrimonio de la Humanidad, regido por la Unesco, y que finalmente es la que tiene que estudiar y aprobar cualquier actuación arquitectónica que se realice. Y ya saben, entre todo esto, por medio, mucha burocracia.