John, Francisco o Dolores tienen procedencias muy distintas. Sin embargo a todos ellos les une una cosa: sus ganas de salir adelante, salir de la pobreza y prosperar en la vida a través de los talleres de inserción sociolaboral de Cáritas, Can Pep Xico, una granja en la carretera de Sant Antoni, y A Tot Drap, una nave de recogida y reciclaje de ropa en el polígono de Montecristo.
El primero, apellidado Johnson «como el champú», es un niño de la guerra que tuvo que huir de Liberia cuando en 1991 mataron a toda su familia. Con una enorme y permanente sonrisa, explica que es «residente comunitario» y que para llegar a Europa fue polizón en un barco de madera en Costa de Marfil con destino a Ceuta, y que tras pasar un año en un centro de la Cruz Roja llegó a Córdoba, desde donde pasó a Málaga, Galicia y finalmente Eivissa, donde intenta salir adelante «huyendo del pasado».
Francisco es guineano y tiene 39 años aunque nadie lo diría. Es un orgulloso padre de cinco hijos, dos nacidos en España, uno de los cuales, Muller, «despunta a sus doce años en el Portmany». Tras pasar por Portugal y Barcelona este «manitas» con título de electricista y cursos de informática, llegó a Eivissa en 2007, donde trabajó cinco años en GESA y después en Repsol hasta que se quedó sin empleo. Desde entonces con la ayuda de los trabajadores de Cáritas, y mientras estudia inglés y el carnet de taxi, sigue luchando «para encontrar un buen trabajo y sacar a mi familia adelante».
Finalmente, Dolores es una sevillana a la que le cuesta sonreír «a causa de los golpes de la vida». Tiene 48 años y llegó a la isla buscando un trabajo como cuidadora de personas mayores, ya que tiene el título de Auxiliar de Ayuda a Domicilio. Sin embargo, la suerte le fue esquiva y tuvo que recurrir a Cáritas dónde ha encontrado un «apoyo grandísimo» y dónde busca una oportunidad «en lo que sea» mientras se prepara para hacer un curso de camarera de hotel.
Son tres ejemplos pero junto a ellos hay cerca de treinta historias más que prefieren quedar en la sombra. Según explicó el responsable de los programas Can Pep Xico y A Tot Drap, Claudio Reccia Barceló, en ellos «se ofrece una nueva oportunidad en el mundo laboral a personas que vienen derivadas por los servicios sociales de todos los ayuntamientos de la isla, de la prisión y los demás programas de Cáritas».
En este sentido, Reccia resaltó que el perfil de los usuarios de este programa ha cambiado bastante con la llegada de la crisis. «Hasta 2011, cuando se puso en marcha el programa de Retorno Voluntario, la mayoría eran africanos y centroamericanos, pero ahora, el 42% de los participantes son españoles y el 8% ibicencos», confirma. Además, se ha notado un aumento de nacionales mayores de 50 años que «por los tumbos de la vida acaban metidos en un agujero de paro, adicciones y deudas, del que les es muy difícil salir».
26 empleos en 2013
Afortunadamente, algunos aún pueden agarrarse a la oportunidad que les ofrece Cáritas de encontrar un empleo, y cuyos resultados, según su memoria de 2013, presentada a primeros de octubre, son esperanzadores en el contexto de la crisis que azota a España. De las 700 personas que pasaron por el servicio de orientación y mediación laboral 93 acabaron siendo contratados, mientras que 12 de los 43 participantes del taller agrícola de formación Can Pep Xico y 14 de los 54 del taller de reciclaje textil A Tot Drap, también consiguieron un empleo.
Además, los afortunados cobran 300 euros a modo de beca de formación, reciben comida para todo el mes para ellos y sus familias, se les abona el importe del transporte, los gastos médicos y odontológicos, y asisten a distintas clases de manos de profesionales y voluntarios. Todo para que les sea más fácil buscar un empleo porque como asegura Claudio Reccia «hoy por hoy la formación es tan importante para encontrar trabajo como ser buena persona y responsable».
Lista de espera
Por todo ello no es extraño que, según Reccia, exista lista de espera para formar parte de estos dos programas. Sin embargo, los requisitos para entrar no son sencillos y después tienen que cumplir una serie de condiciones como no recaer durante medio año en sus adicciones o abandonar la calle durante el primer mes.
Finalmente, el esfuerzo de todos, ellos mismos, voluntarios, orientadores sociales y psicólogos, merece la pena porque muchos acaban encauzando su futuro en el aeropuerto, hoteles, supermercados, cooperativas agrícolas o como peones forestales. «Es una satisfacción enorme cuando te enteras que por fin la vida ha sido justa con ellos», explica emocionado Reccia, mientras asegura que en los últimos siete años sólo han tenido «dos o tres problemas con personas que han salido de los programas».
Precisamente en esa misma senda están John, Francisco o Dolores. Su esperanza, igual que la de otros muchos residentes de Eivissa más está en manos de Cáritas que, por cierto, sigue teniendo que pagar una póliza bancaria con un interés del 6% porque las subvenciones desde la administración siguen sin llegar en condiciones.