Tal día como hoy vino al mundo en Budapest el que está considerado como el mayor y mejor falsificador de pintura de la historia, el húngaro Elmyr de Hory. Fallecido en su casa de Eivissa, el 11 de diciembre de 1976, llegó a ser millonario gracias a la venta de más de 1.000 cuadros, muchos de los cuales, llegaron a formar parte de colecciones en los mejores museos del mundo como si fueran auténticos Picasso, Modigliani, Matisse, Signac, Derain o Monet.
Sin embargo, bastantes expertos aseguran que no se le debería tratar de falsificador sino «como un magnífico imitador de estilos de otros pintores famosos». Igualmente, son muchos los que afirman que «no realizaba réplicas exactas, sino nuevas creaciones como si las hubiesen pintando otros grandes artistas». Es decir, que «no pintaba un Picasso, sino un cuadro al estilo de Picasso». Es más, tal y como se asegura en el documental F for Fake, que hizo sobre su figura el director Orson Welles, «sus copias muchas veces superaban en calidad a los originales, consiguiendo, por ejemplo, líneas más seguras y fluidas que las de Matisse».
En este sentido, el artista húngaro siempre se declaró inocente de falsificar, asegurando, como en una entrevista realizada en el programa A fondo de RTVE en 1976 que «la firma no significa nada. Lo importante es la obra». Incluso, en más de una ocasión, se defendió argumentando que para él, «lo realmente fraudulento eran las leyes del mercado del arte».
Misteriosa vida
A pesar de esto, lo que más llama la atención sobre Elmyr de Hory fue su vida, casi propia de un guión de cine.
Por ejemplo, él siempre aseguró que nació en el seno de una familia de aristócratas aunque este extremo nunca pudo ser confirmado. Lo que si está claro es que en su juventud se instaló en París para hacerse un nombre artístico en la ciudad gracias a su impresionante técnica pictórica. Para su desgracia, durante sus primeros años no tuvo excesivo éxito hasta que un hecho fortuito le cambió la vida. Fue en 1946, cuando vendió, casi sin querer y por 40 libras, una imitación suya de un Picasso a una amiga suya, Lady Campbell, quien confundió la obra con un original.
Seducido por la facilidad de enriquecerse imitando el estilo de otros, Elmyr de Hory comenzó entonces a vender otros muchos Picasso por países de Europa, y posteriormente fue ampliando su catálogo de autores imitados, hasta dar el salto a ciudades de Estados Unidos como Nueva York, Detroit o San Francisco. Sin embargo, según explica Alberto de las Fuentes para un artículo de El Mundo, tuvo que refugiarse durante tres meses en México después de que un coleccionista descubriera que dos de sus obras para una exposición no eran originales.
Después, tras un intento de suicidio en 1959, decidió huir de Estados Unidos «dejando tras de sí obras que colgaban en las paredes de cientos de museos e instituciones», y un rastro repleto de alías como Baron Herzog, Elmer Hoffman, Dory, Louis Cassou, Curiel, Hory o Boutin.
En Eivissa
Entonces, descubrió Eivissa. Su llegada a la isla en verano de 1961 fue descrita por el escritor Clifford Irving, encargado de su biografía oficial, de la siguiente manera: «Llevaba un monóculo pendiente de una cadena de oro, sus jerséis siempre eran de Cachemira, lucía reloj de pulsera de Cartier, y se sentaba al volante de un descapotable Corvette Sting Ray de color rojo». Además, Irving resalta la opinión de quienes lo conocieron: «Todos los que se cruzaban con él coincidían en destacar que aquel suave y acicalado húngaro nunca había trabajado un día en su vida, ni podría, ni iba a hacerlo».
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Unido a dos jóvenes manipuladores, Legros y Lessard, su negocio conjunto prosperó más que nunca llegándose a vender sus obras en París, Nueva York, Chicago, Suiza, Francia, Río de Janeiro, Buenos Aires, Ciudad del Cabo, Johanesburgo e, incluso, al Museo Nacional de Arte Occidental de Tokio. Incluso, el multimillonario Algur Hurtle Meadows, magnate del petróleo y poseedor compulsivo de obras de arte, les compró en dos años 15 Duffys, siete Modiglianis, cinco Vlamincks, ocho Durains, tres Matisses, dos Bonnards, un Chagall, un Degas, un Laurencin, un Gauguin y un Picasso. Después, cuando se descubrió el fraude «Meadows se convirtió en el hombre con la mayor colección de falsificaciones del mundo».
Sus últimos años de vida fueron aún más de película. Sus socios terminaron ante los tribunales en varios países y su obra perdió calidad despertando las sospechas de los expertos. Incluso, las autoridades españolas empezaron a investigarle a través del Tribunal de Vagos y Maleantes, llegándole a condenar a dos meses de cárcel por homosexualidad, convivencia con delincuentes y «carecer de medios demostrables de subsistencia». Finalmente, cuando todo parecía haberse calmado, el 11 de diciembre de 1976, Elmyr de Hory se suicidó, poco después de recibir la noticia de que iba a ser extraditado para ser juzgado por falsificación y después de despedirse de algunos de sus amigos más íntimos de la isla.