Cuando hablamos de solidaridad, tendemos a pensar que es algo muy grande, muy ajeno y muy lejano a nosotros y con lo que no tenemos nada, o casi nada que ver.Damos por hecho que es algo que hacen las ONG, o las asociaciones, o incluso las grandes empresas o los gobiernos con sus actividades sociales.
O que implica siempre poner dinero por delante.
Pero, no nos damos cuenta de que, en realidad, puede ser algo muy simple, cercano y cotidiano, al alcance de todos y sin apenas esfuerzo.
Y, sobre todo, no vemos que, en realidad, no es necesario que paguemos con dinero. Podemos hacerlo con nuestro tiempo o con las cosas que ya tenemos.
En realidad, ser solidario es una cuestión de actitud.
No hay que irse a África o a India para ser solidario. Tampoco hay que ser socio de ninguna ONG y aportar dinero periódicamente para serlo, aunque, sin duda, cualquiera de esas acciones también ayuda, y mucho, a quien lo necesita.
Según el diccionario, la solidaridad es la adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles. Pero no especifica que ese apoyo deba de ser económico (aunque, evidentemente, es el que más se necesita), ni tampoco que deba de ir dirigido a específicamente a personas o colectivos desfavorecidos (aunque, ahí es donde más falta hace, lógicamente).
Yo hablo de una solidaridad más de andar por casa, más fácil, simple y cómoda.
Hablo de una solidaridad posible, al alcance de todos.
Propongo centrar nuestra atención en nosotros mismos y preguntarnos qué capacidad, habilidad o disposición tenemos que le podamos aportar a los demás.
¿Hay alguna cosa que podamos hacer que pueda ayudar a otros de alguna manera?
¿Tenemos alguna capacidad o habilidad que pueda ayudar a alguien de algún modo?
¿Qué podríamos hacer para ayudar a los demás y ser más solidarios con quienes comparten la vida con nosotros?
¿Qué seríamos capaces de dar, de hacer o de ofrecer, que pudiera hacer la vida de alguien un poco mejor?
Seguro que podremos encontrar algo valioso y útil que podamos compartir altruista y generosamente con otras personas, por el simple placer de hacerlo.
Algunos ejemplos podrían ser:
- Colaborar en una labor social.
- Participar en una campaña solidaria.
- Darle clases a un compañero que lo necesita.
- Ayudar a limpiar nuestro barrio, o nuestros bosques, o nuestras playas.
- Participar en una maratón benéfica por una buena causa.
- Hacernos voluntarios de una asociación, aportando nuestro tiempo, o nuestros conocimientos.
- Compartir una parte de nuestro tiempo con los ancianos de la residencia, con los enfermos del hospital, con los niños del orfanato, con los inmigrantes del centro cívico...
- Iniciar una cadena de favores.
- Cuidarle el niño a nuestra amiga.
- Bajarle la basura o subirle la bombona de butano a la vecina.
- Hacernos donante de sangre y/o de órganos.
- Donar lo que ya no necesitemos a personas que puedan darle una segunda oportunidad.
- Pasearle el perro a algún familiar.
- Ayudar a alguien a transportar su compra hasta el coche.
- Hacerle una tarea a un compañero de trabajo.
- Ocuparnos de hacer algo en casa que no nos tocaba a nosotros hacer.
- Tener un detalle inesperado con alguien que lo necesita.
- Escuchar a alguien querido que tiene un problema.
- Cocinar para alguien…
Sentir que somos útiles para alguien, que aportamos algo valioso y que se reconoce nuestra ayuda, nos puede proporcionar, sin duda, muchos momentos de felicidad.
Nada nos puede hacer sentir mejor que ayudar a los demás en algún sentido o, simplemente, ser de utilidad para otros y saber que nuestras acciones le facilitan la vida a alguien de algún modo.
De hecho, hay numerosas encuestas que demuestran que las profesiones que más felicidad proporcionan a los profesionales que las ejercen son las profesiones de ayuda: médicos, enfermeras, maestros, sacerdotes, psicólogos, coaches, asistentes sociales…
La verdad es que, cuando ayudamos, nos ayudamos a nosotros también, porque es muchísimo más lo que recibimos, que lo que damos.
Ser solidarios nos conecta con otros, nos permite hacer nuevos amigos y mejora nuestras relaciones sociales. Nuestras aptitudes comunicativas mejoran notablemente y nos puede ayudar mucho a superar la timidez.
Mejora nuestra autoestima, nuestra confianza y nuestra satisfacción con la vida.
Nos da un sentido de pertenencia e identidad y nos llena de autosatisfacción y alegría.
Es un antídoto contra la depresión, ya que le da un sentido a nuestra vida y nos brinda una percepción positiva del mundo que nos rodea.
Potencia nuestras habilidades y destrezas y nos ayuda a ser mejores personas.
Nos mantiene saludables: diversos estudios demuestran que las personas solidarias son menos propensas a sufrir estrés o depresión, su tensión sanguínea es menor e, incluso, son más longevos.
Apelando al sentido del humor, podríamos decir incluso que ser solidario nos aporta tanto que podríamos serlo en beneficio propio y por puro egoísmo.
¿Y tú qué puedes hacer hoy por los demás?
... los sacerdotes NO son una profesión de ayuda... son los comerciales de una multinacional de captación de fondos y de voluntades, no son una O N G