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Rostros de la Sanidad

Consuelo Corrionero: «Acompañar a mis pacientes hasta el final es una de las cosas más bonitas de mi trabajo»

Consuelo Corrionero.

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Aparece vestida con una camiseta morada. Quedamos el 8 de marzo, está de servicios mínimos, no puede hacer huelga ni tampoco ir a la manifestación, pero está comprometida. «Feminismo es igualdad», subraya. Apenas tiene tiempo para comer porque ha ido a dar una charla a un colegio sobre su experiencia en un campo de refugiados. Salmantina de nacimiento vino a Ibiza a trabajar un verano con cuatro compañeros y de eso hace 16 años.

¿Por qué decidió quedarse?

—Vinimos a trabajar un verano a Ibiza, cuando volvimos no teníamos trabajo en Salamanca y decidimos regresar a Ibiza. En aquella época estaba Antonio Pallicer de director médico en Atención Primaria. Nos hemos ido colocando, hemos tenido trabajo continuado cada uno de nosotros y tenemos aquí nuestras vidas. Trabajo en el centro de salud de Vila desde que se abrió en 2008, yo era entonces la coordinadora. Tengo la suerte de que me gusta mucho mi trabajo. Es una profesión muy bonita.

Además de médico también cuenta con un grupo de teatro.

—Sí, Vaporustedes. Al año de venir, hicimos una experiencia con chicos con discapacidad y nos embarcamos en un grupo de teatro. Hemos hecho un montón de obras. Hacemos relajación y ejercicios pero una vez al año tienen que subirse al escenario, que vayan a verlos la gente es lo más.

Recientemente ha ido también a un campamento de refugiados.

—He estado en Atenas. La culpable es mi hermana, que ha estado varias veces, y en noviembre me fui con ella. Ahí ves la suerte que tenemos nosotros, es gente que podía estar como nosotras, la empiezan a bombardear y se tienen que ir con lo puesto. La gente que he conocido de Siria tenía un poder adquisitivo muy alto y se han tenido que ir con lo puesto, han pagado a mafias para ayudarles a pasar fronteras, les han engañado y han llegado a Europa, donde nadie los quiere.

Después de esta experiencia imagino que relativiza muchas cosas.

—Claro. Siempre he dado las gracias por todo lo que tengo, mi familia, mi trabajo, y cuando estás cerca de unas personas que han vivido algo tan duro y triste te das cuenta de que nos quejamos de cosas que no son tan importantes.

Esa experiencia le ha marcado.

—Sí, sobre todo para seguir dando gracias y valorando las cosas que tenemos. La salud y la situación económica pueden cambiar en cualquier momento y tengo que vivir la vida lo mejor que pueda.

¿Volverá al campamento?

—Tengo una niña de cuatro años y ahora de momento no. Igual al final de año. Ahora no lo puedo ni mencionar en casa. Todo esto lo hago porque tengo un marido fantástico que está a mi lado y sin él no me hubiera podido irme un mes. Igual que si mi pareja quiere hacer otra cosa estaré yo ahí.

Le cuesta negarse a cualquier proyecto solidario.

—Hago lo que puedo, no puedo meterme a tope en muchas cosas pero voy haciendo cositas. También estoy en la comisión de violencia de género del Área de Salud. La parte social de la medicina me gusta mucho. En nuestro centro de salud nos llevamos muy bien todos los compañeros y cada uno tiene una afinidad. Carmen es superinvestigadora, a Sonia le gustan mucho las ecografías, a otro más la cirugía. Es lo bueno que tiene Atención Primaria, que si un campo te gusta un poco más puedes meterte.

¿Cómo fue su primer día de trabajo?

—Fue de médico de desplazados en Es Viver con mi amiga María José Herrero. Ella hacía el turno de mañana y yo el de tarde. Veía unas 60 personas al día. No existía entonces la receta electrónica y los abuelos venían con un montón de cartoncillos. Ese día acabé con dolor de muñecas.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia como médico?

—Algunas han sido muy intensas como cuando he reanimado a una persona después de una parada cardiaca. También cuando he podido acompañar a pacientes míos a morir, que han tenido un cáncer. Una de las cosas más bonitas de Atención Primaria es acompañar al paciente hasta el final.

Pero eso revela una faceta muy humana porque entra dentro de lo personal.

—Recuerdo abuelitas de Sant Antoni o de Vila con las que he estado hasta el final, lo que aprendes de esas personas. También la relación con mis compañeros o la relación con los médicos residentes.

¿La peor experiencia?

—Eso nos pasa a todos y creo que es cuando tienes que dar una mala noticia. No aprendes a llevarlo bien porque hay una implicación personal. Deberíamos estar bien formados porque es algo muy importante y te lo llevas casa. O cuando empiezas a reanimar a alguien y no lo consigue.

¿Qué hubiera sido si no se hubiera dedicado a la medicina?

—Nunca lo he pensado. Desde que era pequeña quería ser médico. Tenía una tía que estaba malita y pensaba que cuando fuera mayor querría inventar algo para cuidarla. No tenía ni idea de qué era la medicina ni lo que me iba a encontrar.

¿Qué proyecto tiene en marcha?

—Seguiré colaborando con SOS Refugiados y con la comisión de violencia de género y, sobre todo, ser una buena madre, que es lo que más me apetece ahora mismo. Lo que más me llena es disfrutar de mi hija.

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