Durante un paseo por la badia de Portmany, tuve un encuentro que por instantes me trasladó a un escenario clásico de la literatura. Vi de repente al hidalgo que se enfrentaba al gigante. Sin apenas respirar escapé de esta imagen enfrentado rápidamente a una realidad más cruel. Un amasijo de plástico estaba intentando devorar esta amenaza.
Podría ser uno de los mensajes que quisiera trasladar este grupo de artistas al mundo. Lejos del tan nombrado reciclaje, intentan concienciar al consumidor. No solo al consumidor. Al navegante, al bañista, a cualquier visitante de las costas de este mundo y no solo de las costas, sino también de cualquier orilla, porque finalmente todo acaba en algún momento en algún mar.
Aquí, sin más y tras un largo viaje no solo como materia inerte, sino ya como escultura por diferentes puntos de la geografía, ha sido depositado –perdón- se ha establecido este habitante de los mares alertando al caminante que no es necesario recurrir a la piedra o al metal inoxidable, para permanecer en el tiempo. Este producto químico es más longevo que una tortuga. También es asesino.
Reivindicaciones aparte. Gracias a la sensibilidad artística permanece en este espacio de la bahía un octópodo gigante carente de la necesidad o el placer, de enfrentarse a los malabares del viento. Seguro y omnipresente en su faceta más serena, vigila que ninguno de los elementos de los que se compone, pueda retornar a las aguas.
No es un anuncio, una parrafada, un coloquio interminable. Ni siquiera son manualidades escolares, cada vez más extendidas, elaboradas con basura que llegan a los hogares de los progenitores. No es una caricatura de la existencia humana. Tampoco un relato anunciado. Es sin más una advertencia en un mundo globalizado, que lo que emitimos, en algún momento retorna.
Cada vez que se limpian los fondos de esta bahía, los entornos urbanos, los montes, se amontonan multitud de elementos olvidados, elementos condenados a no volver al uso original. Elementos que en segundos, minutos, horas días… años, acaban deshaciéndose, volviendo de alguna manera al ciclo. Maderas se pudren, metales oxidan –de alguna manera- construcciones son invadidas por vegetación. Plásticos se desintegran… Visiblemente no. Los medios de comunicación nos acercan imágenes espeluznantes de fauna marina atrapada en la red devastadora del acontecer residual humano. Visiblemente.
El arte es, como no, una manera de comunicar. Un canal para transmitir vivencias, ilusiones, impresiones, expresiones, en fin, pensamientos. No es necesario contemplar cualquier expresión como protesta, como una vía incansable y reivindicativa. En ocasiones nos encontramos en plena calle maquinaria de otras décadas, coronando lugares integrantes de una estrategia urbanística que pretende tal vez llevar el olvido a la memoria. Un avión, una locomotora, una apisonadora colocados aparentemente al azar en espacios urbanos con el extraño mensaje de "mira lo que usábamos hace cincuenta o cien años…
Por lo menos estos artilugios no nos los encontramos en los fondos marinos. ¿No? Es increíble, pero la pesca en la memoria del humano ha devuelto a la luz motos, coches, lavadoras… Y para no enumerar más, observemos al pulpo, cómo majestuoso lidia, no con el gigante alado, sino con el propio humano irresponsable. Pero no todo es malo, también avanzamos. Recuerdo que de niño siempre había una botellita de esencia de trementina en el senalló playero, para, si fuera necesario limpiar el alquitrán de los pies. Hoy día ya no es necesario, afortunadamente.