Melba Levick es historia viva de la fotografía. A nivel mundial y a nivel más local, de la pequeña isla de Formentera. Sus fotografías han ilustrado desde que comenzó en 1968 libros de viajes y de arquitectura de gran éxito publicados en todo el planeta, tres de ellos sobre la menor de las Pitiusas.
De Formentera se enamoró precisamente hace ahora medio siglo cuando llegó por primera vez para pasar un fin de semana cuando comenzaba a despuntar en París. Tanto que desde aquel 1968 no ha parado de visitarla ni un sólo año, y desde hace décadas ya vive a caballo entre Los Ángeles y su casa de La Mola. De Formentera ha fotografiado prácticamente todo y consciente de que sus imágenes forman parte de su historia ha donado al Consell d'Eivissa un fondo de imágenes de 300 diapositivas en color realizadas entre 1978 y 1992 y 60 copias digitales en color y 26 en blanco y negro de imágenes tomadas entre 1968 y 1971. Además, aprovechando la coyuntura, hasta el 4 de agosto en la Sala Ajuntament Vell muestra una selección de sus trabajos en la exposición Formentera per sempre.
—Una exposición para celebrar 50 años de sus primeras fotos en Formentera. Eso no lo puede decir cualquiera.
—(Risas). Gracias. Bueno la verdad es que seguiré trabajando hasta que el cuerpo aguante. Pero lo de la exposición y los 50 años fue un poco por casualidad. Realmente todo viene de la donación que he hecho al Consell de Formentera de unas 300 fotografías mías. Cuando lo hice, Susana Labrador me propuso hacer una selección y preparar una exposición para Sant Jaume. Le dije que encantada pero no ha sido hasta que empecé a prepararla cuando me di cuenta que se cumplían 50 años de mi primera visita a la isla.
—¿Ha sido difícil hacer la selección?
—Sí. Llevo haciendo fotografías de la isla más de medio siglo y al final exponemos sólo unas cuantas. Hemos pasado los negativos al digital y gracias a un amigo de París las hemos impreso en un papel de museo de 60x40 centímetros y creo que el resultado es muy satisfactorio. Son fotos que espero gusten a todo el mundo porque reflejan todo lo que significa Formentera en mi vida y todo lo que ha hecho esta isla por mí.
—¿Por qué le enganchó tanto Formentera?
—¿Y a quien no le engancha? Yo soy norteamericana y me crié en Nueva York. Después me trasladé a París a perseguir mi sueño de ser fotógrafa y allí conocí a un grupo de amigos que me insistían para que fuéramos a Formentera. Al final me convencieron y mira, lo que iba a ser un fin de semana, se convirtieron en cuatro meses seguidos y en una historia de amor que aún continúa.
—Tanto que usted tiene una casa en La Mola.
—Es cierto. De hecho desde aquella visita en 1968 no he dejado de venir ni un sólo año. Primero en verano y después a mi casa de La Mola. Soy casi una formenterense más ya que ahora vivo a caballo entre isla y Los Ángeles.
—¿Y con cual se queda?
—Pues es complicado. Cada una tiene sus cosas buenas y malas. En Los Ángeles tenemos nuestro hogar porque mi marido es compositor y sigue trabajando en conciertos, bandas sonoras y composiciones y yo sigo recibiendo encargos para realizar libros de fotografías, sobre todo de arquitectura. Pero claro, Formentera es especial. Es un lugar único en el mundo.
—De hecho me han dicho que usted sigue en plena forma...
—(Risas) Lo intento. Afortunadamente me siguen llegando encargos. A lo largo de mi carrera me he especializado en fotografías de viajes pero eso cada vez es más difícil porque la gente ya busca la información en Internet. Ahora me he especializado en arquitectura. De hecho acabo de terminar un trabajo sobre las misiones que construyó en California Fray Junípero Serra y otro de construcciones en Andalucía.
—¿No le gustaría hacer otro libro sobre Formentera?
—Me encantaría. He hecho ya tres pero el editor que los hizo desgraciadamente ya no está con nosotros. Ahora sería más difícil. La vida son etapas y ahora no estoy en esa.
—¿Qué tiene la isla que gusta tanto a los fotógrafos?
—Todo. Realmente en Formentera te puedes encontrar una fotografía en cualquier sitio y en cualquier momento. Siempre te sorprende.
—¿Y hace 50 años?
—Pues sobre todo para mi fue el contraste. Yo venía de París, de empezar con mis primeros trabajos, y me encontré con una isla que al principio me sorprendió por su luz y sus sombras. Después, cuando me fui adentrando en su arquitectura, su gente o sus tradiciones supe que tenía que sacar hasta su última esencia. Y creo que lo he conseguido. He hecho tres libros y lo que es más importante, mis fotografías han gustado a mucha gente.
—Son imágenes que forman parte de la historia de la isla.
—Creo que sí. Reflejan la evolución de una pequeña isla en el Mediterráneo desde la primera llegada de los turistas hasta los años 90. De ahí la donación al Consell de Formentera. Creo que no se tienen que perder y estaría muy bien que se enseñaran en las escuelas para que los jóvenes supieran que también hubo otra Formentera.
—¿La gente lo percibe así?
—Pienso que sí. El martes durante la inauguración de la exposición fue muy emocionante ver la sala llena y cómo la gente se acercaba a mí porque reconocían a la gente que salía en las fotografías. Eran sus abuelos, sus bisabuelos... Yo los conocía de haberles fotografiado pero nunca les había puesto nombre. Ahora los tengo a todos fichados (Risas).
—Me imagino que la isla ha cambiado mucho...
—Pues sí. Pero aún así hay zonas, sobre todo de la naturaleza, donde no ha cambiado tanto. Yo soy muy afortunada y donde vivo, en La Mola, todo sigue más o menos igual que cuando compré la casa a mediados de los ochenta. Eso sí, luego cuando ves como otros lugares están llenos de tiendas y restaurantes y a los autobuses llegar repletos de turistas para ver los mercadillos, si te das cuenta que ya no es lo mismo.