Gema Gómez vive desde hacer 38 años en Ibiza. Tiene 43 años y lleva casi uno, desde el enero pasado, durmiendo donde puede. «Normalmente en el Parque de la Paz, aunque estos días de lluvia me he metido en el pasadizo que hay cerca junto al Eroski para estar resguardada», explica. «Vivir en la calle es muy duro y muchas veces dan ganas de tirar la toalla», asegura.
«No te sientes segura. La gente te ve en la calle y piensa que eres basura. Te tratan como escoria y, a veces, te maltratan», dice. «Hace apenas una semana le dieron una paliza a un hombre que le rompieron varias costillas», detalla.
No obstante relata que entre ellos, los ‘sin techo', son «una familia» y se ayudan en todo lo que pueden.
Nos cuenta que fueron las drogas las que la llevaron a perderlo todo, incluso a sus cinco hijos. «No tenía que haberla probado cuando me la pusieron delante, pero no supe decir que no», se lamenta. Desde ese momento, hace ya 23 años, «todo se complicó».
«Siempre había tenido trabajo, o bien para el Consell Insular, en la residencia o de camarera..., pero me quedé sin nada y me desalojaron de la casa», recuerda.
Ahora lleva nueve meses alejada de su adicción. «Estuve en Proyecto Hombre -en Mallorca- desintoxicándome», dice. «Gracias a Cáritas pude comprar los billetes y también ropa», cuenta.
Tiene familia en la isla, aunque «no quieren acogerme porque no se fían de que vuelva a las andadas. Han sufrido mucho», comenta cabizbaja.
«Uno de mis hijos está con mi hermana aquí, dos con una chica de acogida en Sevilla y otros dos con una familia en adopción, no sé dónde», dice. Con algunos, nos cuenta que ha retomado el contacto telefónico. «Pienso mucho en ellos y sé que podría luchar más, pero ¿cómo lo hago?», se pregunta desanimada.
Aún así no pierde la esperanza de que su futuro «cambie pronto». «Estoy esperando a ver si desde Cáritas me consiguen plaza en el albergue de Ibiza y aún en mi situación me levanto cada mañana y echo currículum», asegura.
Ahora mismo desayuna y come en Cáritas Diocesana. Además trabaja dos días por semana limpiando en una casa. «Se portan muy bien conmigo. La chica a veces me paga más de lo que debe, me da un plato de comida o me ofrece si quiero ducharme o poner una lavadora allí. Estoy muy agradecida», explica.