El director del Centro Penitenciario de Ibiza y escritor Manuel Vega Alocén (Madrid, 1963) presentó ayer en la biblioteca municipal de Can Ventosa su última novela, El rastro de un sueño (Editorial Fanes). Lo hizo junto a la abogada, política y ex defensora del pueblo, María Luisa Cava de Llano.
Es la sexta incursión en el mundo editorial de este doctor en Derecho, diplomado en Criminología y especialista en Derecho Penal de reconocido prestigio, tras tres libros relacionados con el mundo del Derecho –La libertad condicional en el Derecho español (Civitas, 2001); Los permisos de salida ordinarios (Comares, 2005) y El tercer grado con control telemático (Comares, 2010)– y dos de narrativa, La huida del teniente Alili Messaoud (Círculo Rojo, 2015) y El testimonio de José Humberto Sánchez (Círculo Rojo, 2015).
Vega Alocén vuelve a tomar el caso de una persona y una historia real para transformarlo en novela. El protagonista de El rastro de un sueño es un joven senegalés al que conoció en el Centro Penitenciario de Ibiza después de que este llegara a España jugándose la vida y viviera una serie de hechos que llevaron a la cárcel.
Llegó a España en patera
El escritor y funcionario de prisiones madrileño no quiere dar el nombre real de este joven de algo más de 20 años porque así se lo pidió él explícitamente durante sus entrevistas. Lo que sí conoce el lector en las 280 páginas de la novela es cómo comienza su aventura, «cruzando su país hasta llegar a la costa, donde hay menos controles en busca de una patera que le cruce hasta Canarias». Lo hace movido, según Vega Alocén, «por el efecto llamada producido desde que en 2005 comenzara a producirse el flujo de pateras de este país hasta el archipiélago canario y por el éxito de senegaleses que regresaron al país tras haber ganado algo de dinero en Europa».
Tras llegar con vida hasta la isla de El Hierro, pasa un tiempo en un centro y, tras salir, comienza a dedicarse a la venta ambulante por las playas. Luego, trabaja en la recogida de la aceituna en Granada y finalmente, durante un invierno, en varias obras que se realizaban en Ibiza.
Es aquí donde, tras un altercado con un turista canadiense que le acusa de vender droga, acaba con sus huesos en la prisión pitiusa. «Fue complicado trazar su historia porque él no habla muy bien español, pero sí me quedó claro que es alguien con relativa mala suerte porque, más allá de quién llevara razón en aquel altercado, se le impuso una pena conmutable por una multa fácilmente pagable para alguien que tuviera algo de dinero. Él, desgraciadamente, no tenía».
«Prestar mi voz a los invisibles»
Según la contraportada de El rastro de un sueño, el propio protagonista al contar su historia busca «transmitir un anhelo de justicia y solidaridad para que los seres humanos dispongamos de lo necesario para vivir con dignidad».
Para él, «ninguna persona, por muy diferente que nos parezca al vivir en los confines del mundo, se puede considerar ajena, ya que lo que le sucede a una nos sucede a todos». De hecho, el protagonista cree que, «aunque no lo sepamos o no queramos saberlo, todos estamos conectados por un hilo invisible que nos une para siempre».
Por último, a través del texto de Manuel Vega Alocén busca lograr varios objetivos. El primero, «dar voz a los invisibles y a los sin rostro, a los miles y miles de inmigrantes ilegales que han viajado en patera y todavía hoy lo siguen haciendo jugándose la vida». El segundo, «que se reconozca a las personas anónimas que han quedado sepultadas en el fondo del mar, convirtiendo las aguas del sur de Europa en un cementerio marino de proporciones desconocidas». Y el tercero y último, que el eco de sus palabras «llegue a todos los rincones, a todas las personas, y que retumbe con mucha fuerza en las conciencias adormecidas de los gobernantes para que esto no suceda más».