El campo no sólo está poblado por árboles, frutas y hortalizas, sino que la belleza de nuestro paisaje también la protagonizan las flores. De colores y formas muy distintas, son las joyas que decoran nuestro entorno. Las encontramos en jardines, terrazas, balcones, protagonizando una mesa, sujetas al nervioso abrazo de las manos de una novia… las flores rodean nuestros momentos más especiales, desde que llegamos al mundo hasta que nuestros familiares decoran el coche fúnebre con coronas de rosas y claveles. Incluso el modo de demostrar amor o afecto es mediante flores, o aquello es lo que todavía está en el imaginario de las consciencias menos modernas que seguimos prefiriendo regalar flores para declararnos antes que un supermatch en Tinder.
Las flores aportan calidez y convierten un espacio angosto en uno vital. La naturaleza nos brinda un abanico infinito de colores que hacen de este mundo un lugar menos gris y más cromado. En Ibiza no se tiene constancia del uso de flores en la cocina, pero con la llegada de nuevos cultivos a la huerta ibicenca también llegaron nuevas opciones culinarias. Es el caso de las flores de calabacín, un cultivo que se ha extendido mucho en los últimos años y que, además de su fruto fresco y rico en nutrientes, produce una flor exquisita si se fríe al natural o en tempura. A día de hoy es fácil encontrar restaurantes que las sirvan como aperitivo, aunque si queremos disfrutar de ellas en casa también las podemos adquirir (cuando están de temporada) en cooperativas como Ecofeixes.
Una lista interminable
Pero la lista de flores comestibles no acaba aquí, sino que es interminable. Amapolas, azahar, begonias, borrajas, caléndulas, camomila, claveles, crisantemos, dientes de león, eneldo e incluso geranios son algunos de los ejemplos que muchos cocineros de la isla sirven ya en sus platos. Lo hacen no tan sólo para aportar color a sus platos, sino para ofrecer un bocado singular con texturas y sabores inexplorados para los paladares menos curiosos. Las flores aportan puntos ácidos, amargos, dulces, jugosos o crujientes, en función de lo que persiga el artífice del plato que las albergue.
Desde hace un tiempo es frecuente que nos sirvan una ensalada, un pastel o un plato adornado con flores comestibles. Parece tratarse de algo moderno y reservado a la nueva cocina y alta repostería, pero en realidad su uso se remonta a culturas ancestrales como Sumeria, Egipto, Persia, etc. Los estudiosos de la Antigua Grecia, Roma y, especialmente, China, anotaron cuidadosamente los usos medicinales y culinarios de las hierbas y las flores que conocían. En Méjico hace siglos que se conocen las bondades de la flor de calabaza, lo mismo les sucedía a los romanos con las violetas o los indios con las rosas cuyos pétalos adornaban sus pasteles.
En Ibiza, Isabel Castillo Torres, ha decidido combinar su pasión por las hojas (las de los libros) con el cultivo de flores comestibles en la finca de Can Sastre (Es pla roig, Sant Miquel de Balansat). Esta profesora de lengua y literatura castellana no sólo enseña las virtudes de leer a Cervantes, Bécquer o Lorca, sino que organiza talleres para descubrir a los neófitos los usos y beneficios que tienen las flores en la cocina. Desde hace algunos años, suministra todo tipo de flores a diferentes restaurantes de la isla que las sirven en sus platos para decorarlos o aportar el toque de gracia que convierte un plato al uso en uno especial.
Galletas de lavanda
Es durante la primavera y el verano que esta joven se levanta con los primeros rayos de Sol para acudir a su singular huerta y recolectar las flores frescas que, metidas en agua, distribuye entre sus clientes. Es importante hacerlo en las horas de menos calor para no estropear tan delicado producto.
Pero su actividad no termina aquí y es que la ambición y la curiosidad de esta agricultora florida no conoce límites. Es por ello que también ha elaborado unas galletas de lavanda que acarician el paladar con su dulzor particular y su aroma exquisito que transportan al que tiene el privilegio de degustarlas a una dimensión de suavidad y paz. Con la lavanda también produce unos caramelos que agitan las papilas gustativas de los indómitos curiosos que los hemos degustado. La lavanda no sólo sirve de aromatizante natural, sino que colabora en la lucha integrada de plagas, dado que los insectos acuden a su reclamo, en lugar de ir al resto de flores o cultivos, con el consiguiente beneficio que ello tiene para el agricultor. También opera como cebo para que las abejas acudan al lugar y desarrollen su imprescindible actividad polinizadora, contribuyendo a la reproducción de las flores y hortalizas que flanquean a esta reina mora(da).
Por si fuera poco, Isabel elabora su propio licor de hierbas ibicencas que van más allá de las tradicionales plantas maceradas, sino que les añade sus flores, otorgándoles un cariz mucho más aromático y, según ella, afrodisíaco. Adentrados ya en terrenos etílicos, también nos recuerda que las flores están adoptando un gran protagonismo en la coctelería y es que, a día de hoy, se hace difícil encontrar un bar que ofrezca el digestivo por excelencia (el gintonic) únicamente con su fiel rodaja de limón. Lo más común es recibirlos de la mano de un camarero repletos de bayas, hojas, pétalos y vástagos que relegan el licor a un plano secundario. A pesar de ello, es preciso recordar que beberse un gintonic ajardinado no cuenta como ensalada, de modo que no es recomendable su consumo en dietas de adelgazamiento.
En este sentido, las flores comestibles han divido al mundo entre los influencers que buscan el gintonic más florido para publicarlo en sus redes sociales y los meros aficionados a este caldo celestial que nos conformamos con su sabor más puro y sencillo.
Reportaje completo en https://teftv.com/terra-salada-2/