Se llamaba Michael Boland. Era irlandés. En su juventud viajó mucho por Asia, donde compraba productos para venderlos en Atenas. Tiempos buenos que pasaron. Por avatares de la vida acabó en Ibiza viviendo en la calle. Falleció el pasado fin de semana en Ibiza. Solo. Tenía 50 años.
«Para los trabajadores y voluntarios de Cáritas Ibiza, tenía rostro, nombre, presencia, recuerdos, sueños. Le pudimos conocer de cerca y le echaremos de menos”, indicaba la ONG diocesana en su cuenta de Instagram este domingo en una publicación en la que destacaban su sentido del humor y lo que le gustaba contar historias.
Se trata de la segunda persona sin hogar que fallece en Ibiza en dos meses. La otra fue la de Darren, británico, un hombre muy sensible, según indican desde Cáritas. Padecía de diabetes, pero debido a su situación no hacía un correcto seguimiento de su enfermedad.
Detrás de estas muertes, sanitariamente podríamos hablar de problemas vinculados al consumo de alcohol y drogas. Si hurgamos un poco más podemos hablar de incomprensión, soledad, falta de oportunidades en una sociedad cada vez más individualista.
Señalan desde la ONG de la iglesia católica que la pandemia ha agravado la situación de estas personas. «Los que no tienen casa, lo tienen todavía más difícil desde que la Pandemia les exige quedarse en casa», señalan desde Cáritas, «ojalá la muerte de Mike sea una llamada para hacer que todo el mundo tuviera un hogar donde vivir y donde morir dignamente, lejos de la soledad y sin frío».
Los amigos de Michael y Darren celebrarán el próximo martes una ceremonia en memoria suya en el Parque de la Paz. Una forma de recordar a aquellos que han sido olvidados por la sociedad.
El coordinador de Cáritas Ibiza, Gustavo Gómez, explica que supieron del fallecimiento de Mike cuando dejó de acudir al centro de día, fue otro usuario el que les dijo que creía que había muerto. Se lo confirmó la Guardia Civil. Considera que en la isla las instituciones dan pasos hacia una mejor atención al problema de las personas sin hogar, pero mientras llegan a ponerse en marcha recursos como el centro provisional de baja exigencia, «algunos se quedan en el camino».
Un drama evitable
«Es un drama que se podría evitar con algo más de atención», indica Gómez, «si estuvieran en un centro se podría hacer un control de medicación y reducción de riesgos. Cada vez hay un problema mayor de soledad y aislamiento. Es un problema que puede llegar a hacer más daño que el exceso de alcohol y drogas o incluso potenciarlos».
Para estas personas, los voluntarios y trabajadores de las ONG que les atienden son como su familia. «Fuera del centro son invisibles para la mayor parte de la sociedad. Eso marca mucho más a veces a los que les conocemos por su nombre. Cuando convives con las personas, les pones cara y te ríes con ellos, cuando ves que hay mucho más que un hombre con una botella en la mano».