Gerard Quintana i Rodeja (Girona, 27 de noviembre de 1964 ) es un ibicenco más. Llegó a vivir a la isla hace 21 años por amor y aquí encontró su lugar en el mundo participando en numerosas iniciativas culturales y musicales, como su recordada versión de Flors de Baladre para Ressonadors. Ahora, ha situado aquí la trama principal de su última novela, El hombre que vivió dos veces (Editorial Planeta) con la que ha ganado el Premi Ramon Llull de Literatura. Un galardón que no ha cambiado la vida de este cantautor que hizo historia en la música catalana y española con el grupo Sopa de Cabra. Sigue siendo ese hombre cercano, amable y de hablar pausado y ligero que encontró en la librería de su tío y en la tienda de discos de enfrente de su casa una forma de enfrentarse al mundo para vencer su timidez.
—Hace 20 años que llegó a Ibiza. ¿Cómo acabó entre nosotros?
—Pues casi de rebote. Mi primera relación con las Pitiusas fue con Formentera pero después todo cambió. El motivo fundamental fue el amor. Conocí a una persona que llevaba muchos años aquí y que me abrió las puertas de la verdadera Ibiza.
—¿Qué queda de aquella isla?
—Muchas cosas a pesar de que Ibiza siempre está cambiando. Cuando llegué en el 2000 ya había cambiado mucho y por eso empecé a interesarme por lo que había aquí antes de la llegada del turismo y me encontré con una isla fascinante. Cuando se habla de todo lo malo de Ibiza creo que es porque hay una mirada peninsular que es poco autocrítica. Si miramos como están muchas zonas de la costa de España, invadidas por el ladrillo, y lo comparamos con Ibiza donde aún la naturaleza tiene su hueco, nos damos cuenta que somos unos privilegiados. Lugares como Ses Salines, Platjes de Comte o Cala d'Hort no los he visto en ningún lugar de España.
—Eso es cierto, pero en los últimos años estábamos al borde del colapso…
—Sin duda. Hemos vivido un cambio muy importante desde que aparecieron los hoteles de cinco estrellas porque quien tiene dinero y paga mucho quiere inmediatez y mejores servicios sin importarle lo que puede quedar detrás. De hecho, lo que están haciendo en el aeropuerto ahora está enfocado a mejorar la zona de los jets privados. Y todo eso ha generado un gran impacto que ha provocado que hoy por hoy sea muy difícil vivir aquí. Y eso por no hablar de lo que ha dejado este 2020 con el virus.
El cantante y escritor catalán Gerard Quintana reside desde hace 21 años en la isla de Ibiza. Foto: DANIEL ESPINOSA
—¿Estamos pagando las consecuencias de vivir casi al cien por cien del turismo?
—Por supuesto. Mucha gente ha tenido que abandonar la isla. Pero ni todo es negro ni blanco. La isla ha mostrado su gran potencia natural y los ibicencos han vuelto a descubrir lugares que tenían olvidados al estar masificados por turistas.
—Precisamente hace tiempo las administraciones llevan tiempo diciendo que hay que apostar por otro tipo de turismo…
—Sería un acierto. La isla tiene una gran capacidad para atraer a distintos tipos de visitantes. Creo que es un lugar de creación alucinante gracias a su capacidad para acoger gente de muchos lugares del mundo. Por eso mi ilusión es que algún día Ibiza sea un gran centro cultural.
—Su amor por Ibiza, su historia y su cultura, es la que le ha llevado a ambientar aquí El hombre que vivió dos veces?
—Cuando escribí en 2019 mi primera novela Entre el cel i la tierra y la ambienté en Barcelona con un personaje nacido en Bilbao, me dí cuenta que echaba de menos mi realidad en Ibiza y por eso lo tuve claro. Además, dentro de esa dicotomía de la que se habla en la historia entre paraíso e infierno, no creo que haya mejor paraíso que Ibiza.
—En alguna entrevista le han preguntado si el protagonista, Salvador Martí, está inspirado en usted. ¿Esto es así?
—Sí y no. Cuando escribo siempre moldeo las historias y los personajes partiendo de mis vivencias y experiencias para luego seguir documentándome. En este caso, Salvador Martí tiene mucho de mí en su bagaje cultural, en los libros que lleva en su saco y en algunos lugares donde transcurre la historia, pero en el resto no. Podría haber sido si yo en otros momentos de mi vida hubiera tomado según que decisiones pero como no fue así dejo claro que no soy yo.
—¿Como ha trabajado para componer la historia de los cinco personajes a lo largo de 50 años y que todo esté tan bien hilado? El argumento podría dar para un guión de una serie de televisión.
—El hombre que vivió dos veces lo he escrito al menos tres veces a pesar de su apariencia de fluidez. Hay muchas horas de trabajo detrás que se multiplican por el hecho de que yo no tengo agenda y siempre tiro de memoria. Por ello mi mesa acaba siendo una cordillera de notas diferentes. Sin embargo, siempre antes de comenzar a escribir necesito tener muy clara la estructura de la historia y por eso, cuando se me pide algún cambio, todo es mucho más fácil.
«Es una lástima que el idioma sea un arma de confrontación porque es una forma de expresión de un sentimiento y no podemos oponernos a que se desarrolle»
—Un tema común en sus novelas son los saltos temporales. ¿Por qué?
—Siempre me ha gustado la idea de escribir para recomponer un rompecabezas. La primera novela estaba ambientada en 21 días a lo largo de 50 años y en esta la historia abarca medio siglo. Es el resultado de que me encanten las elípsis y los saltos en el tiempo como forma de establecer una complicidad con el lector.
—¿Me imagino que escribir una novela no tiene nada que ver con componer una canción por más que muchas sean grandes historias de cuatro minutos?
—Por supuesto. En una canción siempre ves el horizonte hacia el que te diriges y la costa que has dejado atrás. Mientras, en una novela hay muchos días de mar adentro, a la deriva y sin que sople una brizna de aire.
—En su caso, ¿cómo se adentró en el mundo de la novela tras ser un cantante de éxito con Sopa de Cabra?
—Yo tuve la suerte de crecer encima de una librería que regentaba mi tío y que acaba de cumplir 142 años. Siempre he creído que el destino está marcado por el lugar en el que naces y de la gente que te rodea y en mi caso el tener aquella librería y la única tienda de discos de la ciudad enfrente de mi casa me ayudó a vencer mi timidez. Fue mi manera de acabar entendiendo el mundo porque me dí cuenta que la ficción y la literatura eran puertas para descubrir una nueva vida que iba más allá de la mía propia.
—En la novela también se habla de poesía. ¿Es lo más cercano que hay a escribir una canción?
—Puede ser. Un poema es la mejor expresión de la realidad porque no le sobra nada. No requiere de síntesis. Por eso está muy cercana a las canciones pero sin la fuerza de la música. Ya lo dijo en su día Leonard Cohen, «la música es el lenguaje emocional de la mayoría de las personas». En mi caso, para escribir la letra de una canción tengo que identificar primero la verdad emocional de una melodía.
—Con sus letras consiguió emocionar a decenas de miles de personas. Con Sopa de Cabra llegaron a actuar ante más de 60.000 espectadores…
—Fue increíble. Aún recuerdo cuando estaba en el escenario y pensaba, echando la mirada atrás, cómo había cambiado aquel chico tímido y tartamudo. Sin embargo, hacer canciones no es fácil. Algunas como Far del sud siento como si la hubiera estado esperando 20 años, cuando escuché una canción de Neil Young que hablaba sobre un amor imposible de alguien que va al cine y se enamora de la protagonista de la película. En este caso a mí no me vino la inspiración hasta que en una tarde tonta fui al cine y ví la película El faro del sur y me enamoré del personaje de Ingrid Rubio.
—En este 2021 se cumplen 30 años de aquel Bona nit, malparits! ¿Qué queda de todo aquello?
—Bueno dejar claro que fue una expresión de confianza hacia nuestro público. Iba dirigido hacia nuestro bajista quien me había picado unas horas antes, diciéndome que Janis Joplin era más roquera que yo (Risas). Y de aquello pues quedan muchas de canciones que forman parte de la vida de muchísima gente. También esa curiosidad por no parar de aprender que siempre he tenido. De hecho, hace unos años descubrí que me encanta la fotografía porque me dí cuenta que me he pasado media vida mirando la vida que pasaba a mi alrededor sin retratarla.
—Dice que sus canciones forman parte de la vida de mucha gente… ¿Eso es por qué antes se hacía mejor música?
—Siempre he tenido claro que la edad de oro del rock fue de 1967 a 1975 del pasado siglo. Se hicieron cosas infinitas que han permanecido y permanecerán siempre. Después, a finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando dijeron que el rock había muerto, apareció el grunge y el cambio también fue brutal.
—¿No cree que ahora todo se mide por el éxito inmediato?
—Es la eterna dicotomía entre lo comercial y lo artístico cuando la línea es muy delgada como en el caso, por ejemplo, de los Beatles. Esa línea siempre ha estado pero ahora tira más hacia el lado comercial para ganar dinero.
—Y en ello, ¿dónde quedaba Sopa de Cabra?
—Nosotros fuimos un grupo herederos de los setenta. Los queríamos vivir en los años 80 y poco a poco fuimos pasando de una música más intelectual como la de Sisa, Pau Ribas o Música Laietana a un rock que, curiosamente, tenía más seguidores en Madrid que en Barcelona.
—Y eso que cantaban en catalán.
—Afortunadamente nunca fue un impedimento. De hecho, en 1991 sacamos el disco Ben Endins y fue un gran éxito con más de 100.000 copias vendidas. Por eso nos incomodó siempre que nos pusieran la etiqueta de rock catalán. Sonaba a reivindicación de política lingüística cuando nosotros no tuvimos nunca ese espíritu.
—Lástima que ahora parezca que el idioma se haya convertido en una fuente de confrontación.
—Realmente. Para mí la lengua es una forma de expresión de un sentimiento y no podemos oponernos a que se desarrolle. Nunca he entendido este juego de polaridades actual porque, tal y como dijo Juan Luis Arsuaga, Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica por sus trabajos de Atapuerca, «como no tengamos conciencia como especie estaremos muertos». Entiendo que es una tentación muy grande simplificar todo con una lengua común para todo el mundo pero no hay que olvidar que un idioma es diversidad, cultura y una mirada muy rica con respecto a la vida y al mundo.
Dicho esto, yo no voy a renunciar nunca al castellano porque mis poetas preferidos escriben en este idioma, fue mi lengua vehicular hasta los 15 años y porque el concierto que me hizo saltar los plomos para bien lo dio en Girona Paco Ibáñez cuando yo tenía 15 o 16 años cantando versos en castellano con siglos y siglos de historia.