Bajando desde el pueblo de Sant Joan de Labritja hacia Cala Sant Vicent por la carretera y a solo unos kilómetros antes de llegar al pueblo, una sorprendente escultura de gran tamaño deja a todo el mundo con la boca abierta. Se trata de una pieza de gran realismo, en colores dorados, que simula un hombre sentado con las piernas abiertas en posición de flor de loto y con una gran capucha que tapa su rostro de forma enigmática.
Sin muchos más datos y sin ninguna inauguración oficial solo una placa a sus pies en la que se puede leer Manfred Kielnhofer 2021 aporta algún dato más. Después, una rápida investigación a través de internet nos deja claro que es uno de los guardianes del tiempo que este pintor, escultor, diseñador y fotógrafo austriaco de 54 años ha ido colocando desde hace más de una década por distintos lugares del mundo.
Estas estatuas construidas en piedra son muy difíciles de clasificar porque hay muchas dudas de cual es su origen o inspiración. Además, los hay sentados, de pie o en distintas posturas, pero todos tienen en común estar cubiertos por una túnica y una capucha mientras parece que esperan a que comience algún tipo de extraño ritual.
Asímismo pueden aparecer en solitario, en grupos o si estuvieran susurrando algo entre sí, y en distintos colores y con distintas iluminaciones, pero según el propio creador austriaco su objetivo con todas ellas «es convertirlas en una forma de conciencia que haga reflexionar al visitante sobre los lugares en los que aparecen».
Además, otros expertos críticos que han visto las esculturas aseguran que con sus guardianes del tiempo Kielnhofer quiere lanzar otro mensaje aún más profundo, «el que nunca olvidemos que existe una fuerza aún más poderosa que el ser humano y que en cierta manera estamos a su merced porque siempre nos está vigilando».
La primera en 2006
El artista austriaco nacido el 28 de enero de 1967 en Haslach an der Mühl colocó en el año 2006 el primer Guardián del Tiempo, a tamaño natural, en el Skulpturenpark Artpark de la ciudad austriaca de Linz. En aquel momento, los espectadores quedaron sorprendidos por aquella figura de gran realismo que les recordaba a un monje antiguo escondido tras una gran capucha.
Después ha ido cogiendo cada vez más notoriedad y durante los años siguientes, estos singulares y enigmáticos personajes fueron apareciendo por todo el mundo junto a castillos, plazas, minas antiguas, parques e, incluso, concentraciones de los coches más exclusivos y se han convertido en reclamos de multitud de exposiciones.
Incluso, Kielnhofer los ha fabricado en distintos materiales y en 2012 diseñó una edición limitada, firmada, en plástico y de un tamaño que apenas supera los 50 centímetros y el kilo de peso.