Pedro Pastor Guerra lleva toda su vida unido a la música, entre otras cosas porque su padre es el mítico cantautor Luis Pastor y su madre, la carismática Lourdes Guerra, hermana de Pedro Guerra y considerada una de las mejores voces de España. Con 13 años compuso su primera canción, y más de una década después ha editado los discos Aunque esté mal contarlo (2012), La vida plena (2014), Solo los locos viven en la libertad con Suso Sudón (2016), Solo Luna (2017) y Vulnerables (2019) con Los locos descalzos. En sus letras siempre habla de libertad, empoderamiento, política, amor libre, la situación en América Latina o los problemas y los conflictos sociales y con ellas ha recorrido medio mundo. Sin embargo, nunca había actuado en Ibiza. Afortunadamente esto cambiará mañana a las 21.00 horas cuando se suba al escenario del ciclo Cantares de Colores que se celebra en Es Birra de Es Canar.
Nos dijo Iván Navarro, promotor de Cantares de Colores, que nunca se había atrevido a venir a actuar a Ibiza. ¿Por qué?
—Pues sí. Es de los pocos lugares que aún no he visitado en España. No se por qué, pero hay lugares que parece más difícil llegar, sobre todo por las barreras mentales que en ocasiones nos ponemos injustificadamente. Y siempre me pareció que en Ibiza no me iban a llamar para actuar. Afortunadamente Iván me convenció (Risas).
En Ibiza hay bastante interés por la canción de autor y por eso el ciclo está yendo muy bien. ¿Cómo va a plantear el concierto?
—Qué bueno. Pues este concierto será muy especial porque es el penúltimo de la gira del último disco ya que nuestro próximo trabajo, Vueltas, saldrá el 1 de octubre. Así que será una magnífica oportunidad para que el público escuche por última vez en directo algunas canciones junto a lo que ellos quieran porque pretendemos que el concierto sea todo lo flexible que las actuales condiciones permiten.
¿Actuará usted solo?
—No. Acudiré con el gran guitarrista Álvaro Navarro, mi fiel escudero y amigo con el que también he colaborado en Vueltas.
Seguro que se lo habrán preguntado muchas veces pero siendo hijo de Luis Pastor y Lourdes Guerra, ¿estaba predestinado a ser músico?
—Es cierto (Risas). Pero es algo que nunca se sabe porque también tuve mi época en la adolescencia donde quise escapar de todo lo que veía en casa y me marchaba por las tardes a las discotecas más oscuras. Después , reparé que en casa tenía una joya y que era un inconsciente si no la pulía. Y entonces me di cuenta que soy un privilegiado por tener unos padres tan increíbles, tanto a nivel musical como humano.
¿Ellos le marcaron el camino en la música?
—Qué va. Son muy respetuosos, abiertos y muy empáticos y han dejado que mis dos hermanos y yo siguiéramos nuestro camino. Y mira, tengo un hermano que se dedica a la náutica y otro a los videojuegos. Siempre han entendido que sus hijos no pueden ser una extensión suya sino que somos individuales.
¿Es cierto que toca la misma guitarra con la que empezó hace 12 años?
—Sí. La heredé de mi tío y es muy especial porque además de todo lo que hemos vivido juntos tiene 14 trastes y un sonido y una química muy especial que no he encontrado en ninguna otra.
Uno de sus puntos fuertes es su complicidad con el público. ¿Rompe con el estereotipo falso de cantautor aburrido?
—Es que el mundo de los cantautores es muy amplio. Yo soy bastante ecléctico porque me gusta mezclar ritmos de América Latina o del Caribe para darles mayor dinamismo. De hecho, el sábado intentaré que el público acabe bailando en el pequeño espacio que tenga junto a su silla.
Entonces, ¿cómo se define como cantautor?
—Como alguien al que no le importa añadir otras músicas y tonadas pero siempre con letras profundas y reivindicativas que hagan reflexionar a quien las escucha. De hecho entiendo la música como una herramienta de comunicación que te lleva a otros lugares a través de la reflexión.
¿Cree entonces que hoy en día es posible ser cantautor entre tanto reggeaton y estribillo fácil?
—Por suerte creo que en la música hay espacio para todos. Yo creo que el cantautor nunca pasará de moda porque somos muchos en este mundo y a todos nos gusta la música. Además, ahora la música es más necesaria que nunca y por todo ello el género pasa por un buen momento.
Incluso hay número 1 de ventas desmontando el mito de que el cantautor no vende.
—Exacto. Mira Rozalén, El Kanka o Ismael Serrano. Creo que, afortunadamente hay una reinvención del término cantautor y ahora mismo no está tan encasillado como hace décadas. Hay muchas opciones pero lo que no cambia es que todos entendemos una canción como algo que puede ayudar a cambiar el mundo.
En este sentido, en sus letras habla de los problemas sociales, la crisis, América Latina...
—Sí porque como seres humanos tenemos nuestra propia cuota de responsabilidad para hacer más habitable este mundo. Y si uno se dedica al arte o a la música en particular esa responsabilidad es aún mayor porque tenemos el privilegio de que nos escuche gente y ser un pequeño o gran altavoz. Así lo he vivido y he entendido siempre y si cambiara mis letras sentiría que no estaría siendo fiel a mi mismo.
En muchas ocasiones se ha declarado un gran admirador de América Latina. ¿Qué nos pueden enseñar nuestros hermanos del otro lado del charco?
—Su capacidad para disfrutar de la vida sin acumular tantas cosas materiales. En muchas partes de Europa eso es inconcebible. Además, América es un continente con unas posibilidades enormes que se está empezando a dar cuenta que no tiene que vivir siempre oprimida. Empieza a ser consciente que puede romper sus cadenas y el día que lo haga se va a comer el mundo.
¿Eso lo ha aprendido en sus múltiples viajes allí?
—Sin duda. Llevo viajando desde hace muchos años con mi mochila y mi guitarra y buena parte de lo que soy lo he aprendido allí. De ahí que mis canciones y mi música tenga una clara influencia de esa tierra maravillosa.
Una de las cosas buenas de esos territorios es su espíritu de colectividad que aquí desgraciadamente casi hemos perdido.
—Por supuesto. Aunque poco a poco en las grandes ciudades se está empezando a recuperar a través de movimientos vecinales. Y por supuesto en el mundo rural donde se cuida más al ser humano, entendido dentro de un grupo y que puede aprender de los demás. No hay cosa más bonita que disfrutar de una charla en una plaza con tus vecinos o el buenos días en tu portal. Eso nos ayuda a ser más estimulantes con quien nos cruzamos, el panadero, el conductor del autobús... Y eso, al final, nos hace ser mejores personas humanas.
¿En esto ha echo mucho daño las redes sociales? Usted hasta hace poco no tenía Instagram...
—Es cierto. Las redes son una dictadura a la que accedemos gustosamente porque todos sabemos que si no estamos en ellas no existimos. En el caso de los músicos pasa lo mismo. Tu puedes ser muy bueno o tener mucho talento que si no te sabes promocionar o vender diariamente en tu Instagram no tendrás nada que hacer.
¿Y qué piensa de los que graban los conciertos en lugar de escucharlos?
—Que cada uno es libre de hacer lo que quiera. Sin embargo yo no soy de esos. Si grabo un concierto es con notas de voz no con un vídeo que luego se puede ver en Internet. Además, creo que si voy a un concierto es para sentir en mi piel la experiencia única de compartir en directo una música o una letra. Lo hago para vivirlo en presente. No en una pantalla.