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El mal olor y el humo asfixian a trabajadores y vecinos cercanos al incendio de biomasa en Ibiza

Activarán el nivel 2 de alerta para que los militares participen en la extinción del fuego

Tanto negocios como vecinos lamentan hastiados y angustiados su día a día con la combustión en la planta de biomasa. | Daniel Espinosa

| Ibiza |

La humareda que levanta el incendio de la planta de biomasa invade la carretera de Ibiza a San Antonio a la altura del polígono industrial de Montecristo. A los viandantes ocasionales, este hecho puede sorprenderles con el olor a quemado o incluso el hedor de las montañas de algas y desechos chamuscadas, así como la ceniza en las zonas más cercanas al área afectada. Los vecinos y trabajadores del barrio deben convivir con estas condiciones que parece se van a alargar por tiempo indefinido.

Ventanas bien cerradas

«Hay que cerrar las ventanas porque si no la casa se queda con un olor que recuerda a una chimenea encendida, además de tender la ropa menos de dos o tres horas para no tener que lavarla de nuevo», confiesa Iren. La trabajadora de Friosat es vecina del barrio y dice sufrir las consecuencias del humo desde el día que se declaró el incendio. Explica, incluso, cómo por las noches puede verse la ceniza volar y pegarse en las paredes a causa de la humedad. «Tendrían que tomar ya una decisión: si quieren quemarlo del todo, que en un día lo quemen todo y lo apaguen y termine ya esta situación que lleva tantos días», se queja.

Uno de los negocios afectados.
Fotos: Juan Gordillo.

Iren conoce a muchos vecinos, como sus compañeros en la empresa, a los que les afecta: «A nosotros lo que nos daba más miedo era que pudiese pasar algo con la gasolinera de enfrente. Es que está tan cerca…». Subraya también que no pueden usar la terraza o que en los momentos cuando se reactiva el fuego puede llegar a costarles respirar a los residentes de las casas circundantes. «Cada día va quemando, cada día pasan caminones y helicópteros y aviones, y siempre en algún momento del día el fuego hace ‘buf' y quema más y más fuerte. No estamos informados de lo que se hace ni de lo que se va a hacer», añade la vecina, que lamenta la falta de comunicación por parte de las administraciones.
«Como ciudadana y usuario del barrio no tengo ganas de estar quince días o un mes más con esta realidad», concluye Iren. En la cafetería del Hipercentro se escuchan las mismas protestas: «El otro día lo tuve que abrir todo porque no podía dormir por el calor y de repente me asfixiaba. Una peste, una fatiga…». Una de las camareras del local explica cómo desconocía la existencia del incendio cuando empezaron los olores «repugnantes» que se mezclaban con las altas temperaturas. «No se puede dejar todo cerrado por el humo y el calor. Llevo dos días sin pegar ojo», confiesa la trabajadora, afincada cerca del foco del incendio. Lo único que salva a esta vecina del barrio es poner el aire acondicionado, cuando puede.

Un olor que se extiende

Por otra parte, no todos los trabajadores de la zona sufren las consecuencias del fuego. Los empleados de Azulejos Ca n'Andreu cuentan que en su edificio no suelen notar ni el humo ni el mal olor: «Depende de dónde venga el viento. Si pasas con la moto o con el coche por allí delante de la gasolinera, la humareda te pega un tortazo». «Yo vivo en la zona de Can Misses y esta mañana llegaba el olor hasta ahí», explica uno de los trabajadores, que se siente afortunado por no tener que laborar con esa asfixia encima.

Dentro del edificio hace fresco y es muy difícil que se infiltren ceniza u olor, a diferencia de la cafetería, en una esquina, que tenía su terraza descubierta cerrada. «Si lo que quieren es apagarlo, lo tienen claro. ¡Les va a costar todo el verano y todo el invierno!», advierte otro de los trabajadores. Sobre la comunicación por parte de las administraciones, echan en falta que se les haya informado por el barrio: «Aquí no ha pasado nadie». «El viento puede afectar a que llegue un poco el humo, pero en la zona del polígono y sobre todo la gasolinera están finos», avisan.

Taina y Andrea trabajan en la gasolinera más cercana.

De camino a la estación de servicio se aprecia con mayor precisión el alcance del fuego. Los enormes montones de biomasa parecen brasas que desprenden humo y calor, ahora con viento de poniente pero con ráfagas cambiantes. La gasolinera se erige al otro lado de la carretera y, aunque en estos momentos la nube no le dé de lleno, la esencia a quemado se percibe fuertemente. «Se nota mucho, sobre todo cuando empezó el incendio y hace unos días cuando volvió a prender con más fuerza», afirma Taina, trabajadora de BP. «Cuando te toca limpiar fuera… ¡Boh! Parece que te has fumado cuatro cajas de tabaco», añade Andrea.

Las dos compañeras sufren en primera línea el infierno de un fuego que no apunta a extinguirse pronto: «Mi ropa huele a una mezcla de humo y gasolina, y la peste del humo gana a la gasolina». Comentan, además, la reacción de sus clientes a tener que repostar tan cerca de la planta de biomasa: «Les da un poco de miedo tener la planta al lado de la estación e incluso pasan por la rotonda para llegar hasta aquí, alejándose de la carretera». Su posición les hace vulnerables a los cambios de viento, sobre lo que apunta Taina que «el aire que tiene Ibiza no siempre es regular».

Al cruzar la carretera y adentrarse en la planta se puede ver a muchos efectivos de los bomberos trabajando sobre el terreno, arrojando agua sin descanso sobre montañas de material orgánico que prende desde sus adentros. Los camiones entran y salen sin parar en un escenario que describen como «laborioso» pero «no peligroso». La estrategia de los servicios de extinción es la de remover la biomasa, apagarla a base de mojarla y amontonarla en pequeños montículos separados para comprobar que el fuego se haya extinguido.

Sobre el humo, aseguran que cada vez que sale el humo focalizan los chorros de agua sobre ellos para que se minimice. Los propios efectivos confirman que ellos mismos tienen que adaptarse en cada momento y colocar las máquinas fuera de la dirección de la humareda para poder trabajar. «Los montones de masa son enormes y arden por dentro. Hay mucho más de lo que se ve desde fuera», explican desde el propio foco. Unos minutos más tarde llegan sus relevos, que trabajarán otras cuatro o seis horas tratando de eliminar un fuego que asfixia a los vecinos del barrio.

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