Unas 130, «por lo menos», es el número de personas que Alicia Bocuñano, representante de la comunidad de vecinos que habitan en Can Rova, calcula que se quedan sin lugar para vivir tras el desalojo para dar cumplimiento a una sentencia judicial. «Además hay 18 menores», subrayaba Bocuñano minutos antes de que el desalojo de Can Rova se hiciera efectivo. «Durante la noche ha habido ataques de ansiedad», aseguraba Alicia respecto a la última noche en Can Rova. «Nos reunimos todos por la noche y había muchos nervios y mucho miedo con lo que pudiera pasar hoy [por ayer]».
Incertidumbre
Diego y sus cuatro compañeros fueron unos de los primeros en abandonar el recinto de Can Rova a primera hora de la mañana de este miércoles, antes del desalojo forzoso de la finca. Mientras cargaban sus cosas en el coche explicaban que «nuestro jefe nos ha dicho que nos ayudará a buscar vivienda». De esta manera, con todos sus enseres cargados en el coche, confiaban en «poder dejar las cosas en el trabajo y que nuestro jefe pueda encontrar alguna cosa para nosotros». Todos ellos han vivido en una carpa de las instaladas en Can Rova durante seis meses y, antes de abandonarla definitivamente, lamentaban que »hay muchas familias que no tienen recursos ni dónde ir».
Eladio Suárez llevaba viviendo en Can Rova dos años en una furgoneta camperizada. Salió durante la mañana del miércoles «para ir a buscar agua para mis compañeros» y se quejaba de que, a su vuelta, «no me han dejado volver a entrar». El joven aseguraba que «mi furgoneta y todas mis cosas están dentro y ahora no puedo recuperarlas» mientras asumía que «ahora mismo estoy en la calle de manera literal». Eladio pagaba 500 euros por una parcela de «unos 8m2 donde tener mi furgoneta» y aseguraba que «un amigo me deja su coche para poder dormir esta noche en algún lugar».
Desesperación
La actitud de tristeza e incertidumbre de las primeras personas en abandonar el recinto se convirtió en desesperación con el inicio del desalojó el asentamiento de Can Rova.
Juan David salía del recinto de Can Rova minutos después de las cargas policiales. «Han pegado duro», aseguraba el barbero y cineasta colombiano mientras subrayaba que «la gente que vive aquí es gente tranquila, gente trabajadora, no delincuentes a quienes haya que tratar de esta manera». «La gente vive aquí y de esta manera porque en Ibiza no hay pisos; los han dejado todos para los turistas», añadía con indignación Juan David. Tras el desalojo, Juan David aseguraba encontrarse «sin rumbo» y, cuestionado sobre dónde iría a partir de ese momento, su respuesta fue «a desayunar y a pensármelo».
Marco López trabaja en la construcción, llevaba un año viviendo en Can Rova hasta este miércoles y aseguraba que «nos enteramos del desalojo a través de la prensa». «No sé cuándo ni como podré recuperar mi caravana, que se ha quedado dentro», afirmó. «Yo no sé lo que haré, ya me buscaré la vida, pero se me rompe el corazón cuando veo la cantidad de niños que hay y que no tienen dónde dormir esta noche. Se me saltan las lágrimas», afirmaba conmovido Leandro González. «Esta situación es por culpa del alquiler abusivo que hay en Ibiza», afirmaba Leandro, quien aseguraba que «me han llegado a ofrecer una habitación por 900 euros». «Yo he llegado a pagar hasta 1.000 euros por una habitación con derecho a la cocina solo los miércoles», afirmó Michelle mientras consideró que, con el desalojo de Can Rova «lo único que van a conseguir es esparcir el problema por toda la isla».
Terror
Tras la primera parte del desalojo y ante la negativa de salir de forma pacífica de cerca de 60 personas que se atrincheraron en el interior llegaron las cargas por parte de los antidisturbios de la Guardia Civil y el terror en los gestos de quienes fueron saliendo de Can Rova. «Uno de los mayores temores de las familias es que las separen y que les quiten a sus hijos», explicaba Lucía Ribas, que se acercó a Can Rova este miércoles para «dar apoyo a mis amigos». «Una de las familias se ha acercado a Servicios Sociales y les han dicho que es muy probable que tengan que separar a la familia para poder ayudarles; eso es inaceptable», aseguraba Ribas. Cabe destacar que hay personas con hijos que vivían en Can Rova que no tenían los papeles en regla, de ahí el miedo de acudir a los servicios sociales.
Entre llantos, Aida trataba de calmar a su hija desconsolada de solo cinco años nada más salir de Can Rova forzosamente. «Estamos con lo puesto y no me dejan ir a buscar mi ropa y mis cosas hasta el próximo miércoles», lamentaba mientras se preguntaba, «¿cómo voy a ir a trabajar sin ropa?». Esta madre, empleada de un establecimiento turístico, también mostraba su inquietud ya que «tengo que ir a buscar a mi hijo mayor al colegio y no sé qué contarle» y, además «no sé dónde podemos ir a dormir esta noche».
«Estamos pagando un alquiler, no somos ilegales ni okupas; no tenemos por qué sufrir los problemas que tuviera ese señor», exclamaba con desesperación Daniela, quien aseguraba que «me han empujado y me han tirado al suelo cuando tenía a mi bebé en brazos. No es justo, lo único que queremos es poder vivir, pero los alquileres son abusivos y no podemos pagarlos».
Desconsolada también se encontraba Génesis, no por las heridas sufridas durante el desalojo forzoso sino porque no sabía dónde estaba su hija. Richard mostraba su cuello enrojecido. Su compañero, con el muslo repleto de marcas de porrazos, trataba de consolar a los hijos de su compañero que preguntaban desesperadamente por sus padres.